La mirada clara como una consigna astral. El pelo denso y recio, como una duna tostada de sol. La expresión clarividente, como un manantío de lucidez. En el periodismo que cultivaba a borbotones -vocación sin recato- nunca encalleció la singularidad del interregno porque su soberanía profesional se plateaba -y se pateaba- de léxico y análisis. Fue periodista veinticuatro horas al día. Escribía como los ángeles custodios que nunca forcejean en los meridianos invisibles de la Giralda. Allí donde clavó la retina, como un mirador agudo y abisal, derramaría tinta -ni china ni de calamar- sobre las cuartillas de un oficio de urgencia. El periodismo no es estaca sino profundidad y desbrozo. Mezcló como nadie el acento y la ironía. Meditación y sugerencia. “La tragedia de Andalucía -dijo a pecho descubierto- es su ausencia de reflexión”. Sabía merodear por los secretos aún inadvertidos de las ciudades. Sobre todos las del Hondo Sur. Fue cronista local de fuste, con derrames de amor platónico. Y reportero de las Españas forzadas al cainismo congénito. Vez tras vez invitaba al pensamiento a buñuelos. Acertó a denunciar la explotación de los pobres de solemnidad colocando la máquina de escribir en las trincheras sordas de los corrales de una suerte de andalucismo desgañitado de siglas. Fue un revolucionario del papel prensa hasta la extenuación. La noticia, de........