Cuando era niña y vivía en Guanabacoa con mis padres, me encantaba venir a pasar el fin de semana en casa de la abuela de Regla, mi vivienda actual. No solo por el patio para jugar y el parque cercano, sino porque aquí no había electricidad y los muebles del comedor eran (son) como de museo, y ese sabor a siglo antiguo me encantaba para avivar la imaginación.
Claro que el barrio tenía electricidad, pero mi abuela se había indignado con un cobro excesivo, y para probarle a la empresa su injusticia estuvo más de un año sin usar sus servicios. Tenía un radio de pilas, cocinaba a gas o con carbón y compraba el alimento perecedero para el día. Como la casa es alta y fresca sobraba luz de día, y a la noche, si hacía calor, dormíamos con las puertas del patio abiertas.
Yo me entretenía aprendiendo a coser, bordar o tejer, leía vorazmente, jugaba con botones-princesas y carreteles-castillos, o con toda impunidad machacaba notas en el piano (para dolor de mis vecinos, porque nunca aprendí… y ahora razono que tal vez las tandas de pésimo reguetón que........