LA HABANA, Cuba. – Yo, como diría Reinaldo Arenas, soy una “no persona”, aun cuando mis tribulaciones no sean ni siquiera parecidas a las que sufrió él, ese Reinaldo que muy bien nos hiciera notar cada una de las puñaladas a las que fue sometido, y también el sangrado. Yo no fui un prófugo del gobierno de Fidel Castro, al menos no de la manera en que lo fue Reinaldo. Yo no me vi obligado a esconderme en el Parque Lenin, ni fui víctima de las acusaciones que lo acosaron. A mí no me culparon de seducir a jovencillos en flor. Yo, aunque alguna vez me acosaran las muchas tribulaciones, no me suicidé, al menos no hasta hoy, y mucho menos en Nueva York, pero aun así soy “una no persona”.
Soy “una no persona”, y no porque el Gobierno me desprecie y me vigile, que lo hace… También soy una no persona por razones domésticas. Soy una “no persona” desde aquella fatídica mañana en la que tomé la decisión de hacer una cola en una tienda de la calle Ayestarán, esa tienda que me asignaran para comprar el pollo. Sin dudas no fue la primera vez que enfrentara yo una cola. ¿Quién podría decir cuál, o cuándo, fue la primera vez que hizo una larga cola, una cola interminable, una cola sin fin, en esta Isla? Yo había hecho algunas colas, pero desistí la mayoría de las veces por razones más que obvias: el sol, el calor, los sudores, los pleitos, el griterío, la chusmería, el chanchullo, y todo lo de atroz que aportan las colas en La Habana o en cualquier parte de nuestra breve geografía insular.
Y es que nuestras colas son dantescas, y también tienen la apariencia de una “feria de vanidades”, sobre todo en ese último instante, ese en el que se consiguiera el ansiado paquete de pollo, o el picadillo, o el jabón para el baño, o el papel higiénico. Y es que en ese instante todos salen tan airosos, tan eufóricos, incluso tan vanidosos que dan la apariencia de cargar en su mochila el diamante del Capitolio Nacional. Ese instante posterior a la compra del pollo podría ser celebrado cantándole a esa carne blanca: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”, de Violeta Parra, o “La gloria eres tú”, de José Antonio Méndez.
“La gloria eres tú”, así cantamos en Cuba cuando se consiguen los breves muslitos de pollo. Lo malo es que yo no canto casi nunca, quizá porque la suerte me acompaña pocas veces, sobre todo cuando me someto al bullicio, al desorden, al calor, que siempre es culpa de las muy altas temperaturas, pero sobre todo de la “humanidad” cubana, esa “humanidad” que naciera con una revolución que se hizo dueña del poder desde 1959 y hasta el día de hoy… Y quizá por eso no pude cantarle al pollo la única vez que lo intenté en los últimos tres años. Yo no entoné “La gloria eres tú” mientras hacía el camino de vuelta a casa.
Resulta que cuando estuve en la mesa ante las dos dependientas que revisan minuciosamente los documentos, entiéndase libreta de abastecimiento y carné de identidad, descubrimos, ellas y yo, que había desaparecido mi libreta de abastecimiento, y que no podría comprar ese pollo, y tampoco el que viene en la canasta básica, y que se compra en ese espacio al que llamamos “carnicería” y que abre solo un par de veces al mes: cuando viene el muslito de pollo, cuando vienen los cinco huevitos y, excepcionalmente, cuando llega alguna de esas “donaciones” en algún barco que cruzara un largo océano.
Así que perdida la libreta de abastecimiento no habría pollo para mí, ni nadita de nada. Y lo peor fue cuando constaté las enormes filas en las oficinas de Comercio Interior, esas a las que los cubanos, los reyes de las siglas, llamamos “Oficoda”. De solo recordar esa cola en la Oficoda, en esa oficina comercial de distribución de alimentos, se me eriza la piel, se me pone la carne de gallina, y la carne de gallina es dura, y más si se trata de una gallina vieja, que eso decimos los cubanos.
Y después de todo lo que he contado, creo que no pondrá reparos el lector a mi condición de “no persona”, esa condición que, con más traumas y en todos los ámbitos, tuvo que asumir Reinaldo Arenas. Sin dudas, quien no tiene libreta de abastecimiento no existe, quien no tiene libreta de abastecimiento no es identificable a la hora de llevarse a casa los productos “normados”, que son todos o casi todos, aunque sean pocos. Quien no tiene libreta de abastecimiento no existe, es una “no persona”. La otra opción es pagar con dólares, con libras esterlinas, con euros y otras linduras, pero ni siquiera esas fortísimas monedas te salvarán de ese viejo karma que tenemos los cubanos: la presencia de las colas y de la libreta de abastecimiento en nuestras vidas.
Pasadas unas cuantas semanas deberán entregarme el “duplicado”, un frágil papelillo en el que se advierte de la pérdida y se autoriza al bodeguero a darme lo que me toca. Un papelito que me convierte en un ser de cuarta categoría, que deberá cuidar de ese papelito como si se tratara de “la niña de sus ojos”. El papelito no deberá mojarse, ni siquiera con el sudor de las manos, ni siquiera con una desesperada o furtiva lágrima, para que no se borre la tinta, esa que pareciera “la tinta sangre del corazón”.
Desde ahora, y por unas cuantas semanas, quizá meses seré un individuo inexistente, un barco a la deriva, una no persona, un hombre sin libreta de abastecimiento. Mi historia podría ser el centro de una nueva versión de “La muerte de un burócrata”, esa que nos legara Tomás Gutiérrez Alea. Mi libreta de abastecimiento perdida es lo más parecido al “carnet laboral” con el que fuera enterrado, pero sin la música de Leo Brouwer, aquel viejo trabajador de la fábrica de bustos de José Martí. Mi libreta de abastecimiento perdida es aquel carnet en lo profundo de una bóveda fría, y es también la viuda que no puede cobrar la pensión que le corresponde después de muerto su marido, si no muestra el carnet laboral del fallecido, ese carnet con el que fuera sepultado el muerto.
¿Soy o no soy yo una no persona? ¿Acaso existo? Yo soy ahora un muerto en vida. “Soy esa esa fiebre de tu piel, soy lo prohibido”. Soy un ser oscuro, sin luz y también sin gas, una no persona, una no persona…, hasta el infinito, que es la muerte. Así andamos en esta Isla que parece regida por los mil demonios, esta Isla en la que su Gobierno no acaba de entender que la existencia es primero, y algo después las esencias, pero yo no sé todavía qué va primero, mi existencia, o la libreta de abastecimiento.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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