LA HABANA, Cuba. – Alguna vez leí que Isabel la Católica se bañó solo dos veces en toda su vida, lo cual, si no es un récord, es cuando menos un buen average. Supongo que no fueron pocos los que la evadían en las misas o en cualquier sitio. Tan arraigada estaba esa aversión al agua en aquellos tiempos que ni siquiera los novios se interesaban en el baño el día de las nupcias. Tanto era así que hasta se asegura que fue en esa época cuando apareció la costumbre de que la novia llevara un ramo de flores; pero lo curioso es que ese ramo de flores no pretendía adornar las nupcias, y mucho menos se cargaban para honrar a los santos tras los responsos.

El ramo de flores servía entonces para alejar los malos olores que salían de las partes pudendas de las novias. Y pensando aún en el Medioevo y en los ramos de flores que espantaban la peste, no me queda otro remedio que pensar en un buen baño, en el que fluya incontenible el agua desde la alta ducha cayendo sobre mi cuerpo para propiciar luego una gran jabonadura, y el enjuague. Y es que nada resulta más reparador que un buen baño, lo que ya no consigo en estos tiempos.

Y la imposibilidad de ducharme me hace recordar a Alfred Hitchcock. Pienso en Alfred cuando abro la ducha y no sale ni un hilillo de agua. Pienso en Alfred y recuerdo esa escena de horror, aquella en que una mujer es apuñalada mientras se duchaba y vemos el agua que, juntándose con la sangre, se escurre por el tragante. Lo triste es que desde mi ducha no cae ni una gota de agua, y es entonces cuando supongo el desangramiento de quienes no podemos darnos esa ducha reparadora, de quienes solo conseguimos molestarnos y maldecir a quien no permite el aseo que repara el cansancio y los sinsabores del día.

Nada es más reparador que darse un baño largo, con mucha agua y jabonaduras olorosas. Nada consigue despejar mejor las estulticias del día, acumuladas en el cuerpo, que ponerse bajo la ducha y recibir agua, y agua, y agua. Y quizás fue dándose una buena ducha que se le ocurrió a Hitchcock la idea de su película. Quizás en una tina se le ocurrió a Albear diseñar y llevar a buen fin el acueducto de La Habana, una de las obras de ingeniería más trascendentales en la Cuba de todos los tiempos.

Y ahora, muchos años después de Albear, volvimos a la escasez de agua, cuando las lluvias tributan al mejoramiento del abasto. Confieso que soy un obseso, que me angustia la escasez de agua, tanto que hasta he tratado con frecuencia, y en la ficción, esa obsesión. Hace unos años escribí una pieza narrativa a la que le di el nombre “En una estrofa de agua”, pensando en los muchos aguadores de La Habana, incluso en aquellos aguadores de París que cobraban a sus coterráneos el agua que antes recogieran en el Sena.

En La Habana, en la de los tantos aguadores, se suicidó un alcalde porque no pudo conseguir el agua que había prometido a quienes lo llevaron a la alcaldía. En La Habana se pegó un tiro un hombre bueno, pero ya no son buenos los “alcaldes”, ni los gobernadores, y tampoco el presidente, y no tienen ninguna vocación de suicidas. Supervielle se suicidó, pero los de ahora no asumen sus compromisos hasta las últimas consecuencias. En Cuba los gobernadores, los presidentes discursean poniendo al agua, algunas veces, en el centro; pero yo sigo sin agua, y no hay suicidios en la jefatura, ni siquiera vergüenza por la falta de agua y de electricidad para distribuirla.

Hace tiempo que no consigo poner la turbina que sube el agua al tanque y que me permitiría un duchazo reparador. Juro que hasta sueño con un tanque lleno, desbordado, con una ducha desde la que sale un chorro enorme. Sueño que canto bajo la ducha, pero es solo un sueño. Y pienso mucho en el digno Supervielle, y en el indigno gobernador de esta ciudad, y en el secretario del Partido de la ciudad, y en el presidente de la República, y en todos esos que no tienen la dignidad de Supervielle, ni se ocuparon de hacer una obra ingeniera como la que hiciera Albear.

Por otro lado, las termoeléctricas pasan sus vidas fuera de servicio y los apagones no me permiten echar a andar el motor que debe subir el agua hasta el tanque donde se almacenaría para que caiga luego rotunda sobre mi cuerpo, refrescándolo. Los apagones no permiten que suba el agua y que baje luego, a la hora del baño. Los apagones me convierten en un churroso, en un amasijo de malos olores, y ni siquiera tengo un río cerca.

Ahora, y siempre que quiero bañarme, pienso en Alfred Hitchcock y en “Psicosis”, y en la mujer en la ducha y en el puñal, y en la sangre que brota y se confunde con el agua que cae desde la ducha. Sufro cada vez que no puedo ducharme y recuerdo a Alfred y a “Psicosis”, y al agua que disipa el rojo de la sangre, pero luego vuelve el rojo de la sangre, porque en este país todo es “sangreado”, incluso el baño, el lavado de la ropa, toda la higiene.

Siempre que no tengo agua pienso en los baños públicos de la Antigua Roma, y quizá en Cuba estemos a punto de volver a ellos; solo que el enclave no será Roma, serán La Habana, Santiago de Cuba, y alguna que otra ciudad de cierta importancia. Tampoco serán nuestros baños un lugar de democracia y sosegada reunión, como sucedía en Roma. Y quizá también tengamos que hacer nuestras deposiciones en un baño público, pero sin el caché de aquellos que existieron en Roma.

Y quizá sea la Plaza Cívica, ahora “de la Revolución”, el lugar escogido para levantar esos baños públicos. Quizá sea allí donde pondrán unas termas para que nos bañemos todos juntos, y lo más probable es que si crece la escasez de agua, escaseará también el papel higiénico, y nos venderán aquel famoso tersorium romano en moneda libremente convertible (MLC).

Y ese tersorium, que no era otra cosa que una esponja atada a un palo largo para hacer la higiene de esa parte tan pudenda por donde sale la caca, sustituirá al sepultado papel higiénico, lo que nos daría la posibilidad de ser un poco romanos. Si fundaran esos baños públicos en Cuba, podríamos asistir a un sitio de vieja democracia; y un poquito de democracia, mientras no se recupere la distribución de agua y electricidad, no nos viene nada mal. Pero no sé si ellos estarán interesados en la democracia de los excusados o, si prefiere usted, de las letrinas. Porque eso es Cuba hoy: una letrina.

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QOSHE - Cuba: una vieja letrina  - Jorge Ángel Pérez
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Cuba: una vieja letrina 

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31.10.2022

LA HABANA, Cuba. – Alguna vez leí que Isabel la Católica se bañó solo dos veces en toda su vida, lo cual, si no es un récord, es cuando menos un buen average. Supongo que no fueron pocos los que la evadían en las misas o en cualquier sitio. Tan arraigada estaba esa aversión al agua en aquellos tiempos que ni siquiera los novios se interesaban en el baño el día de las nupcias. Tanto era así que hasta se asegura que fue en esa época cuando apareció la costumbre de que la novia llevara un ramo de flores; pero lo curioso es que ese ramo de flores no pretendía adornar las nupcias, y mucho menos se cargaban para honrar a los santos tras los responsos.

El ramo de flores servía entonces para alejar los malos olores que salían de las partes pudendas de las novias. Y pensando aún en el Medioevo y en los ramos de flores que espantaban la peste, no me queda otro remedio que pensar en un buen baño, en el que fluya incontenible el agua desde la alta ducha cayendo sobre mi cuerpo para propiciar luego una gran jabonadura, y el enjuague. Y es que nada resulta más reparador que un buen baño, lo que ya no consigo en estos tiempos.

Y la imposibilidad de ducharme me hace recordar a Alfred Hitchcock. Pienso en Alfred cuando abro la ducha y no sale ni un hilillo de agua. Pienso en Alfred y recuerdo esa escena de horror, aquella en que una mujer es apuñalada mientras se duchaba y vemos el agua que, juntándose con la sangre, se escurre por el tragante. Lo triste es que desde mi ducha no cae ni una gota de agua, y es entonces cuando supongo el desangramiento de quienes no podemos darnos esa ducha reparadora, de quienes solo conseguimos molestarnos y maldecir a quien no permite el aseo que repara el cansancio y........

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