LA HABANA, Cuba. – Estoy harto de mirar las imágenes del desastre. Estoy atiborrado, después de mirar tantos noticiarios en los que solo se habla de Ian y de la repercusión de sus fuertes vientos en la vida cubana. Me satura, me asquea, el relato minucioso de cada una de las tantísimas secuelas que heredamos de esos fortísimos vientos. Me atiborran los postes derribados y los cables que, regados en el suelo, terminan confundiéndose con la hierba, con el pasto y el forraje, con los deshechos en menudos pedazos que nos dejara el ciclón en la parte más occidental de la Isla, esa pobrecilla que jamás dejó de ser “La Cenicienta”.

Me mortifico tanto mirando los noticiarios y leyendo los diarios que hasta me propuse evitarlos, pero, a decir verdad, no lo consigo. Y lo peor es que cada vez establezco conexiones más estrechas con el asunto, como si se tratara de una “querida costumbre” a la que es difícil renunciar, a la que es imposible no aferrarse sin remedio, aunque no por vocación. Y lo peor es la saturación de imágenes parecidas a aquellas que la revista Bohemia publicaba en una sección a la que los comunistas del periodismo nombraron: “De la Cuba de ayer”, como si no fueran idénticas a las de la Cuba de hoy.

Resulta muy curioso que los estragos no se perciben en la infraestructura hotelera de los cayos, al menos no más allá de la caída de algunos tendidos eléctricos o alguna cristalería hecha añicos, una copa rota, una cerveza no tan fría, una poltrona de mimbre mojada; pero sí en las casas, y todo eso tributa a la certeza de que el “fondo habitacional” en Cuba, ese que habitamos los cubanos de a pie, los que no nos hospedamos en hoteles, es hoy un desastre, idéntico a ese que se relataba en las imágenes de “La Cuba de ayer”.

El huracán también ha servido para que el poder gane visibilidad, para que suponga que “se limpia un poco”, y hasta para que Díaz-Canel cubra su torso y su abdomen inflado con sus piezas Pumas de todos los colores, y también para que levante y mueva el índice con el que apoya sus determinaciones, sus órdenes, sus mandatos, mientras hace visible su reloj, no sé si Rolex, pero RELOJ en mayúsculas. Y como si fuera poco, el desastre ha servido para ahorrar petróleo después de los tantísimos postes caídos y del reguero de cables en el suelo. Sin dudas las adversidades meteorológicas tributan mucho a favor del poder cubano y a su “revolución”.

Y de ahora en adelante el mal tiempo, y otra vez el bloqueo, justificarán las malas caras y también los pésimos procedimientos administrativos de la economía nacional. Los ingresos de dinero caerán en el abismo después de las tantas hojas de tabaco entripadas en agua; y pobrecillo el arroz, y los frijoles, y la papa, los boniatos y el plátano. Y no dude usted que esté por relatarse, en venideros días, y con enjundioso discurso, la heroicidad de cierta vaca que consiguiera salvarse de una imponente descarga eléctrica que pudo ponerla a dormir para siempre, pero no la puso…

Y no dude usted de la posibilidad que asistiría a esa vaca, de formar parte de la iconografía cubana, y hasta de la estatuaria nacional, como sucediera con aquella Ubre Blanca que daba leche y leche y leche, aquella vaquita de Fidel Castro, nuestra vaca nacional, que consiguiera sacar del trono a esa vaca estadounidense que se llamara Arlinda y que tuvo el récord de más leche por un tiempo, hasta que llegó Ubre Blanca… Y pensándolo bien, quizá no les resultaría conveniente una vaca de récords a estas alturas, porque terminaría llamando mucho la atención, sin poner los ojos en las afectaciones al fondo habitacional destruido y al desastre general.

Ahora mismo, para el poder comunista, lo realmente importante es visibilizar, a costa de cualquier cosa, “la recuperación”, una recuperación que permita hacer comparaciones con la reparación que se consiga en los estados de Norteamérica que también fueron afectados por Ian. Ahora será importante que las estadísticas de la recuperación estén a favor del poder cubano, y lo conseguirán, inflando los datos de esa pronta reparación, una recuperación mucho más pronta que la del Yuma, al menos en voluntarias apariencias.

Lo importante, en los días que están por llegar, será la imagen y la representación, la puesta en escena, donde los cubanos, pero más el Gobierno, resulten ser lo más parecido a un héroe clásico. Y entonces llegarán los odios de siempre, esos que salen de la imposibilidad de conseguir el bienestar, y comenzarán a sucederse los más airados discursos, y se escribirán los más resentidos panfletos. Ahora llegarán los días de las diatribas. Las tribunas del poder comunista se llenarán de rencores y, por supuesto, se fabulará sobre la identidad de quién manejó mejor los fondos para resolver la crisis tras los destrozos que provocó el ciclón.

Desde ya se hacen útiles las imágenes de Puerto Rico y de las afectaciones que allí provocaran los vientos y las lluvias. Desde ya ponen su mirada en Florida, que sin dudas prueba ese odio, nunca camuflado, que dedica el poder comunista hacia los estados del Norte. Ya se refieren al manejo de fondos y a las secuelas del huracán en esos estados por donde Ian pasó, cuando lo más importante sería que el Gobierno mirara primero a su casa y no a la del vecino. Sería bueno que este Gobierno admitiera la relación que existe entre la verdadera percepción de riesgos de desastres y las estrategias para enfrentar lo que es un lugar común en nuestra geografía insular, pero lo más importante para ellos es otra cosa…

Lo importante para ellos es la representación, la reescritura y la teatralización de tales eventos. Lo mejor para ellos es hacer una representación de eso a lo que llaman “igualdad”, y significar un “humanismo” que no tiene nada de cierto y sí mucho de melodrama, de pastoral comunista. Desde hace mucho los ciclones que acosan a Cuba se desarrollan en un escenario teatral, y con toditos los elementos de la representación. Y es que solo el resentimiento hace generar alguito a ese Gobierno. Luego vendrán las calumnias, y otra vez las representaciones.

Ahora el poder advierte sus dimensiones del desastre, y quizá mucho más, para que la recuperación nos parezca un imposible, para asustarnos, para hacer notar ciertas “heroicidades” y justificar descalabros, para que comparemos esa tal “recuperación” con la limpieza de los establos de Augias, para que el mundo ofrezca reverencias. El Gobierno quiere que percibamos el desastre, sobre todo para que justifiquemos lo que se nos viene encima: el hambre que ya está, y también los apagones, que crecerán, y la desesperación, y las revueltas, las protestas y, por supuesto, la represión, a la que siempre consideran provechosa, imprescindible.

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QOSHE - Lo provechoso de un huracán - Jorge Ángel Pérez
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Lo provechoso de un huracán

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26.10.2022

LA HABANA, Cuba. – Estoy harto de mirar las imágenes del desastre. Estoy atiborrado, después de mirar tantos noticiarios en los que solo se habla de Ian y de la repercusión de sus fuertes vientos en la vida cubana. Me satura, me asquea, el relato minucioso de cada una de las tantísimas secuelas que heredamos de esos fortísimos vientos. Me atiborran los postes derribados y los cables que, regados en el suelo, terminan confundiéndose con la hierba, con el pasto y el forraje, con los deshechos en menudos pedazos que nos dejara el ciclón en la parte más occidental de la Isla, esa pobrecilla que jamás dejó de ser “La Cenicienta”.

Me mortifico tanto mirando los noticiarios y leyendo los diarios que hasta me propuse evitarlos, pero, a decir verdad, no lo consigo. Y lo peor es que cada vez establezco conexiones más estrechas con el asunto, como si se tratara de una “querida costumbre” a la que es difícil renunciar, a la que es imposible no aferrarse sin remedio, aunque no por vocación. Y lo peor es la saturación de imágenes parecidas a aquellas que la revista Bohemia publicaba en una sección a la que los comunistas del periodismo nombraron: “De la Cuba de ayer”, como si no fueran idénticas a las de la Cuba de hoy.

Resulta muy curioso que los estragos no se perciben en la infraestructura hotelera de los cayos, al menos no más allá de la caída de algunos tendidos eléctricos o alguna cristalería hecha añicos, una copa rota, una cerveza no tan fría, una poltrona de mimbre mojada; pero sí en las casas, y todo eso tributa a la certeza de que el “fondo habitacional” en Cuba, ese que habitamos los cubanos de a pie, los que no nos hospedamos en hoteles, es hoy un desastre, idéntico a ese que se relataba en las imágenes de “La Cuba de ayer”.

El huracán también ha servido para que........

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