¿Cómo me las maravillaría yo para escribir este artículo? Posiblemente recordando a un torbellino de colores con nombre de mujer… ¿Quién dijo que ella, la Faraona, en el firmamento poder no tuviera? Ni nublado de tiniebla y pedernal, ni potro desbocado que no sabe dónde va, ni tampoco un desierto de arena. Lola Flores, antes bien al contrario, fue una eclosión constante de tronío, de arte, de poderío, de raza, de energía. Coraje, garra, reivindicación, arrojo, ímpetu. Morenez. Zambra y peineta. Bata de cola. España. Jerez. Ignoro si alguien preguntó alguna vez a la universal jerezana qué tiene la Zarzamora, que a todas horas llora que llora, por los rincones. Entrevistas atendió a espuertas a lo largo de su fecunda trayectoria. Unas de regate corto y otras de carácter intimista. Hoy, sin mayor dilación, nos vamos chutando -pegándonos patadas allí donde la espalda pierde su honroso nombre- hacia un Jerez en blanco y negro. Que no necesariamente en Franco y Negro, por citar el ocurrente título novelesco del académico y escritor José Carlos Fernández. Hacia un Jerez antiguo y hacia una entrevista con enjundia y rigor periodístico. Nos retrotraemos a varias décadas atrás. Pongamos que hablamos de comienzos de la década de los años 50 del pasado siglo. La sociedad de jerezana era un epítome de saber estar. La eme con la i, Miserere. La te con la........