La trampa de la pobreza en el Huila
Carlos Yepes A.
En Colombia solemos escuchar que “el que trabaja duro progresa”. La frase anima, pero cuando miramos con calma lo que pasa en el Huila, esa verdad se resquebraja: el lugar donde nacemos sigue pesando más que el esfuerzo. Llegar al mundo en un hogar pobre, en la periferia de Neiva o en una vereda apartada, condiciona casi todo: la posibilidad de estudiar, de encontrar un empleo digno y de construir un pequeño patrimonio. A ese círculo que se repite, le llamamos la trampa de la pobreza.
La idea es incómoda, pero real. Diversos estudios han mostrado que en Colombia se requieren varias generaciones para que una familia que hoy está en la base de la pirámide alcance un nivel de ingresos medio. Es decir, el ascenso social es tan lento que muchos de quienes hoy viven en la pobreza no verán el cambio que desean para sus hijos. La pobreza no solo se sufre; también se hereda.
Esa herencia toma forma en padres con poca escolaridad, empleos informales mal pagados, barrios con servicios deficientes y un mercado laboral que muchas veces premia más las conexiones que el mérito. La educación debería ser la herramienta para emparejar el terreno, pero no ofrece lo mismo en todas partes. No es igual estudiar en un colegio con buena infraestructura y docentes estables, que hacerlo en una institución rural a la que es difícil llegar, con salones deteriorados y alta deserción. En esas condiciones, el mensaje de “estudie para que le vaya mejor” suena justo, pero insuficiente.
Cuando los jóvenes huilenses salen al mercado........





















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