Aquel olor a tinta fresca 

Ir a la ciudad de Remedios por los días de diciembre es toparse con un evento que lleva años definiendo el entorno visual de las tradiciones: los concursos de afiches para las parrandas. Recuerdo de mi infancia que, en la balaustrada de cualquier casa, se colocó siempre un póster hecho con pintura y cartulina, a veces con materiales no tan resistentes que se iban decolorando. No había con qué hacer esas señales gráficas, pero las personas buscaban la manera de realizarlas. El certamen —organizado por el Museo de las Parrandas— convocaba a artesanos, profesionales o no, que tuvieran el talento de reflejar lo que la tradición manifiesta así como su perspectiva. Sin ir muy lejos, allí hay de todo, desde aldabas de las puertas de las viviendas flanqueadas por demonios hasta escenas surrealistas de tableros de fuegos artificiales iluminando la noche. Los carteles han acompañado como una crónica paralela a las fiestas, siendo en sí mismos una especie de subproducto que puede conservarse como souvenir.

Las tecnologías han avanzado, ahora existen las impresiones con láser, el uso de los colores sintéticos, la inteligencia artificial y la programación. Todo eso le hace al diseñador gráfico más llano el camino. Sin embargo, aún, cuando veo los carteles de Remedios en el mes de diciembre, noto esa añoranza por lo meramente artesanal. Incluso recuerdo el olor a tinta de los salones del Museo de las Parrandas ya que muchas veces los afiches se traían frescos desde la mesa del artista hasta la pared. Allí estaban meses, hasta que el fragor festivo decaía y pasaban a los fondos de la institución. Además de los motivos arquitectónicos, los carteles se refieren a cuestiones del pasado, como la historia de los trabajos de plaza con sus múltiples aportes, la evolución de los fuegos, el uso de........

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