Desde que era niño todos los días del año transitaba por nuestra plaza principal, cuando todavía había monos saltarines y también perezosos lerdos (“pericos” les llamábamos) y petitas hediondas, en su frondosa arboleda. Mi abuelo Francisco, con sus amigos alemanes, ocupaba en las mañanas el banco que está frente a la catedral, donde conversaban, quién sabe qué cosas, hasta antes de las 12. Yo salía de clases del colegio Seminario y me iba caminando de vuela a casa de mi abuela Rogelia o donde mi tía Augusta y andábamos hasta la calle Arenales con mi compañero de curso Alcides Parejas. Por esa vereda estaba la célebre Pascana (de la que años después fui cliente asiduo) el hotel Austro-Plaza (antigua residencia de mi bisabuelo Nemesio), la casa de los Ortiz, la librería “Cinco Hermanos Parejas”, y la tienda de mis amigos Spitz, donde se comían unos riquísimos chorizos con mostaza. Personas mayores y juventud tenían, en la vieja Santa Cruz, un paso obligado por el lugar para ir a la catedral, a la prefectura, al correo, a la universidad, al club social o al cine Palace, por decir lo que recuerdo.
Esa plaza que lleva el nombre de 24 de Septiembre desde el primer tercio del siglo pasado, se llamó, antes, Plaza de la Concordia, cuando hasta había corridas de toros........