Entre brindis y excesos: lo que las fiestas le hacen a nuestro cuerpo

Juan David Ortiz Sepúlveda

Diciembre llega con villancicos, reencuentros y mesas que parecen no tener fin. Las festividades de fin de año son, para muchos, un paréntesis emocional necesario; para el cuerpo, sin embargo, suelen convertirse en una maratón calórica. No se trata de demonizar el placer comer también es cultura y afecto, sino de mirar con honestidad cómo este periodo impacta el peso y la salud, y qué podemos hacer para que el brindis no termine en resaca metabólica.

La evidencia es clara: durante las fiestas se incrementa el consumo de azúcares añadidos, alcohol y alimentos ultraprocesados, mientras disminuye la actividad física. Estudios observacionales muestran que el aumento de peso en estas semanas, aunque modesto en promedio, tiende a no perderse por completo después (Yanovski et al., 2000). Ese “poquito” que se queda año tras año explica por qué enero suele sentirse más pesado que diciembre.

El alcohol merece mención aparte. Más allá de las calorías “vacías”, su consumo frecuente altera la regulación del apetito y el sueño, y se asocia con mayor riesgo cardiometabólico cuando es excesivo (World Health Organization [WHO], 2018). A esto se suma el cóctel típico de la temporada: cenas tardías, porciones grandes y postres omnipresentes. El resultado no es solo un número mayor en la báscula, sino picos de glucosa, dislipidemias transitorias y una inflamación silenciosa que pasa factura en personas con diabetes, hipertensión o enfermedad cardiovascular.

Ahora bien, la nutrición no es una ecuación moral. Comer en fiestas no es “fallar”. El problema surge cuando normalizamos el exceso como único guion posible. La ciencia de la conducta sugiere que los entornos influyen más que la fuerza de voluntad: mesas repletas, horarios irregulares........

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