LA HABANA, Cuba. – La pobreza agravada, sostenida e irremisible no puede tener consecuencias positivas. En ese bucle los cubanos llevan 63 años atrapados, pero desde 2019 específicamente, las privaciones han escalado al punto de que solo nos falta una guerra para que la nación desaparezca. Hay lugares de Cuba tan devastados, gente tan famélica y harapienta, que se hace difícil explicarle a quien mira desde fuera que aquí no han caído bombas ni han existido campos de concentración desde las UMAP (1965-1968).
Cuando lo peor de la pandemia se desató sobre la “potencia médica”, y ponerle precio a la vida se convirtió en una práctica cotidiana, muchísimos cubanos sufrieron el shock de reconocerse en el espejo de la miseria humana. La existencia se tornó un escenario violento, desde la autoflagelación de ver a un ser querido morirse entre tus brazos sin que apareciera la ambulancia para llevarlo al hospital, hasta las explosiones de ira contra el personal médico, la policía o los burócratas que se dedicaron a contabilizar y falsear la cifra diaria de los decesos por COVID-19.
Todo ha sido violencia en Cuba desde 1959. Durante la crisis de los años 90 se pensó haber alcanzado el colmo de la degradación social con el boom del “jineteo”, el proxenetismo, la delincuencia e incluso la prostitución infantil.
Los años siguieron su camino y con ellos emergieron, o se incrementaron, formas de ganar dinero por vía ilegal, a costa del sufrimiento y la muerte de otros. Peleas de perros, vallas de gallo, carreras de motos, golpizas a sueldo, garroteros que hacen su agosto extorsionando a familiares de drogadictos y gente que pide prestado para emprender la ruta migratoria, son fenómenos que ocurren a la vista de todos y con conocimiento de la policía, que se embolsilla jugosos sobornos a cambio de permitir, o alertar si se avecinan redadas.
Muchos cubanos, en su miseria, alientan y participan de la violencia por un par de billetes, algún alimento o simplemente por diversión. A las prácticas mencionadas ahora se suman peleas de boxeo “clandestinas” entre adolescentes que provienen de un medio donde la pobreza obliga a sobrevivir a costa de un hueso roto.
Lo que se documenta en el video anterior ocurrió recientemente en Santiago de Cuba, en un escenario casi idéntico al de las peleas de perros. Como perros se enfrentan dos chicos, rodeados por una multitud que los azuza: “¡Mátalo!”, “¡Ahí, ahí!”, “¡Sin miedo, papi!”. Dos adolescentes “boxeadores” que se entran a piñazos delante de un corro de personas negras descalzas y pobremente vestidas, la imagen penosa de los estratos más desfavorecidos de la sociedad cubana.
Sobre el video hay más preguntas que información, aunque no es difícil imaginar que la idea pudo haber surgido a modo de desafío entre fanfarrones, y luego a alguien se le ocurrió mencionar la posibilidad de hacer apuestas, y alguien más recalcó que nada tiene que perder por un par de golpes quien no tiene ni zapatos que ponerse, pero sí mucho que ganar en caso de resultar vencedor.
Y cuando decimos “mucho” podrían ser 1000 pesos, que para un muchacho que come una vez al día debe ser una fortuna. Eso es lo que vale su cuerpo para los camajanes que organizan, sobornan, dosifican la violencia y promueven nuevos torneos.
Podría ser peor. Al menos no corrió la sangre, aunque al “Purry” (pantalón negro) le dieron un par de golpes que lo dejaron medio desfallecido. ¿Habría desayunado el Purry en esta Cuba donde no se consigue siquiera un trozo de pan? Con el hambre que se está pasando en las provincias orientales, lo más probable es que ambos pugilistas hayan entrado al ruedo con el estómago vacío, o con un vaso de agua con azúcar.
Es probable que ambos muchachos practiquen boxeo. Tal vez, cuando piensan en su futuro, se aferran a la posibilidad de algún contrato en el exterior, luego de haber aguantado y propinado suficientes golpes, claro está. Salir del hoyo en que viven es la meta; pero ahora mismo, con la crisis arreciando, la prioridad es comer.
Se ha dicho siempre que Cuba es una cantera de boxeadores. Numerosas medallas olímpicas y en campeonatos mundiales así lo atestiguan. Sin embargo, mientras llegan las glorias el talento busca ganarse la vida con lo único que tiene, y de paso va adquiriendo la noción de que el dinero es muy importante, importantísimo; sobre todo cuando hay que soportar tantos golpes para conseguirlo.
Lo único bueno que se desprende de estas peleas secretas donde el público abuchea y espera ver un tabique partido, una ceja ensangrentada o un knock out de película, es que a estos adolescentes nadie podrá decirles, el día de mañana, que le deben algo a la Revolución. Han vivido en la mierda desde pequeños, conquistando la jama a gaznatones.
Si algún día llegan a convertirse en boxeadores profesionales, no habrá consignas ni abanderamientos que logren convencerlos de dejarle al INDER más de la mitad de los ingresos peleados, literalmente, en certámenes de alto nivel, mientras los directivos engordan nalgas y barrigas en oficinas con aire acondicionado.
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El boxeo cubano: luchando su yuca desde la base
LA HABANA, Cuba. – La pobreza agravada, sostenida e irremisible no puede tener consecuencias positivas. En ese bucle los cubanos llevan 63 años atrapados, pero desde 2019 específicamente, las privaciones han escalado al punto de que solo nos falta una guerra para que la nación desaparezca. Hay lugares de Cuba tan devastados, gente tan famélica y harapienta, que se hace difícil explicarle a quien mira desde fuera que aquí no han caído bombas ni han existido campos de concentración desde las UMAP (1965-1968).
Cuando lo peor de la pandemia se desató sobre la “potencia médica”, y ponerle precio a la vida se convirtió en una práctica cotidiana, muchísimos cubanos sufrieron el shock de reconocerse en el espejo de la miseria humana. La existencia se tornó un escenario violento, desde la autoflagelación de ver a un ser querido morirse entre tus brazos sin que apareciera la ambulancia para llevarlo al hospital, hasta las explosiones de ira contra el personal médico, la policía o los burócratas que se dedicaron a contabilizar y falsear la cifra diaria de los decesos por COVID-19.
Todo ha sido violencia en Cuba desde 1959. Durante la crisis de los años 90 se pensó haber alcanzado el colmo de la degradación social con el boom del “jineteo”, el proxenetismo, la delincuencia e incluso la prostitución infantil.
Los años siguieron su camino y con ellos........
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