Hay mucho de James Ivory en las vistas de la Catedral desde los balcones de mi casa en Málaga, pero sobre todo en el título del artículo que le he tomado prestado a su película sobre dos inglesas en Florencia y de la transformación vital que van experimentando con solo la contemplación de la belleza y el hecho de vivir sumergidas en ella. Puedo dar fe de que este tipo de cosas suceden fuera de la pantalla y de las páginas de los libros. Y uno tarda bastante en olvidarse de eso que dicen de que en Málaga hay que vivir mirando al mar. Yo siempre lo había hecho, pero ahora comienzo a entender lo que afirmaba Saramago de que “el mar evoca la muerte”, aunque el tiempo que va huyendo, como decían los relojes de casa de nuestras abuelas, ayude bastante a ello.
Ahora no tengo al mar frente a mí, sino la interminable - en sentido espaciotemporal a la vez - fachada de la Catedral. Y ahora comprendo los versos que le dedicara Gerardo Diego. Aquel soneto que reza: “Naciste de la pura geometría/ blanca en la mente azul delineante/ y eres proyecto siempre, alzado instante/, espuma puesta en pie, cuajada y fría, / mas tan real de piedra y teología/ que se me van los ojos al bramante/ incorruptible, a la plomada amante/de que Dios más que nada se gloría.
Clarividencia de arcos y de claves/ visitada por ángeles bautistas, / aula que a fe me mueves y descalzas, / roca y cristal de sal, rada de naves/ tu alumno quiero ser si a ti me alzas, en vuelo anclado palpitando aristas.”
Solo la difícil temeridad del uso de la palabra exacta puede encerrar en catorce versos tanta grandeza y, sobre todo, tanto acierto en definir exactamente lo que es esta - y no otra – catedral. Solo la incorregible atracción por los charcos políticos que siempre me ha perseguido, me lleva hoy a escribir sobre uno de los símbolos de la ciudad madre. La inacabada Catedral, que no es una discapacitada, ni una sinfonía inacabada, sino "proyecto siempre, alzado instante" lleva trazas de corregir a la belleza de un verso con la realidad de una eterna realidad.
La Catedral de Málaga desde la casa del autor (M.V)No es universal la opinión, pero como decía Muñoz Seca, los extremeños se tocan. En este caso los malagueños. Los tradicionalistas recalcitrantes, que suelen pisar el suelo del templo exclusivamente cuando en Semana Santa algunas cofradías hacen algo parecido a una estación de penitencia, ascendiendo los tronos por una horrorosa rampa metálica y mimética al artefacto dorado sobre el que entra Cleopatra en Roma en versión Liz Taylor, coinciden con los modernos, los puristas y, en general, con los que nunca pisan una catedral, que utilizan argumentos arquitectónicos de carácter dogmático, tomados de una apresurada lectura de las teorías de William Morris, que como todo ser humano, acertó y se equivocó en varias ocasiones.
A ellos hay que añadir las instituciones políticas, sociales y religiosas, apartados todos ellos susceptibles de subdividirse en subapartados múltiples, en un avispero al que solo el hecho de que a la fuerza ahorcan ha puesto fin. La humedad, las lluvias, las sequías, los soles abrasadores de los mediodías de terral en meses romanos de verano, e incluso las deyecciones de las insoportables palomas, gaviotas y demás agresivas ratas voladoras, llevaron a las bóvedas de la Catedral a una situación tal de abandono, que ha habido que olvidarse de criterios inconsútiles y empezar a alzar las cubiertas cuyos planos había dejado diseñados de forma cuasi milimetrada, ni más, ni menos, que Ventura Rodríguez. Contemplar los alzados de Vanvitelli provoca un efecto aéreo de belleza de una arquitectura eterna.
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