LA HABANA, Cuba. — El punching bag del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha exhortado a los funcionarios del ramo de la agricultura a meterse en el campo para hablar con los ganaderos. Del lado de acá de la pantalla del televisor, uno se pregunta: ¿para decirles qué? Y yendo más a fondo en la reflexión, también uno se pregunta cuántas veces han hablado ya no solo con los ganaderos, sino con los obreros cañeros, campesinos y trabajadores en general.

La función de este gobierno es, precisamente, hablar, tratar de convencer a la gente que trabaja de que deben esforzarse más para que ellos, los que no trabajan, tengan menos preocupaciones y vivan cada vez mejor. Han hablado tanto que, de seguro, los guajiros ya los esperan en el surco, en las vaquerías y en los corrales porcinos para asentir y corresponder a su teque con otro teque en el cual fingen estar de acuerdo con el sinsentido del momento. Una vez que los obesos den la espalda y se llenen la panza, cada productor hará lo que mejor le convenga, como disponen las leyes del mercado y la libre empresa.

Díaz-Canel cree que meterles presión a los ganaderos hará que aumente la producción de carne y leche; así como creyó que poniéndole una base de limón a cualquier líquido saldría una bebida deliciosa, que habría guarapo y jugo en cada esquina, y que la masa para pizza se convertiría en un plato habitual en la mesa de los cubanos, que hoy se matan en las colas por una flauta de pan.

Tal vez, cuando dice “hablar”, Díaz-Canel quiere decir intimidar, obligar a los productores a plegarse a los planes enloquecidos del PCC. Al natural de Villa Clara le gusta demostrar que es un tipo duro, que aquí no se rinde nadie y que no le tiembla la voz para dar la orden de combate.

Con la actitud matonesca que en los últimos tiempos han asumido los funcionarios cubanos y sus voceros en los medios de comunicación, no sería raro que Díaz-Canel, en sus delirios de grandeza, se viera a sí mismo como un capo al mando de un feudo: el Mickey Corleone tropical. Sus ministros imponen tasas de cambio arbitrarias, racionamientos despiadados, planes productivos insolventes y una represión brutal.

Claro, a diferencia del Michael Corleone retratado por Mario Puzzo en su novela “El Padrino”, e interpretado por Al Pacino en la adaptación cinematográfica de Francis Ford Coppola, Miguel Díaz-Canel es un segundón de los más despreciados. Su palabra no es ley y su voluntad no se hace ni siquiera en su casa. Su carácter es mucho más parecido al de Alfredo Corleone: cobarde, manipulable, charlatán y siempre expuesto al ridículo.

Cuando Díaz-Canel, en su autoridad “inflada”, exhorta a dialogar, intercambiar o comprender, es inevitable recordar el parón que le dio Ramiro Valdés en una reciente comparecencia televisiva, con un gesto que decía por lo claro: “cállate, que aquí tu opinión no cuenta”.

La tarea de Díaz-Canel es fingir que tiene poder. Cuando los mafiosos de Mario Puzzo “hablaban”, un problema se resolvía. Con Díaz-Canel el acto de hablar es literal, y así, con palabras, pretende dar solución a problemas cada vez más graves que, en el universo Corleone, ya se habrían resuelto enviando al Comité Central un grupo selecto de aquellos “conversadores” que no volvían a la mansión de El Padrino sin haber conjurado el peligro.

Ha pasado más de un año del “encuentro” que Díaz-Canel sostuvo con productores agropecuarios de Mayabeque y Artemisa, pero aún no se aprecian en los agros el resultado de tales conversaciones. Díaz-Canel es la personificación de la necedad; pero ha tirado casi cinco años a base de teques y errores que en cualquier país democrático le valdrían un impeachment.

Pero el hombre cree que puede. Ha repetido ese mantra demasiado como para no convertirlo en verdad, al menos para sí mismo y a conveniencia de otros que lo dejan delirar. A fin de cuentas, a muchos les conviene que Díaz-Canel se siga ganando el odio de las masas.

Siempre se ha dicho que el castrismo es una mafia y es cierto. Pero es una mafia chapucera; tanto que se halla al borde de un nuevo embargo por no cumplir con sus acreedores. A pesar del apoyo que ahora les brinda Estados Unidos, será muy difícil para los delincuentes del PCC recuperar la confianza de sus socios internacionales.

Todo tiene un límite. Hablar no funciona para los ganaderos cubanos, ni para los inversionistas foráneos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Los delirios de un Mickey Corleone tropical

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14.11.2022

LA HABANA, Cuba. — El punching bag del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha exhortado a los funcionarios del ramo de la agricultura a meterse en el campo para hablar con los ganaderos. Del lado de acá de la pantalla del televisor, uno se pregunta: ¿para decirles qué? Y yendo más a fondo en la reflexión, también uno se pregunta cuántas veces han hablado ya no solo con los ganaderos, sino con los obreros cañeros, campesinos y trabajadores en general.

La función de este gobierno es, precisamente, hablar, tratar de convencer a la gente que trabaja de que deben esforzarse más para que ellos, los que no trabajan, tengan menos preocupaciones y vivan cada vez mejor. Han hablado tanto que, de seguro, los guajiros ya los esperan en el surco, en las vaquerías y en los corrales porcinos para asentir y corresponder a su teque con otro teque en el cual fingen estar de acuerdo con el sinsentido del momento. Una vez que los obesos den la espalda y se llenen la panza, cada productor hará lo que mejor le convenga, como disponen las leyes del mercado y la libre empresa.

Díaz-Canel cree que meterles presión a los ganaderos hará que aumente la producción de carne y leche; así como creyó que........

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