“¿Cuál es mejor, Samsung o Redmi?”, pregunta una wasapeña en el grupo Orejas (el de quejarse o hablar temas menos cercanos al sexo, para no contaminar Senti2), y allá vamos todos a contar experiencias y ponderar virtudes o limitaciones.
Estuve tentada de decir que el mejor celular es el que no ha salido aún al mercado porque así funciona el mundo ahora, pero no quise meterle demasiado ruido a quien debe tomar una difícil decisión: dejar su telefonito aún sano y vigoroso (y cargado de conocimientos, conversaciones, recuerdos) para adaptarse a otro con mayores prestaciones, según dicen.
Creo que nadie ha podido explicarme con suficiente coherencia cómo es posible acostumbrarse a desechar cosas porque sí, porque la otra pinta mejor, y a la par exigirnos ser rígidamente fieles a la pareja, la familia, el empleo, la comunidad, las ideologías, los equipos deportivos o musicales… incluso si ya no nos resultan funcionales.
¡Y ni hablar de quienes valoran mejor vivir al revés y guardar culto sólo a lo objetual y no a lo que palpita, o no le tienen amor a nada ni........