Andrés Iniesta, en la rueda de prensa en la que anunció su retirada. / EFE
No hubo un gol de Iniesta. Hubo 43 millones. Cada uno vivió el suyo. Del mismo modo que todos nos acordamos de lo que hacíamos durante un atentado o un magnicidio, o el día que murió Diana de Gales, todos recordamos dónde vimos su gol. Los más afortunados, en directo, en aquel estadio sudafricano sumido en la bruma del invierno austral. Otros, en un hospital, al borde de una nueva cardiopatía tras haber superado un infarto, o en casa, con su familia y amigos, agarrados a un botellín de cerveza como a un rosario, mientras recitaban los misterios dolorosos respirando con dificultad por la patada de De Jong.
El 8 de octubre se retiró don Andrés. Como futbolista, lo ha logrado todo. Como persona, ha conseguido lo insólito: unir a las dos Españas. No sólo por el gol que nos dio el Mundial de 2010 y esa estrellita que es como el Toisón de Oro del fútbol, sino por su forma de ser, mezcla de humildad, ambición, fuerza, fragilidad, timidez y calidad a raudales que le hacía bailar, flotar y sentar cátedra con los pies en la cancha. No te puede caer mal Iniesta. Es metafísicamente imposible. En él hay un poco de todos nosotros, de nuestra infancia en el patio del colegio, de la pelota y el........