LA HABANA, Cuba. — El régimen castrista siempre ha tratado de apropiarse de la obra de cuanto artista o escritor exiliado y de renombre fallece en el exterior. Se trata, en la mayoría de los casos, de personas que se vieron obligados a huir por disentir u oponerse al poder.
En una especie de necrofilia artístico-literaria, muchos nombres de artistas —algunos desconocidos por prohibidos— son reincorporados al acervo cultural oficial con la reedición de sus obras, con odas intelectuales, y hasta con algún grupo de pioneritos rindiéndole homenaje a su foto. Todo esto sin consultar siquiera a sus descendientes.
La muerte de Pablo Milanés realza el debate sobre a quién pertenece la obra del exiliado: a la tiranía usurpadora o a la nación. El discreto velatorio del cantautor en el Vedado habanero no se compara al magnificente funeral de la Casa de América de Madrid. Pablo, que prefirió vivir sus últimos meses en la capital española y ser enterrado allí, escapó de la diletancia depredadora de Abel Prieto, Alpidio Alonso y su camarilla camorrista. Que alguien preguntara si Pablo murió como exiliado o simple emigrante desató la jauría cultural, toda vez que, mientras agonizaba, una documentalista extranjera castrista le llamó “gusano”, epíteto reservado solo a los más connotados opositores.
No todos tuvieron tal suerte. Muchos de los intelectuales y artistas muertos en el exilio, sufren el secuestro por la dictadura de su memoria intelectual. Jorge Mañach es un ejemplo. Solo muchos años después de su muerte, en la década de 1990, se pudo leer en Cuba su libro Martí, el Apóstol, considerado la mejor biografía de El Maestro, o sus trascendentes ensayos Indagación del choteo, y La crisis de la alta cultura cubana. Hasta han llegado a decir que “equivocadamente se fue a Puerto Rico, pues no tenía ningún problema con la Revolución”.
El extraordinario pianista y compositor Ernesto Lecuona fue otra víctima del secuestro de su obra. Como Mañach, debió esperar muchos años para que se pudiera hablar de él. Hubo un tiempo que hasta los pianistas que interpretaban su música eran mal vistos y fueron víctimas de cierto tipo de parametración. Cuando falleció se produjo la incautación de su obra, a pesar de que dejó dispuesto que sus restos mortales no regresaran a Cuba mientras imperara el régimen castrista.
No debemos olvidar a Gastón Baquero, exiliado en España tras el triunfo de la Revolución castrista. Por ser homosexual y haber ocupado un cargo en el gobierno de Batista, los castristas lo forzaron al exilio y lo condenaron al olvido. Cuando estaba cerca su muerte, el régimen realizó una amplia campaña para apropiarse de su amplia obra. En 1994 se ofreció una conferencia en la Universidad de La Habana sobre su obra poética. Ya muerto publicaron una antología de su poesía.
¿Qué decir del narrador y poeta Severo Sarduy? En 1960, cuando trabajaba en Lunes de Revolución, aprovechó una beca para exiliarse en París. En Cuba lo prohibieron por ser homosexual y por haber traicionado a la Revolución. Como a Gastón Baquero o a la cantante Celia Cruz, a Severo Sarduy nunca le permitieron regresar a su patria, pero tras su muerte incluido en antologías y publicaron en Cuba su novela De dónde son los cantantes.
De la memoria de Orlando Jiménez Leal, director de importantes documentales y filmes, como PM, El Súper y Conducta impropia, aún no se han apropiado. Tan grande es su obra como el silencio que lo cubre. Su documental PM, en 1961, provocó la ira del innombrable, que respondió advirtiendo a los intelectuales con la frase, “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”. Otro documental suyo, Conducta impropia, que denunciaba la persecución contra los homosexuales, provocó la realización de la película Fresa y Chocolate.
Orlando Jiménez está excluido de EcuRed, la enciclopedia colaborativa del régimen castrista. No obstante, con tal de apropiarse indebidamente de su obra, el gobierno puede cambiar de palo para rumba y, llegado el momento, elegir a Jiménez Leal para recibir el título de Maestro de Juventudes, por la Asociación Hermanos Saiz (AHS), o que sus polémicos documentales, críticos de la tiranía, sean presentados en la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA).
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LA HABANA, Cuba. — El régimen castrista siempre ha tratado de apropiarse de la obra de cuanto artista o escritor exiliado y de renombre fallece en el exterior. Se trata, en la mayoría de los casos, de personas que se vieron obligados a huir por disentir u oponerse al poder.
En una especie de necrofilia artístico-literaria, muchos nombres de artistas —algunos desconocidos por prohibidos— son reincorporados al acervo cultural oficial con la reedición de sus obras, con odas intelectuales, y hasta con algún grupo de pioneritos rindiéndole homenaje a su foto. Todo esto sin consultar siquiera a sus descendientes.
La muerte de Pablo Milanés realza el debate sobre a quién pertenece la obra del exiliado: a la tiranía usurpadora o a la nación. El discreto velatorio del cantautor en el Vedado habanero no se compara al magnificente funeral de la Casa de América de Madrid. Pablo, que prefirió vivir sus últimos meses en la capital española y ser enterrado allí, escapó de la diletancia depredadora de Abel Prieto, Alpidio Alonso y su camarilla camorrista. Que alguien preguntara si Pablo murió como exiliado o simple emigrante desató la jauría cultural,........
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