“Fredric Jameson derrotó a sus enemigos explicándolos”

Fredric Jameson, el prolífico crítico marxista que murió el 22 de septiembre a los 90 años, era “el último de los auténticos genios del pensamiento contemporáneo”, decía Slavoj Žižek en una sentida nota necrológica. Pero incluso los genios tienen sus puntos ciegos. Como apuntaba Benjamin Kunkel, una de las debilidades más curiosas del pensamiento de Jameson –que partía, precisamente, de la pretensión de explicarlo todo– era su incapacidad de dar cuenta de su propia existencia. ¿Quién hubiera pensado que un hombre nacido en Cleveland en 1934, con un doctorado en Francés, escribiendo en Estados Unidos en plena Guerra Fría, no solo lograría revitalizar el pensamiento marxista en la esfera académica, sino revestirlo de respetabilidad?

Jameson –que publicó su primer libro en 1961 y siguió en activo hasta el último momento, con tres libros nuevos en 2024– transformó nuestra comprensión de la relación entre la Historia y los “modos de producción” de la literatura, el arte y el cine; ayudó de forma decisiva a definir la posmodernidad; nos convenció de que incluso las formas culturales más perversamente opresivas pueden contener un elemento “utópico”; y demostró que el pensamiento de Hegel, Marx, Lukács y Adorno aún nos puede servir para comprender nuestro propio momento histórico. Su enorme influencia durante el último medio siglo se extendió más allá de Estados Unidos, a Europa, Latinoamérica (incluido Brasil) y China.

Hablo sobre el legado de Jameson con Neil Larsen (1952), profesor emérito de la Universidad de California, experto en literatura e historia latinoamericana y teoría crítica marxista. Autor, entre otros libros, de Determinations (Verso, 2001) y Reading North by South (Minnesota, 1995), Larsen es uno de los actuales codirectores del Grupo Literario Marxista (MLG, por sus siglas en inglés), que fue fundado por Jameson en 1969. El año pasado, Larsen publicó un sonado ensayo en Jacobin sobre la “jerga reaccionaria” de la autodenominada decolonialidad, que, para él, es una aberración: una “vía muerta” intelectual y política.

¿Cómo recuerda a Jameson en lo personal?

Fred –como le llamábamos los que le conocíamos y estimábamos– era un hombre extremadamente generoso. Y lo era con casi todo el mundo. Lo conocí a finales de los setenta en la Universidad de Minnesota, donde yo hacía el doctorado y por donde Jameson pasaba cada tanto a dar conferencias. Recuerdo que cuando vino a presentar una charla basada en lo que sería El inconsciente político [The Political Unconscious, publicado en español como Documentos de cultura, documentos de barbarie], nos compartió el texto. ¡Pero del libro entero! Todos recibimos un fajo de fotocopias del manuscrito íntegro, tecleado en su legendaria máquina de escribir, con correcciones y todo, para que lo pudiéramos leer antes de la charla y, obviamente, antes de que se publicara. ¿Quién hace algo así?

Una persona generosa y… confiada.

Claro, no le importaba que lo tuviéramos antes de que saliera porque él mismo estaba convencidísimo de la importancia de ese libro. Y no le faltaba razón.

Pero no era un hombre inseguro, que digamos.

Para nada. O, por lo menos, si tenía inseguridades –como todos las tenemos– las ocultaba bien. De hecho, para ese entonces aún le gustaba proyectar la imagen de un joven rebelde marxista. Recuerdo que en esos días vestía una chupa de cuero y fumaba cigarrillos Camel. Pero la verdad era que ya tenía casi cincuenta años. Y aunque era bastante más delgado de lo que sería en años posteriores, la imagen de un bohemio a lo James Dean o Marlon Brando no se le daba tan bien como él pensaba. (Risas.) Aun así, atraía la pura fuerza de su pensamiento. El respeto y el afecto que le teníamos eran totales. Eso sí, sé que le encantaba el buen vino, que durante un tiempo era capaz de consumir en cantidades copiosas.

Poco después, a mediados de los ochenta, a usted le tocó prologar una colección suya: el primer volumen de Las ideologías de la teoría.

El libro salía inicialmente en una serie de la Universidad de Minnesota, que pedía que las y los prologuistas entraran en un diálogo crítico con el libro que prologaban. Yo acababa de conseguir mi primer trabajo como profesor y la invitación de la editorial a principio me aterró. Pero tampoco podía decir que no. Así que decidí quedar con Jameson a tomar un café –ambos vivíamos en aquel entonces en........

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