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La vida de los otros

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18.08.2024

Cuarenta años después, he regresado a Berlín. Tenía diecinueve años cuando la visité por primera vez, invitado por el gobierno alemán, cuya sede estaba entonces en Bonn, una ciudad que más parecía un pueblo de burócratas imperturbables. Todavía no alcanzo a comprender por qué los alemanes perdieron su tiempo y su dinero invitándome a su país, como si yo fuera un hombre importante. No lo era, desde luego. Apenas tenía un programa de televisión y una columna en un periódico. Quizás querían tener a un amigo en mí. Lo consiguieron.

Era 1984 y la ciudad de Berlín seguía ominosamente dividida por el muro de la vergüenza que erigieron los comunistas para impedir que los alemanes del este fuesen libres. Mis anfitriones, los alemanes libres del oeste, me llevaron una fría mañana al Check Point Charlie, la garita férreamente vigilada donde, con suerte, podía cruzarse el muro de Berlín libre a la parte cautiva. Unos cancerberos uniformados examinaron mi pasaporte y me dejaron pasar, acompañado de mi guía y traductor. Dijimos que éramos periodistas. Nunca había estado en una ciudad comunista, no he vuelto a una ciudad comunista. No mentiré: tenía miedo. Pensaba: ¿y si al final de la tarde no me dejan regresar a Berlín libre? ¿Y si me confiscan el pasaporte, me acusan de espía precoz y me arrestan?

Durante horas, mi guía y yo recorrimos Berlín comunista en un auto oficial. El contraste entre la ciudad libre y la ciudad oprimida era brutal, desolador. En Berlín oeste, la ciudad bullía de negocios florecientes, coches de lujo, grandes hoteles, mujeres elegantes, cafés y restaurantes abiertos hasta la medianoche. El capitalismo había devuelto todo su esplendor a la ciudad, tras la guerra. En cambio, Berlín oriental parecía un cementerio. Gris, opaca, cenicienta, con edificios ruinosos y peatones ensimismados que caminaban deprisa como si fuesen a ser detenidos por la policía política que todo lo espiaba, Berlín comunista parecía lastrada por el miedo a la libertad y al progreso económico y daba........

© El Comercio


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