LA HABANA, Cuba. – Un amigo me estuvo hablando de Olga Guillot. Ese amigo recordó el nacimiento de Olga y me propuso celebrar su vida. Mi amigo me recordó su nacimiento pero yo, empecinado siempre, recordé también su muerte, aunque no pudiera recordar en qué sitio del dolor estaba yo aquel día de su deceso. Mi amigo quería celebrar su vida y yo quedé plantado en un suspiro. Mi amigo me habló de Olga en días en los que la mayoría de los cubanos piensan a Cuba a través de Ana de Armas, incluso a través de Marilyn Monroe, pero mi amigo, empecinado, siguió el curso de Olga Guillot cantando esos boleros que a ella la hicieron grande, en aquellos días en los que Ana no era todavía Marilyn.

Olga se fue de Cuba mucho antes de que pudiera yo aplaudirla en el cabaret Montmartre, que tampoco existe ya. Olga se fue cuando se le hizo imposible vivir bajo el mismo cielo que cobijara a Fidel Castro. Olga se fue y dejó el Montmartre y el Capri desolados, casi moribundos. Olga se fue con su voz a otra parte, pero les dejó un poco de su aliento y de su voz a los amantes prohibidos. Y los gais, que en esos años eran solo “fenomenitos”, al menos al decir de Fidel Castro, se quedaron sin sus canciones, sin sus complicidades. Los gais se quedaron sin la voz de Olga, sin esa voz que se multiplicaba en las suyas, esa voz en la que se reivindicaran tantos muchachos.

Olga dejó atrás la “Serenata mulata” y se fue a México, y se fue a Venezuela, y se fue a Miami, quizá buscando a La Habana en cada una de esas ciudades, pero no consiguió encontrarla. Olga se fue y dejó un poco huérfanos a los gais que la seguían, pero reaparecería luego y multiplicada. Olga reapareció en Camagüey, en aquellas Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP). Olga se multiplicó en los lánguidos muchachos que alguna vez la aplaudieron en el Capri o en Montmartre; y esos muchachos, para que ELLA no muriera la asumieron en sus cuerpos, y hasta le dieron cabida en sus entrañas, y cantaron con ella, y fueron ELLA.

Muchos de esos chicos lánguidos fueron un poco Olga Guillot, lo mismo en la casa que en la calle. Esos muchachos lánguidos fueron Olga Guillot mientras se enredaban con el hombre deseado en las faldas del Castillo del Príncipe, que para eso se adentraron en aquella geografía llena de arbustos y peligros. Ellos, sus seguidores, buscaron quién les ofreciera placer y/o amor en esos perentorios encuentros en las faldas del Castillo del Príncipe, ese castillo que retuvo a Virgilio Piñera durante “La noche de las tres P”.

Olga falleció un 12 de julio de 2010, en Florida, pero ni muerta dio sosiego al poder comunista. Olga estuvo en las oscuras noches de las UMAP en la piel de algún joven recluido. Olga estuvo también en la Playa del Chivo para cantarles a los muchachos desnudos, y luego haría una estancia algo más prolongada en Santiago de las Vegas, en el Sanatorio de “Los Cocos” para cantarle muy bajito, y al oído, a Miguel Ángel, a Roberto, a Andrés, y también a César, para que no cesara en su empeño de hacer aquellos maravillosos muñecos de trapos. Y lo más probable es que Olga Guillot acompañara a algunos de ellos en sus días últimos. Y no me extrañaría que hiciera también algunas caminatas a los camposantos para despedirlos y dejarles una flor, una florcita.

Olga Guillot cantó bien alto a “Lo prohibido”, y lo prohibido, lo ilegal, es hoy una Dama de Blanco a la que no permiten poner un pie en la calle. Lo prohibido es Luis Manuel Otero Alcántara, y Maykel Osorbo. Lo prohibido es cualquiera de los manifestantes pacíficos del 27N, los manifestantes del 11J. Lo prohibido es todo lo que se aleja del poder, lo prohibido eres tú, lo prohibido soy yo, y por supuesto estas líneas que no publicará el periódico Granma.

Estas líneas, para conseguir lectores, deberán cruzar el mar, tomando el norte como rumbo. Estas líneas deberán surcar un poquito el Atlántico para llegar hasta Florida, hasta Miami, hasta la redacción de CubaNet, para que no sean consumidas por el fuego de la censura, y con ellas Olga. Y ahora invito al lector, si es que quiere acompañarme, a que cantemos todos con la Guillot: “Soy lo prohibido”, y a mucha honra. Soy, honrosamente, lo prohibido. Cantemos soy lo prohibido y recibamos sus efluvios, esos que todavía emanan de su canto y nos penetran. Cantemos “Soy lo prohibido”, y gritemos: “A mucha honra”.

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QOSHE - Olga, tú me acostumbraste - Jorge Ángel Pérez
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Olga, tú me acostumbraste

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10.10.2022

LA HABANA, Cuba. – Un amigo me estuvo hablando de Olga Guillot. Ese amigo recordó el nacimiento de Olga y me propuso celebrar su vida. Mi amigo me recordó su nacimiento pero yo, empecinado siempre, recordé también su muerte, aunque no pudiera recordar en qué sitio del dolor estaba yo aquel día de su deceso. Mi amigo quería celebrar su vida y yo quedé plantado en un suspiro. Mi amigo me habló de Olga en días en los que la mayoría de los cubanos piensan a Cuba a través de Ana de Armas, incluso a través de Marilyn Monroe, pero mi amigo, empecinado, siguió el curso de Olga Guillot cantando esos boleros que a ella la hicieron grande, en aquellos días en los que Ana no era todavía Marilyn.

Olga se fue de Cuba mucho antes de que pudiera yo aplaudirla en el cabaret Montmartre, que tampoco existe ya. Olga se fue cuando se le hizo imposible vivir bajo el mismo cielo que cobijara a Fidel Castro. Olga se fue y dejó el Montmartre y el Capri desolados, casi moribundos. Olga se fue con su voz a otra parte, pero les dejó un poco de su aliento y de su voz a los amantes prohibidos. Y los gais, que en esos años eran solo “fenomenitos”, al menos al decir de Fidel Castro, se quedaron sin sus canciones, sin sus........

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