OPINIÓN: Guerras

La guerra no desprecia los espacios disponibles. Acostado o sentado en mi cuarto seguro, no puedo sin embargo controlarla en mi propio cuerpo. El virus está en mi sangre y yo he tratado de fortalecer los anticuerpos, tomar los analgésicos indicados, ser un paciente obediente. Ya la fiebre pasó. Alguien pregunta, ¿dónde te duele? Sonrío. No es grave, no moriré, pero el maldito virus explora todos los resquicios de mi cuerpo, y me inutiliza las manos y los pies. Yo solo soy un cuerpo en su máxima e indefensa extensión, el territorio donde ocurren las batallas. De repente, explota algo similar a una granada en mi muslo derecho; segundos más tarde, una punzada como tiro de rifle, traspasa mi rodilla izquierda. Así voy conociendo la geografía de los puntos vulnerables: una simple caricia puede revelarlos. Pero en esta guerra no caben las definiciones genéricas: no puedes decir, por ejemplo, me duele la pierna, en la pierna hay miles de terminales nerviosas, y sin embargo, sabes que te duele con certeza el dedo meñique del pie y un mínimo montículo que descubres en la pantorrilla izquierda. Mis manos son un desastre: alguien ha martillado con saña las articulaciones. Pero no, no pretendo continuar esta descripción minimalista. Soy apenas un punto en el espacio y son varios los virus que han aparecido sospechosamente este año de manera simultánea. Sabemos que la guerra biológica incluye su dispersión en nuestras ciudades. Es algo difícil de probar, quizás un acápite que nuestros hijos o nietos lean muchos años después, en algún expediente desclasificado de la CIA, como ya ha ocurrido con respecto a hechos anteriores.

La casa, donde........

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