Busco al Niño Dios |
Diego Augusto Arcila Vélez
Era un desfile esplendoroso. Las comitivas de la ciudad se habían preparado como nunca: payasos, malabaristas, soldaditos de plomo, duendes, Papás Noel, música por doquier, árboles navideños rodantes y una multitud alegre agolpada para apreciar el magno desfile anunciando el inicio de la Navidad. Todo brillaba, todo sonaba, todo parecía celebrar. Entre la multitud estaba Thalía, una niña muy bella, con sus padres y su hermano mayor. Iba sentada sobre los hombros de su papá, esforzándose por distinguir cada comparsa que pasaba interminablemente. En medio del bullicio, con la inocencia única de los niños, le preguntó a su padre: Papá, no veo al Niño Jesús; no veo a María, ni a San José, ni al ángel, ni a los pastores, ni a los bueyes. Papá, es Navidad… ¿por qué no han venido al desfile?
Thalía acababa de hacer su Primera Comunión. Sabía lo que significaban esas fiestas. Sus padres, creyentes y devotos, le habían inculcado el amor al Niño Dios y la grandeza espiritual de la Navidad. El padre, entre el estruendo de los tambores y la música, le respondió: no te preocupes, hija. En casa está, en el pesebre que hicimos con tanto amor. Allí lo verás.
La niña se tranquilizó. Se aferró a los brazos de su padre y sonrió al saber que el Niño Divino la estaría esperando en casa. Sin embargo, algo no encajaba. Las luces, los trajes coloridos, la algarabía........