LA HABANA, Cuba. – ¿Cuántos escribirían hasta hoy el nombre de Fidel? ¿Quién puede decir que no lo escribió jamás? ¿Cuántos no trazaron en una blanca cuartilla el nombre de Fidel Castro? ¿Quién no emborronó papeles con esas cinco letras en los últimos 60 años? Creo que ningún cubano podría decir que no lo hizo; lo mismo en La Habana que en Madrid o en Miami, incluso más allá. El nombre de Fidel se pronuncia en cualquier parte; unas veces acompañado de alabanzas y otras de diatribas. El nombre de Fidel es parte de la iconografía mundial, pero algunos trazados de ese nombre son más “simbólicos” que otros.
Algunas de esas escrituras del nombre de Fidel resultan patéticas, y otras dan la impresión de estar bien cerca de la farsa, y están también esas que no van más allá del sainete. ¿Quién no recuerda aún aquellos “icónicos” trazos en una pared del barrio? ¿Quién no recuerda la escritura y ponderación de esos rasgos en las paredes de cualquier ciudad cubana? Y es que el nombre de Fidel se ha escrito en todas partes, en los lugares más sorprendentes; en una muy visible pared aparece como alabanza, pero también en la pared de un baño público, donde huele mal y se tornan más insanos los adjetivos que cualifican.
El nombre de Fidel aparece en las más sorprendentes geografías, pero hay una escritura de su nombre que el discurso oficial privilegia por encima de todas las demás y desde hace mucho; y es esa a la que Nicolás Guillén dedicara unos versos exaltados, reverenciosos. Son dedicados los versos de Guillén a esos trazos escritos con sangre, y en una pared, que hiciera un moribundo, esos que tantas veces mencionan los ideólogos de la tal “Revolución”. Un hombre moribundo que se llamó Eduardo García Delgado escribió con su sangre el nombre de Fidel, después de ser abatido por las balas.
Y siempre me pregunto si quienes miraron ese nombre escrito con sangre en una pared, notaron también el equilibrio en sus trazos, la ecuanimidad de la caligrafía que consiguiera ese hombre a punto de morir. Yo nunca he muerto, pero tengo la certeza de que no conseguiría una noble caligrafía mientras entro, definitivamente, a la muerte. ¿Cómo puede alguien escribir con sosiego y cuidadosa caligrafía el nombre de Fidel Castro tras recibir un tiro?
Yo no podría escribir, ni siquiera hoy y después del paso del tiempo, el nombre de mis padres y abuelos sin que me acose ese sobresalto que acompaña a la muerte que se va concretando y que se hace cierta, irrefutable, irrevertible, definitiva. Me pregunto con qué pulso, con qué ecuanimidad, puede escribir un nombre el moribundo. ¿Cómo untar de sangre el dedo para escribir luego, y conseguir un trazo amable, casi remedando la caligrafía Palmer?
Sin dudas existen situaciones en las que resulta ridícula esa fatua grandilocuencia, esa supuesta “exaltación del espíritu”. No tengo noticias de que un cristiano escribiera con su sangre el nombre de Jesús, antes de entrar a la muerte, con trazos que hicieran reconocible el nombre del hijo de María; sobre todo si somos capaces de reconocer que la antesala de la muerte es siempre ominosa, aciaga, aunque al parecer, y para los comunistas, es otra cosa.
¿Qué nombre escribiré yo? ¿Qué nombres me vendrán a la cabeza en ese instante crucial? ¿Tendré tino, equilibrio, para conseguir un trazo sereno? No consigo entender que el hijo de alguien escriba el nombre de Fidel en ese instante, y no el nombre de su madre, sobre todo si se trata de una buena madre. ¿Acaso no le vino a la cabeza el nombre de la Patria? Cuba tiene dos vocales, dos consonantes, y es más fácil de escribir que Fidel. Escribir Fidel lleva más sacrificio, ¿es más sacrificial? Mirando este asunto no consigo dejar de pensar en un sacrificio-ritual, y que se nos presentó a una víctima con la esperanza de legitimar un nuevo periodo de venganzas.
Con esa escritura sobre la pared intentan convertir al sacrificio en una especie de martirio nuevo, aun cuando los comunistas encarnen el Anticristo. Y después que el joven escribiera “Fidel” en una pared, y con su propia sangre, llegaría Guillén con unos versos para fijar en el martirologio nacional el nombre de ese moribundo que escribió el nombre de Fidel. Pero lo trascendente aquí no es el muerto, lo trascendental aquí es lo que escribió el moribundo, y el moribundo, mientras desandaba el camino hacia la muerte, escribió “Fidel”, y con exquisita caligrafía, con recio pulso, y muy ecuánime.
Habría que buscar en el martirologio cristiano, que es de allí de donde debieron copiar, cuantos escribieron “Jesús” antes de cerrar los ojos para siempre. Y no dudaría que en breve se repita la historia. Podría escribirse otra vez el mismo nombre, pero en circunstancias diferentes, quizás inventadas, teatralizadas, para “reafirmar” que hay un pueblo fidelista, para legitimar las represiones, y otra vez Fidel será el culpable, el nombre escrito en algún sitio del cuerpo.
La animosidad de la casta castrista será entonces la culpable de los muertos, y otros serán los que escriban el nombre de Fidel. Y creo que no serán los alabarderos del poder quienes escriban entonces el nombre de Fidel. Si se traza, letra a letra, el nombre de Fidel, esta vez podría ser en el cuerpo de sus muertos, en el de sus víctimas, para culparlo por las muertes, esas que podrían llegar pronto y en su nombre, porque sin dudas el poder está dispuesto a todo para mantener sus “potestades”.
El poder no se cansa de amenazar y, advierten sus adláteres, que no se quedarán de brazos cruzados. Estos muertos de la Patria, que podríamos ser muchos de nosotros, serán fruto de la represión de un poder infausto. Cualquiera de nosotros podría ser una de las víctimas, podríamos ser los muertos. Lo más probable es que se vuelva a trazar con sangre el nombre de Fidel, pero creo que no será un muro el que exhibirá ese nombre. Lo más probable será que cada muerto de la Patria exhiba el nombre de Fidel; quizá en la frente, en un brazo, probablemente en el pecho, o tal vez en el mármol de sus tumbas.
Cada muerto podría lucir el nombre de Fidel, pero no como homenaje. El nombre de Fidel fijado en la piel del que murió en la cárcel, y en la del que quedó inválido después de una paliza horripilante. El nombre de Fidel en los cuerpos que las aguas del Atlántico se tragaron tras aquel intento de llegar al Norte. El nombre de Fidel en la maldita circunstancia del agua por todas partes, de esa, la circunstancia de Virgilio Piñera. El nombre de Fidel sobre cada una de las muestras del horror y de la muerte. El nombre de Fidel en cada uno de sus estropicios.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono 525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.