LA HABANA, Cuba.- Nunca olvido aquella humorada de un amigo gay que colgó en la puerta de su cuarto una señal que advertía: “No pase, hombres trabajando”. Nunca le pregunté de dónde había sacado aquella indicación trazada en una plancha de aluminio que pretendía evitar fatales accidentes, pero que en la puerta de su cuarto ganaba otro significado, pero en ambos casos sugería detenerse, desistir del avance. La señal prohibía el paso y advertía que lo mejor era dar la vuelta y tomar otro camino, sobre todo para que la felicidad perdurara por un rato en aquel cuarto cerrado.

Sin dudas mi amigo es muy ocurrente, tan gracioso que consiguió convertir una prohibición en humorada. Creo que la única exclusión que he aplaudido en toda mi vida fue esa que exhibió la puerta de mi amigo. No recuerdo con gusto ninguna otra exclusión, ninguna otra me sacó tales carcajadas. Mi amigo dejó la isla hace algún tiempo y ahora pasa sus días en algún país del norte de Europa, donde las reacciones a una humorada son algo más frías.

Quizá sean las temperaturas las que condicionan los humores en uno u otro sitio. Quizá los fuertes temperamentos podrían guardar alguna relación con el calor inmenso o las suaves temperaturas. Creo que nuestra naturaleza explosiva guarda una estrecha relación, y a no dudarlo, con este calor inmenso que sofoca y mata. Las señales, las prohibiciones de una y otra cosa abundan, pero hay espacios que son más propicios que otros para fijarlas y hacerlas cumplir, y se hacen extremadamente arbitrarias, pero no graciosas.

Creo que existen espacios que son mucho más propicios para fijar algunas prohibiciones; quizá un campo minado, un edificio que esté a punto de venirse abajo, un salón de operaciones, la intimidad de una casa, y algunas otras, pero sin olvidar que las prohibiciones siempre resultan molestas, y hasta las respuestas a esas prohibiciones que se convierten, la mayoría de las veces, en provocaciones. Las prohibiciones deben tener lógica. A nadie se le ocurriría prohibir la entrada a un camposanto por las mismas razones que mi amigo prohibía la entrada a su dormitorio.

Las prohibiciones siempre fueron, son, espantosas, pero algunas lo son más, y no pocas resultan inaceptables, insoportables, inentendibles. Las prohibiciones provocan grandes irritaciones, malos humores, como me sucedió hace un par de días, mientras sufrí una de esas arbitrarias exclusiones. Resulta que ese día intenté acortar un poco el camino para llegar desde el Parque de La Fraternidad hasta el Paseo del Prado, y como siempre me interné en los jardines del Capitolio para hacer más breve el camino, pero no lo conseguí.

Ninguna señal de “prohibido el paso” se exhibía en los jardines, pero aun así apareció de la nada un guardia que me apuntaba con un rifle, que me gritaba, que me advertía, y con muy malas maneras, que no podía yo “transitar” por ahí, que no podía “acceder” a los jardines, claro que sin usar esas formas verbales; pero sobre todas las cosas insisto en el hecho de que aquel individuo portaba un arma larga, un rifle, una escopeta, una ametralladora, qué sé yo qué tipo de arma era aquella; sin dudas mi institutriz no se ocupó de las armas mientras me educaba.

A decir verdad, creo que el peor de los olvidos de mi institutriz fue que no me enseñó a lidiar con las arbitrariedades. Y es que nada puede ser más arbitrario que esa prohibición a desandar los jardines del Capitolio suavemente, para contemplar la esbeltez y magnificencia del edificio. ¿Y por qué no podemos estar cerca de ese edificio que fue sede de muchos de los gobiernos de la república en Cuba? No me explico cuáles son las razones de esa prohibición tan reciente.

¿Será que temen a una revuelta que organice el pueblo para asaltarlo? ¿Suponen que cansados nos juntemos frente al Capitolio los cubanos para remontar las escaleras en una arrolladora subida tumultuaria? ¿Será que ya vieron muchas veces esas escenas de La escalera de Odessa en El acorazado Potemkin? ¿Acaso miraron esa trágica escena tan turbulenta, tan tumultuaria y desgarradora de ese drama dirigido por Sergei Eisenstein hace ya mucho? ¿Miraron a los tantísimos que bajaban despavoridos? ¿Miraron a la madre que subía cargando entre sus brazos al hijo enfermo?

¿Qué cosa miraron, qué imaginaron, para decidir tal prohibición? Sin dudas en Cuba han pensado en todo, incluso en una revuelta en ese sitio tan central de la nación, y al pueblo subiendo los cincuenta y cinco escalones de esa gran escalera escoltada, en su parte más alta, por dos estatuas; una de ellas representando al “progreso de la actividad humana” y la otra a “la virtud tutelar del pueblo”.

En Cuba ya no dejan transitar por los jardines porque reconocen, en silencio y a regañadientes, la virtud tutelar del pueblo y, sin dudas, porque para ellos mi paso por esos jardines, el paso de cualquiera, podría ser el inicio de una revuelta. Ellos tienen miedo, tienen mucho miedo. Ellos no confían en nadie, ni siquiera en ellos mismos. El peligro está ahora en cualquier parte, y reconocen que ese espacio magnifico que regentan no es más que el recinto de una estructura dominadora, represiva, tiránica, una estructura en la que ya no es posible la reconciliación entre los cubanos de a pie y el estado. Ellos temen, y mucho, incluso a un pobrecillo señor maduro como yo.

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QOSHE - Cuba: arbitrariedad y barbarie - Jorge Ángel Pérez
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Cuba: arbitrariedad y barbarie

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27.09.2022

LA HABANA, Cuba.- Nunca olvido aquella humorada de un amigo gay que colgó en la puerta de su cuarto una señal que advertía: “No pase, hombres trabajando”. Nunca le pregunté de dónde había sacado aquella indicación trazada en una plancha de aluminio que pretendía evitar fatales accidentes, pero que en la puerta de su cuarto ganaba otro significado, pero en ambos casos sugería detenerse, desistir del avance. La señal prohibía el paso y advertía que lo mejor era dar la vuelta y tomar otro camino, sobre todo para que la felicidad perdurara por un rato en aquel cuarto cerrado.

Sin dudas mi amigo es muy ocurrente, tan gracioso que consiguió convertir una prohibición en humorada. Creo que la única exclusión que he aplaudido en toda mi vida fue esa que exhibió la puerta de mi amigo. No recuerdo con gusto ninguna otra exclusión, ninguna otra me sacó tales carcajadas. Mi amigo dejó la isla hace algún tiempo y ahora pasa sus días en algún país del norte de Europa, donde las reacciones a una humorada son algo más frías.

Quizá sean las temperaturas las que condicionan los humores en uno u otro sitio. Quizá los fuertes temperamentos podrían guardar alguna relación con el calor inmenso o las suaves temperaturas. Creo que nuestra naturaleza explosiva guarda una estrecha relación, y a no dudarlo, con este calor inmenso que sofoca y mata. Las señales, las prohibiciones de una y otra cosa abundan, pero hay espacios que son más propicios que otros para........

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