Creo que a estas alturas es conocido el caso de Íñigo Errejón, ese prohombre que comenzó con una beca de la misma categoría que la tesis de Sánchez, continuó dando lecciones éticas y, por supuesto, de feminismo, y está viendo cómo ahora casi ni le conocen en el partido (o lo que sea) al que representaba en el Parlamento.
El escándalo está siendo mayúsculo por varias razones: por su repugnante, si no delictivo (habrá que esperar al veredicto de los jueces) comportamiento con varias mujeres (parece que se van sumando); por su hipocresía al haber sido uno de los adalides del “feminismo” de la ultraizquierda podemita y sumatoria; y, sobre todo, porque parece que todos conocían sus “prácticas” y no solo no le echaron, no digamos denunciaron, sino que las taparon cuando hubo ocasión. El trío que salió el lunes, encabezado por la ministra Mónica García, al conocer un caso el año pasado, afirmó que no se “interpretó como una alarma ni una pauta generalizada por parte de Errejón”, es decir, que uno de los suyos tiene que ser un reincidente (y encima parece que lo era) para que se lo tomaran en cuenta. No solo eso, afirman sin rubor que sabían que tenía problemas de “otra índole” y que intentaron ayudarle. Y pienso, ¿esos problemas eran compatibles con su cargo público? Parece que en Sumar sí, que llega a la conclusión de que lo sucedido es “un triunfo del feminismo” [sic]. ¿Triunfo el que un político use su situación de poder para, supuestamente, abusar de esas mujeres que veían en él un ejemplo? ¿Triunfo que tenga que salir una víctima a dar la cara para que se acuerden de que algo sabían y no haya más responsabilidades?
Con ser esto muy........