LA HABANA, Cuba.- Tan grande ha sido la alharaca que estuvo acompañando al nuevo Código de las Familias hasta el día de su votación, y más acá, que he quedado débil. Tan cansado, tan pasmado, que no hago casi nada de lo que vaya un poco más allá de ponerme a mirar al techo desde mi lecho. Han sido días largos, días pesados, oscuros, apagados, tristes, y no solo por la falta de luz eléctrica, que ya eso es cosa de oscura costumbre. Han sido días lúgubres en los que ni me atreví a encender la televisión, para no enterarme de la programación de apagones, que en realidad es más una “programación de alumbrones”.

He mirado por días al techo y a los lados, y he visto a los pajaritos entrar por cualquiera de las ventanas de la casa. Los he mirado revoloteando en el entorno de mi cuarto y, aunque no lo crea el lector, alguno se posó sobre mi cama, y hasta picoteó suavemente el dedo más robusto de mi pie derecho, quizá sonsacándome, quizá buscando algunas complicidades, un breve flirteo. Pareciera que la cama está hecha, más que para el sueño y los placeres del sexo, para pensar, especular, para morir, y para recibir a algunos pajaritos.

En mi cama vivió y murió el Código de las Familias. En mi cama me enteré, creo que porque alguien me lo advirtió, o quizá lo descubrí yo mismo, de que en la boleta para votar por el código de la familia el Sí, que es adverbio afirmativo, aparecía sin su tilde de siempre, sin la imprescindible tildecilla. Al parecer los organizadores del referéndum no tienen muy clara las reglas ortográficas, y por eso, y desde mi cama, recomendé en un post que los votantes pusieran ellos mismos la tilde antes de ejercer su derecho al voto, porque no podrá negarse que es muy triste que si usted tiene tan pocos derechos, el único que al parecer tendría esté relacionado con una falta de ortografía, y lo peor, en el “país más culto del mundo”.

Sí, porque según Fidel Castro, Cuba era el país más culto del mundo. Y dudo que no recuerde algún lector esa aseveración que hiciera el tal señor hace ya tiempo, aunque no recuerdo en cuál de los tantos discursos que se “atropellan unos a otros y que por eso no nos matan”. Y ahí estuvo la boleta que decía si pero no sí, lo que, al menos eso creo, si usted vota por un si sin acento, habría que descontar toditos los votos afirmativos y el resultado final sería otro, el resultado sería el NO rotundo, y todo por un acento ausente en el país de la alfabetización y la universidad para todos.

Y así irían sucediendo, una tras otras, “las cosas del código”, ese código que estuvo “premiado” sobre todo por las muchas apologías que se le dedicaron en la televisión y en toda la prensa oficial. Una de las más rimbombantes y graciosas, por estúpida, resultó ser aquel comentario de Miguel Barnet, un “hombre” incapaz de “poner una”. Resulta que Barnet, a quien Reinaldo Arenas llamara “Miguel Barniz”, nos quiso hacer creer que Alejo Carpentier le recomendó no “apuntarse” en esa lista para ir para a las UMAP, lo que es una gran desfachatez, uno de los más tremendos irrespetos de entre todos los que en Cuba han sido, pero “no os asombréis de nada”, que fue Barnet quien lo dijo, y con él todo es posible, incluso lo imposible.

Otro de los “desaguacatados” que intentó minimizar los horrores fue Abel Prieto, el hijo de aquel viceministro de educación y cultura que tanto daño hiciera a los homosexuales. Abel Prieto supuso a Virgilio votando sí al Código… Y no seré yo quien niegue la importancia de ciertos códigos que defiendan a las familias, y también a los individuos que forman esas familias. Imprescindibles son los códigos que respeten a todos, incluidos los homosexuales, pero para que tal cosa sea creíble habría que visibilizar los estropicios que se cometieron antes; primero el harakiri y luego lo demás, primero enunciar los horrores que dictó Fidel Castro y que ejecutaron él y sus subordinados. No se podrá aplaudir un código que jamás, ni en sus análisis, hiciera referencias a las satrapías de Fidel Castro, esas que hicieron tan vulnerables a los homosexuales.

Es repugnante que, mientras se promocionaba el Código, nadie mencionara al Fidel Castro que usara aquel término de “fenomenito”, ese término que dictó, que implantó la muy homofóbica y enferma cabeza de Fidel Castro para referirse a un grupo de jóvenes homosexuales que se reunían, según él, en los alrededores del Hotel Capri, en muchos sitios de la isla. Es repugnante el silencio que se dedicó en estos días a las UMAP. En Cuba las cosas malas, a pesar del Código” siguen siendo “una tremenda mariconá”, gracias al empeño de Fidel Castro, el homófobo mayor, el Comandante de la represión. Sin dudas entre las más grandes aberraciones de nuestra historia está esa manera de bautizar lo peor como: “una tremenda mariconá”.

Lo malo siempre fue “lo maricón”, aunque hoy lo escondan, aunque no se atrevan a repetir públicamente esas ofensas. Ahora que está aprobado el Código volverán las ofensas y los silencios, y se olvidarán las legislaciones. Si la voluntad de respeto fuera cierta se habrían mencionado, durante la presentación del proyecto, a los muchos homosexuales que fueron expulsados de las universidades y los que se suicidaron porque no encontraron la manera de “esconder sus plumas” o porque no quisieron esconder sus plumas.

Nadie mencionó, entre las muchísimas razones para aprobarlo, al muchacho que decidió lanzarse desde lo más alto de un edificio, ese edificio que aún es un dormitorio universitario en el Vedado. Fidel, Raúl y Díaz-Canel no pidieron perdón por los bailarines que dejaron de bailar, por los médicos que dejaron de curar, por los maestros que no pudieron enseñar, por los muertos. El Código está ahí, legitimado, pero más que todo escondiendo, olvidando, negando todo los horrores que provocó un gobierno que ya rebasa los sesenta años, tan perverso como los gobiernos de Chiang-Kai-hai, Chian Kai-shek o Kim-Il-sung.

Cuba es el sitio en el que resulta más difícil mantener la coherencia, incluso en los temas más visibles para la vida nacional y en sus representaciones. Cuba acaba de aprobar un nuevo “Código de las Familias” que ha mantenido en vilo a muchos de nuestros nacionales, y también a las instituciones públicas, incluso al Partido Comunista. Ese mismo partido que creó las UMAP propuso, y aprobó luego, el Código de las Familias. Esperemos que llegue el orden real, la coherencia, la armonía. Yo no veré la armoniosa coherencia en sus representaciones, ni siquiera en las más sensibles.

Están por hacerse visibles esas contradicciones que no consiguieron desaparecer tras una cruz en la boleta, y están por desaparecer las aparentes armonías. Están por llegar las discordancias, deliberadas o no, que seguirán excluyendo, que seguirán discriminando, aunque se fijara un “nuevo cuerpo legal”. La armonía no va a posarse tan tranquilamente en una vida que sigue siendo regida por un partido comunista, por unos militares arcaicos y homofóbicos. Y todas esas divergencias saltarán al ruedo, y se plantarán con más fuerzas en las cabezas de los aparatos represores, que son muchos, y serán más tercos.

El chocolate seguirá en el poder y la fresa en los suburbios. Se seguirán advirtiendo las diferencias entre la fresa y el chocolate. Y volveré a ver redadas en la playa del Chivo, en las faldas del Castillo del Príncipe, y seguirán apareciendo muertos los gays pero no sus asesinos. Y no olvido que el sí, que es adverbio afirmativo, no tenía tilde, y eso me sigue dando mala espina, me parece un signo del mal agüero. Además creo que lo más importante para la familia presidencial es: “Engordar, engordar, venceremos”, y no los derechos de los cubanos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Cuando se confunde civismo con cinismo

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28.09.2022

LA HABANA, Cuba.- Tan grande ha sido la alharaca que estuvo acompañando al nuevo Código de las Familias hasta el día de su votación, y más acá, que he quedado débil. Tan cansado, tan pasmado, que no hago casi nada de lo que vaya un poco más allá de ponerme a mirar al techo desde mi lecho. Han sido días largos, días pesados, oscuros, apagados, tristes, y no solo por la falta de luz eléctrica, que ya eso es cosa de oscura costumbre. Han sido días lúgubres en los que ni me atreví a encender la televisión, para no enterarme de la programación de apagones, que en realidad es más una “programación de alumbrones”.

He mirado por días al techo y a los lados, y he visto a los pajaritos entrar por cualquiera de las ventanas de la casa. Los he mirado revoloteando en el entorno de mi cuarto y, aunque no lo crea el lector, alguno se posó sobre mi cama, y hasta picoteó suavemente el dedo más robusto de mi pie derecho, quizá sonsacándome, quizá buscando algunas complicidades, un breve flirteo. Pareciera que la cama está hecha, más que para el sueño y los placeres del sexo, para pensar, especular, para morir, y para recibir a algunos pajaritos.

En mi cama vivió y murió el Código de las Familias. En mi cama me enteré, creo que porque alguien me lo advirtió, o quizá lo descubrí yo mismo, de que en la boleta para votar por el código de la familia el Sí, que es adverbio afirmativo, aparecía sin su tilde de siempre, sin la imprescindible tildecilla. Al parecer los organizadores del referéndum no tienen muy clara las reglas ortográficas, y por eso, y desde mi cama, recomendé en un post que los votantes pusieran ellos mismos la tilde antes de ejercer su derecho al voto, porque no podrá negarse que es muy triste que si usted tiene tan pocos derechos, el único que al parecer tendría esté relacionado con una falta de ortografía, y lo peor, en el “país más culto del mundo”.

Sí, porque según Fidel Castro, Cuba era el país más culto del mundo. Y dudo que no recuerde algún lector esa aseveración que hiciera el tal señor hace ya........

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