El diálogo perdido entre la mente y el cuerpo al comer

Juan David Ortiz Sepúlveda

En una época saturada de información nutricional, aplicaciones de conteo de calorías y mensajes contradictorios sobre “lo que se debe” y “lo que no se debe” comer, es sorprendente que sigamos pasando por alto el actor más poderoso en nuestra relación con la comida: la mente. Comer no es solo un acto biológico; es también un proceso emocional y psicológico que condiciona cuándo, cuánto y por qué comemos.

Investigaciones en psicología del comportamiento han demostrado que la mayoría de nuestras decisiones alimentarias no son conscientes. Brian Wansink (2006) describió este fenómeno como mindless eating: comer sin plena atención, influido por estímulos externos como el tamaño del plato, la iluminación del lugar o la presencia de otras personas. Este tipo de alimentación automática nos desconecta de las señales internas que, desde un punto de vista fisiológico, deberían guiar nuestros hábitos: hambre, saciedad y satisfacción.

La desconexión entre mente y cuerpo genera una relación conflictiva con la comida. Cuando comemos por estrés, ansiedad o aburrimiento, no lo hacemos para nutrirnos, sino para regular emociones incómodas. Diversos estudios sobre alimentación emocional muestran que este patrón puede reforzar un ciclo de culpa, restricción y sobreingesta (Heatherton & Baumeister, 1991). El cuerpo pide una pausa, pero la mente busca alivio inmediato.

En contraste, enfoques como la alimentación intuitiva proponen una alternativa. Este modelo, desarrollado por Elyse Resch y Evelyn Tribole (2012), invita a recuperar la capacidad innata de escuchar al cuerpo y honrar sus señales, que junto a intervenciones de un profesional en nutrición, sería la forma........

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