Carlos es un emprendedor a quien conozco de toda la vida. Hace unos años, decidió abrir tres pequeños restaurantes en distintos puntos del país –dos dentro de la ciudad de Lima y uno fuera–. Lo que sigue es un recuento verídico de algunas de sus experiencias –que son las de un pequeño empresario cualquiera– sobre las dificultades de hacer negocio formal cuando la honestidad y la ley están ausentes. He seleccionado solo una o dos anécdotas de cada establecimiento, pero el repertorio es variado.
El primer restaurante en Lima sufrió un cierre municipal por tener cuadros en las paredes y no contar con permiso para ello –así como se lee–. Como sabe cualquier persona del rubro, con márgenes pequeños y fechas de expiración en los alimentos, un puñado de días sin operar puede ser mortal para el negocio. Para tramitar la reapertura del establecimiento –y luego de esperar casi cuatro horas a que el........