Hasta hablando de cartones, cambiamos como país.

Julián Cárdenas Correa

Hace apenas unos años, buena parte de la izquierda política colombiana se rasgaba las vestiduras por el caso de Jennifer Arias, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes acusada de haber plagiado su tesis de maestría. Los discursos eran incendiarios, los titulares indignados, las redes hirviendo de moral. Se hablaba de “la decadencia de la derecha”, de la “mediocridad del uribismo”, de cómo los poderosos falseaban el mérito para sostener sus privilegios. Y era cierto: plagiar una tesis siendo servidora pública era una falta ética grave, un engaño al sistema educativo y una bofetada a quienes se esfuerzan por alcanzar un título legítimamente.

Claro que era una cosa ser uribista y otra muy diferente hacer lo mismo, o cosas peores, pero ser de izquierda.

Qué rápido cambian las escalas morales en este país. Hoy, la misma izquierda que entonces clamaba por decencia guarda un silencio vergonzoso frente al caso de Juliana Guerrero, la joven funcionaria del gobierno Petro que, según lo ha certificado la Fundación Universitaria San José, jamás cursó los estudios que decía tener y, sin embargo, utilizó esos títulos para ascender meteóricamente dentro del Estado. No se trata de un simple plagio, sino de falsedad en documento público y fraude académico total.

De Arias se decía que había copiado textos; Guerrero, en cambio, copió casi que una vida entera. Fabricó una hoja de ruta profesional inexistente y con ella accedió a contratos, viáticos, escoltas, vuelos oficiales y nombramientos de alto nivel. Es la caricatura del nuevo arribismo burocrático: jóvenes que cambian la disciplina por el atajo, el estudio por la........

© El Diario