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El raro oficio de vivir

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27.10.2024

A estas alturas, yo debería estar muerto. Tenía previsto retirarme del gran teatro de la vida antes de cumplir cincuenta años. Me parecía un exceso insoportable vivir conmigo mismo más de cinco décadas. Quería divorciarme de ese odioso señor que soy yo mismo. Tal cosa solo parecía posible dejando de respirar un buen día, como quien renuncia al raro oficio de vivir. Era una fatiga creciente cargar con mi pasado, con mi rostro, con mi voz, con mi nombre y mi apellido. Era un incendio ser yo mismo. Vivir era quemarme, chamuscarme, cubrirme de cenizas.

Sin embargo, en pocos meses, y contra todo pronóstico, cumpliré sesenta improbables años. Quiere decir que he vivido diez años en los que pensé que ya estaría cómodamente muerto. Le he robado una década a la muerte. No es poca cosa. Debería estar contento o agradecido. No lo estoy. Estoy preocupado. Me preocupa seguir respirando sin advertir que ya estoy muerto. Me preocupa ser un muerto en vida.

Como he vivido estos últimos diez años pensando que eran tiempo suplementario, tiempo extra, los descuentos del partido, entonces he tratado de hacer ciertas cosas para demostrarme que no estaba muerto en vida. Una de esas cosas es escribir: cuando escribo, despierto, renazco, resucito, cambio de piel, sé que estoy vivo. Suelo pensar, antes de sentarme a escribir, sin saber qué carajos voy a escribir: deberías estar muerto, pero extrañamente sigues vivo, o eso parece, aunque ya has muerto para mucha gente que te detesta; entonces búrlate de la muerte, o escapa de ella, haciendo lo que te cantan los cojones. Mis cojones cantan. Cuando cantan, escribo. Pero no siempre escribo cosas cojonudas.

No escribo para ganar dinero ni para ganar lectores ni para ganar premios. No escribo para que mi........

© El Comercio


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