El mensaje no es un adorno |
Llevamos años viviendo en una tormenta perfecta, exceso de información, redes sociales que amplifican lo superficial, escándalos que duran 24 horas y desconfianza creciente hacia cualquier figura pública.
Todo se comunica, pero muy poco se comprende, y en medio de ese ruido, a la hora de las elecciones, los candidatos siguen creyendo que con spots ingeniosos, jingles pegajosos y encuestas a modo basta para ganar.
No, las campañas que de verdad cambian algo —las que mueven a la gente a salir de su casa un domingo, hacer fila y marcar una boleta— se ganan con algo mucho más profundo, una narrativa.
Una historia que le cuide el rostro al ciudadano, que le ponga palabras a lo que siente, que le ofrezca un lugar en el futuro que se está proponiendo.
No es tener la razón, es conectarLos “cuartos de guerra” se llenan de buenos diagnósticos, propuestas sólidas, documentos muy bien escritos… que nunca llegan al corazón de nadie.
Sin embargo, también hay campañas con pocos recursos, pero con una historia clara, capaces de darle sentido a la rabia, al miedo y a la esperanza de la gente.
Esa es la diferencia entre “tener razón” y “conectar”.
La política es, en el fondo, una disputa por el significado de las cosas: qué entendemos por justicia, quién puede hablar en nombre del pueblo, qué futuro vale la pena imaginar.
Si una campaña reduce todo a ataques y slogans huecos, pierde la oportunidad más valiosa: redefinir esas preguntas.
Un mensaje claro no es un mensaje simplón.
No se trata de encoger la complejidad a una frase de tres palabras, se trata de ordenar esa complejidad, nombrarla, devolverla al ciudadano en un lenguaje que pueda entender, sentir y repetir, un buen mensaje hace que la persona se sienta vista, reconocida, invitada a algo que vale la pena.
Uno de los grandes males de la política actual es que demasiadas campañas se diseñan para el algoritmo, no para el ciudadano, se construyen desde la comodidad del sofá del consultor en vez de hacerlo desde el mercado, el transporte público, la escuela, el hospital.
Se piensan para impresionar en TikTok o Instagram, no para responder al “¿y a mí qué?” de quien vive con un salario mínimo.
Por eso tantas estrategias suenan a plástico: frases que podrían decirse en cualquier país, en cualquier elección, por cualquier candidato, es la política de plantilla: ponen el nombre, el color y el logo… y todo lo demás es intercambiable.
El político que quiera trascender necesita algo más que un buen publicista: necesita escuchar. Escuchar de verdad. Saber qué enoja, qué duele, qué ilusiona.
Estar presente, en cuerpo y en espíritu, en la vida cotidiana. Porque la emoción que mueve el voto no surge de un “focus group”; nace de historias reales de frustración, miedo y esperanza.
La buena campaña no manipula esa emoción, la reconoce y la acompaña, no inventa enemigos, propone causas comunes, no vende humo, construye puentes.
La columna vertebral es el mensajeComo ciudadano, me gustaría que los equipos de campaña, antes de pagar espectaculares, redes, giras y debates, respondieran una sola pregunta:
¿cuál es nuestro mensaje? No ¿qué vamos a prometer? No ¿a quién le vamos a pegar? El mensaje es ese hilo conductor........