Foto: Cortesía de la autora
Los días pasados han sido agitados, veloces, cargados de intensidad y recuerdos de grandes momentos históricos.
Por una parte hemos conmemorado el 143 aniversario de la visita del apóstol de Cuba, José Martí, a Venezuela. Quien sin quitarse el polvo del camino, sin preguntar donde se comía, bebía o dormía, fue directo a buscar la impronta del libertador de los pueblos latinoamericanos: Simón Bolívar.
Por la otra, hemos asistido al aniversario cerrado del centenario de la desaparición física de Vladimir Ilich Lenin. El cerebro brillante que vino a constituir el primer estado socialista del mundo. El creador del socialismo práctico. El genio.
Encontrábame yo en Venezuela en estos días pasados. Y nada más bajar del avión, fui camino recto al Panteón Nacional de Caracas, en el que el cuerpo diplomático cubano en la Nación Bolivariana le rendía una ofrenda floral a Bolívar para celebrar los 65 años del triunfo de la Revolución Cubana.
Una Revolución que llegó para liberar a un pueblo que había sido pasado de las manos de una corona arcaica a las de un imperio norteamericano que actualmente sigue luchando por arrebatar su soberanía. Soberanía conquistada y mantenida a lo largo de todos estos años, que antes de ser entregada, como bien saben los habitantes de Cuba, se hunde antes la misma en el mar Caribe.
Habiendo aclarado estas ideas, recuerdo que estos días en la tierra de Bolívar pensaba en Fidel. Fue el 23 de enero del año del triunfo, a pocos días, que el Comandante emprendió su primer viaje al exterior. Y llegó a Caracas. Como bien hiciera Martí. Fue recibido apoteósicamente. Ya él, viajando al futuro sabía de la unión indestructible entre........