LA HABANA, Cuba. – Las puertas de un cine tienen ese mismo “qué sé yo” de las tardecitas de Buenos Aires a las que cantaron Piazzola y Goyeneche. Y es que a las salas de cine se entra “medio volando, medio cantando, medio bailando, incluso en la más cerrada oscuridad. Las puertas de entrada a cualquier sala de cine propician también lo que quizá sea el más exaltado encuentro con la oscuridad, y con la luz; la sala oscura y la pantalla iluminada podrían estar entre las más cordiales desavenencias que la vida nos proporcionara hasta hoy.

Y deben ser muchos, sin duda billones, los que hasta hoy traspasaron ese umbral de luz y sombras que conduce a una sala en penumbras para encontrarse con secuencias de imágenes luminosas que conforman una historia, una pieza cinematográfica, una de esas que, tristemente, ya se ven en la casa, en la televisión, en un tablet, en el teléfono, aunque jamás sea igual, ni siquiera parecido, a esa experiencia que proporciona la pantalla grande en esa sala llena de extraños, y “algunos pocos conocidos”.

El cine tiene una intimidad parecida a la que proporciona la lectura, incluso en las más sonadas y rimbombantes fiestas del cine mundial. Y Cuba también tiene su fiesta en ese Festival del Nuevo Cine Latinoamericano que ya comienza a dar la triste imagen de su vertiginosa ancianidad. Ese festival salido de la cabeza de Fernando Birri, Gabriel García Márquez y Fidel Castro, ya anda apoyándose sobre un carcomido bastón, y hace notar su imagen torva, una muy pronunciada joroba, una inclinación que podría alcanzar el suelo aunque pretendía llegar al cielo.

Ya se le sienten a ese festival los golpes del bastón en su constante choque con el suelo; toques de alarma, toques de angustia que hacen recordar aquellos tiempos en los que los habaneros guardaban sus vacaciones para disfrutarlas en esa secuencia de días en las que el centro de todo era el cine. Días en los que, en ciertos lugares alejados de los circuitos de cine, parecía que la ciudad no existía, que moría sin remedio.

Y aunque dice el dicho que “escobita nueva barre bien”, sucede que el poder cultural regido por el más alto poder le “sacó el pie a los cines, y a sus festivales, y comenzaron a deteriorarse las salas, y hasta aparecieron algunos discursos trasnochados que culparon al imperialismo, a la gusanera. Y los ministros de cultura que entonces fueron se dedicaron a otras cosas, y pasó Abel Prieto, y otro y otro, hasta llegar Alpidio el golpeador, el arrebatador de celulares, el perpetrador de malos versos, y los cines desaparecieron, al menos en su funcionalidad y sus funciones.

Los cines se convirtieron en oscuros almacenes de roedores y ortópteros. Cucarachas y ratones se hicieron cargo de todo: del lunetario, de las anchas y altas pantallas, de las mismísimas esencias del cine. Y algunos cines, sus espacios y estructuras, pasaron a ser proyectos de la industria hotelera, como es el caso del cine más insigne de la ciudad, el más visible, el gran Payret. Y también se destruyó el Actualidades, ese frente al que me paré para fijar su destrozo en una imagen.

Así andan también los cines de la Víbora, los cines de Marianao y Playa, así están los cines del Cerro, esos que busqué hace solo un rato, siguiendo el rastro de sus salas. Y fue así que encontré al cine Edison, ese que cuando perdiera su función de sala de cine fue sede del grupo de teatro Cimarrón, y luego podredumbre y muerte. Y sabrá Dios a dónde fueron a parar los mármoles de los portales del cine Maravilla, también en el Cerro, ese donde la herrería de sus taquillas de venta de entradas es pura herrumbre.

¿Qué pasó con los cines? ¿Cómo murieron los tantos cines de La Habana? ¿Cómo y por qué desaparecieron esas salas de una ciudad que ahora celebra ese festival que se agenciaron los comunistas, los mismos que dejaran en ese estado calamitoso que exhiben sus, otrora, muchísimas salas? ¿Cómo se puede ser la capital del cine latinoamericano si se destruyeron las salas grandes y las salas de barrio? ¿Dónde está el City Hall? ¿Dónde el Edison? ¿El Coloso?¿El Duplex? ¿Dónde el cine México y el Maxim?

Y lo más probable es que el lector de este texto, si es que lo tuviera, haga también su propia lista, la entrañable lista de los cines de su barrio, que de seguro tuvieron destinos idénticos. Y como en la capital, lo mismo ocurrió en otros pueblecillos y ciudades del país. Y esa sensación de pérdida puede estar ocurriendo en Santiago y Santa Clara, en cualquier ciudad, en cualquier pueblo, mientras se recuerda una película, el primer apretón de manos a su amor, el beso que resguardó la oscuridad de la sala, el que iluminó la luz de la pantalla.

En esas salas nos enamoramos, ilusamente, de los protagonistas. En esas oscuridades pudieron gestarse esos amores prohibidos entre dos muchachos, entre dos muchachas. Es muy triste reconocer hoy la decadencia de esos sitios en los que se fue feliz por primera vez, y quizá hasta por última vez. Allí ganaron amores, y hasta deseos, Delon, Marilyn, Redford, Brad, Julia Roberts….

¿Y cómo se puede celebrar entonces un festival de cine con tanta alharaca, en un país que dejó morir a sus salas de cine y prohibió películas y documentales? ¿Cómo atender a un festival regido por una dictadura? ¿Cómo celebrar un festival en un país regido por un comunismo censor que pone su ojo examinador en películas, en directores, en actores? ¿Cómo dar crédito a una “fiesta del cine” en un país de ruinosas salas de cine, de salas irreversiblemente muertas? La Habana ya no tiene cines aunque todavía le queden un montón de cinéfilos. La Habana tiene un Gobierno que también es dictatorial en cuestiones de cine.

¿Cómo celebrar un festival de cine latinoamericano sin contar con Miguel Coyula y sin Carlos Lechuga?¿Cómo celebrar un festival de cine en el país que censuró a Nicolás Guillén Landrián? ¿Cómo hacer un festival de cine en un país que cree solamente en el “reino de los fines”, donde los fines y los cines son aliados del poder? ¿Cómo comulgar con un festival que niega, que obvia, el pasado de un cine al que tildan de prerrevolucionario”? ¿Cómo comulgar con quienes niegan el movimiento, incluso el movimiento más tradicional? Sin dudas el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, ese que niega la existencia de lo que no resulta propicio a su discurso, está muerto, y enterrado, como las tantísimas salas de cine que alguna vez fueron.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono 525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.

QOSHE - Un festival de cine sin salas de cine - Jorge Ángel Pérez
menu_open
Columnists . News Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Un festival de cine sin salas de cine

6 2 0
07.12.2022

LA HABANA, Cuba. – Las puertas de un cine tienen ese mismo “qué sé yo” de las tardecitas de Buenos Aires a las que cantaron Piazzola y Goyeneche. Y es que a las salas de cine se entra “medio volando, medio cantando, medio bailando, incluso en la más cerrada oscuridad. Las puertas de entrada a cualquier sala de cine propician también lo que quizá sea el más exaltado encuentro con la oscuridad, y con la luz; la sala oscura y la pantalla iluminada podrían estar entre las más cordiales desavenencias que la vida nos proporcionara hasta hoy.

Y deben ser muchos, sin duda billones, los que hasta hoy traspasaron ese umbral de luz y sombras que conduce a una sala en penumbras para encontrarse con secuencias de imágenes luminosas que conforman una historia, una pieza cinematográfica, una de esas que, tristemente, ya se ven en la casa, en la televisión, en un tablet, en el teléfono, aunque jamás sea igual, ni siquiera parecido, a esa experiencia que proporciona la pantalla grande en esa sala llena de extraños, y “algunos pocos conocidos”.

El cine tiene una intimidad parecida a la que proporciona la lectura, incluso en las más sonadas y rimbombantes fiestas del cine mundial. Y Cuba también tiene su fiesta en ese Festival del Nuevo Cine Latinoamericano que ya comienza a dar la triste imagen de su vertiginosa ancianidad. Ese festival salido de la cabeza de Fernando Birri, Gabriel García Márquez y Fidel Castro, ya anda apoyándose sobre un carcomido bastón, y hace notar su imagen torva, una muy pronunciada joroba, una inclinación que podría alcanzar el suelo aunque pretendía llegar al cielo.

Ya se le sienten a ese festival los golpes del bastón en su constante choque con el suelo; toques de alarma, toques de angustia........

© Cubanet


Get it on Google Play