Lo mejor que le puede pasar a Cataluña

Toca hacer un elogio de la política aburrida, pero conciliadora, tras una década con la ira a flor de piel en Cataluña. A riesgo de contravenir las reglas del oficio, no seré equidistante frente al peligro seguro de una desalentadora vuelta a las andadas, incluido el blanqueo del muy poco honorable Carles Puigdemont, que pretende renacer de un pasado tormentoso con cuentas pendientes y no amnistiables en el Tribunal Supremo.

En vísperas de la jornada electoral conviene rezar a los dioses de la razón práctica para que Salvador Illa, solo o acompañado de fuerzas ideológicamente afines, sea el próximo presidente de la Generalitat. Es uno de los tres escenarios que se iluminarán en el recuento del día de San Pancracio por la noche. Y estos son los otros dos: nuevo frente nacionalista como el fracasado en la ya cancelada “legislatura del 52%”, o el bloqueo que llevaría a unas nuevas elecciones.

Si se puede elegir, no hay color.

De los ocho aspirantes al cargo, el exministro de Sanidad reúne las mejores gracias para coronarse como Illa el pacificador. Vende concordia, estabilidad y dedicación a los problemas de la gente que los nacionalistas dejaron sin resolver a lo largo de estos años (sequía, vivienda, educación, seguridad). Su lastre es la sombra del declinante sanchismo que le acompaña. Pero tiene remedio, a la vista del historial del PSC, siempre celoso de su autonomía frente al PSOE, ante un eventual choque de intereses.

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