Nueva etapa

Ciudad de México.- Se llamaba Elvira Arocha. Por los 50 años andaría ya. Hija única de padre y madre fallecidos, vivía sola en su casa de la calle de Santiago, la misma calle de Saltillo donde nací yo. El paso del tiempo y esa mala compañía que es la soledad le anublaron el cerebro, y cayó en una suave, apacible locura. Todos los días esperaba a un novio imaginario que por serlo no llegaba nunca. Lo aguardaba siempre, con ilusión que, a diferencia de ella, no se marchitaba. Cada noche, a las 8 en punto, abría de par en par los postigos de su ventana, y sentada en una silla de Viena esperaba al amado, que iría a conversar con ella en la reja, muy cerca ya la fecha de la boda. Vestía de blanco, novia ilusionada, y se maquillaba con polvos de arroz y un rubor en las mejillas hecho con papel de China rojo mojado con su saliva. Las manos juntas sobre el regazo esperaba, esperaba, esperaba. La gente del vecindario sabía de su melancólico delirio, y al pasar frente a su reja la saludaba con afecto: "¿Cómo está, Elvirita?". "Muy bien, gracias a Dios. Aquí, esperando a mi novio, que no tarda en llegar". Y seguía en su espera, hasta que sonaban las 10 de la noche en el reloj de la cercana Catedral. Entonces cerraba la ventana,........

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