LA HABANA, Cuba. – Amarelle no es un apellido usual; es tan poco habitual que, de entre los apellidos registrados en el mundo, ocupa el número 297 264 según me advirtiera un sitio de internet. Sin dudas su discreta presencia le otorga cierta singularidad al Amarelle. Confieso que me enteré de la existencia de tal distingo hace solo un tiempecito, y quizá la fuente que me lo reveló fuera un noticiario o algún periódico de circulación nacional.

Reconocí la existencia del apellido después de que Teresa Amarelle Boué comenzara a pasar sus días con la visibilidad que le diera la presidencia de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Amarelle es la tercera mujer que preside esa organización femenina; Vilma Espín y Yolanda Ferrer la antecedieron en ese puesto decorativo, y totalmente inútil, que fuera creado bajo la premisa de atender “asuntos de mujeres” en medio de un gobierno que alardeaba, y lo sigue haciendo, de su preocupación por ellas, desde lo macho, claro.

En aquellos años primeros, y en franco alarde “feminista” y “revolucionario”, se convocó a los hombres a ceder sus puestos de trabajo a las mujeres, sobre todo a esos hombres que no tenían asientos de importancia política. Y todo sucedió en esos días en los que comenzara a desvanecerse la guayabera y el dril cien para dar paso al muy pesado verde olivo que se nos vino encima desde la Sierra, ese que vistieron unos machangos melenudos de frondosas barbas que se convirtieron en los dueños de todo cuanto se levantaba en la Isla, incluidos los cuerpos ajenos y sus sexualidades.

El guerrillero que bajó al llano se empeñó en mostrar la masculinidad del “hombre nuevo”, y el dril cien fue desplazado por un tejido “más macho”, pero también más grosero. Así, de verde olivo engalanados, invadieron la vida cubana los nuevos Yarini, sin la gracia de Yarini, sin sus encantos. Y fue así que el macho cubano se hizo más burdo y poderoso, tanto que hasta creyó que podía regentar la vida de las mujeres, y para ello, en franco paripé, las acercó al poder macho, las engatusó para regentarlas.

Y ese fue el mejor momento para que aparecieran la FMC, y Vilma, y Yolanda, y luego Teresa, pero el poder siguió siendo macho; y a pesar de aquel Retrato de Teresa en el que Deysi Granados era vapuleada y reivindicada, se siguió cantando “Sácale brillo al piso, Teresa”. Las Teresas siguieron siendo dóciles, incluso la Amarelle Boué que tanto demorara en pronunciarse sobre el desparpajo del violador Fernando Bécquer.

Esa Teresa Amarelle Boué tuvo que esperar a que le dieran el permiso, quizá la orden, para pronunciarse sobre el asunto. Creo que fue la única comunista cubana que pronunciara alguna opinión, aunque tardía, sobre el asunto, y después de la avalancha de protestas en las redes que prometía aplastar a Bécquer y a un sistema judicial que nos pareció cómplice del violador. Y solo entonces se pronunció la Amarelle Boué.

Y tampoco dijo nada, al menos hasta hoy, de la joven madre asesinada en Ranchuelo, y tampoco nos advirtió la prensa de la detención del asesino, esa que hasta hoy sigue siendo solo un rumor. Sin dudas Amarelle Boué mantendrá el mismo silencio que dedica a las Damas de Blanco cuando son golpeadas y vejadas en las calles cubanas. Lo suyo es sin dudas el silencio, un silencio cómplice, aunque prefiero escribir culpable que es un sinónimo más peligroso.

En Cuba es muy común, y hasta aplaudido, que los machos alardeen de sus virilidades y conquistas. Acá se hace habitual chocar con un machango que alardea de sus hombrías. En Cuba, y con algo de razón, se presume de los cuerpos entrañables que se forjan en los gimnasios. En Cuba mucha gente pretende ser linda porque vive de sus cuerpos, de cuerpos que otras y otros aman y buscan incansablemente para seducirlos luego, para poseerlos, para comprarlos, sojuzgarlos. En Cuba mucha gente vive de sus cuerpos…

Sobre nosotros pesa ese mito de la sensualidad, de la sexualidad desaforada. Se rumora, y en diversos puntos de la geografía, que estamos “muy bien dotados”, que Príapo prefiere habitar en los bronceados cuerpos de los isleños. Sin dudas, la “cubanía” también refiere la sensualidad y la virilidad, y esa visión existe desde hace mucho, pero creció con la llegada de los barbudos al poder.

Y fue así que el macho de la Revolución lo tuvo todo: una mujer en casa y muchas en la calle. Los nuevos jefes sedujeron más que nunca a las mujeres que tenían bajo su mando, y no se mostraron dispuestos a aceptar negativas. Eso aprendieron los hombres de la posrevolución; seducir y poseer a cualquier precio se volvió un derecho no legislado. Y eso aprendió Bécquer, y el asesino de Ranchuelo.

El Partido Comunista de Cuba soñó, ideó, un país macho, un país sin “fenomenitos”, y castigó duramente los “desacatos sexuales”. Los jefes tenían esposas y montones de amantes. Fidel Castro exhibió su machismo cabrío, y sedujo, sedujo, sedujo, y hasta se dice que castigó a quien no respondiera a sus cortejos y arrumacos. Y así propició el totalitarismo castrense y castrista los acosos sexuales, y los aplaudió solapadamente. Mientras que la Federación de Mujeres Cubanas no fue más allá del paripé.

Y la FMC no hizo algo para que fueran castigados los acosos, aun cuando fueran muchas las violaciones que hasta hoy terminaron en muertes sin castigos. La machanguería y los conquistadores son reverenciados aún. El mujeriego sigue siendo un patrón generoso, y solo los abusadores que no tienen contubernios con el poder son sancionados y castigados con mano dura, y eso anima a los depredadores, y más si el gobierno, y las mujeres del gobierno, muestran un silencio que es cómplice de Fernando Bécquer y del asesino de Ranchuelo, de muchos más. Nietzsche creía que “lo que no nos mata nos fortalece”, pero olvidó decirnos lo que sucedía cuando sí nos mataba.

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¿Las muertes nos fortalecen?

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25.01.2023

LA HABANA, Cuba. – Amarelle no es un apellido usual; es tan poco habitual que, de entre los apellidos registrados en el mundo, ocupa el número 297 264 según me advirtiera un sitio de internet. Sin dudas su discreta presencia le otorga cierta singularidad al Amarelle. Confieso que me enteré de la existencia de tal distingo hace solo un tiempecito, y quizá la fuente que me lo reveló fuera un noticiario o algún periódico de circulación nacional.

Reconocí la existencia del apellido después de que Teresa Amarelle Boué comenzara a pasar sus días con la visibilidad que le diera la presidencia de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Amarelle es la tercera mujer que preside esa organización femenina; Vilma Espín y Yolanda Ferrer la antecedieron en ese puesto decorativo, y totalmente inútil, que fuera creado bajo la premisa de atender “asuntos de mujeres” en medio de un gobierno que alardeaba, y lo sigue haciendo, de su preocupación por ellas, desde lo macho, claro.

En aquellos años primeros, y en franco alarde “feminista” y “revolucionario”, se convocó a los hombres a ceder sus puestos de trabajo a las mujeres, sobre todo a esos hombres que no tenían asientos de importancia política. Y todo sucedió en esos días en los que comenzara a desvanecerse la guayabera y el dril cien para dar paso al muy pesado verde olivo que se nos vino encima desde la Sierra, ese que vistieron unos machangos melenudos de frondosas barbas que se convirtieron en los dueños de todo cuanto se levantaba en la Isla, incluidos los cuerpos ajenos y sus sexualidades.

El guerrillero que bajó........

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