El rey y la corista

–Es un sinvergüenza.

–Y un caradura. ¿Pues no se pasea por ahí, de regata?

–Anda, que… A buenas horas lo cuentan.

–Claro, porque lo han tapado todos.

–Y el dinero, no te olvides del dinero, que lo pagábamos todos.

Señoras mayores indignadas. Las de la generación que se hizo juancarlista de la noche a la mañana. Las que no se perdían una boda de las hijas, del hijo. Las del mensaje de Nochebuena. A pesar del intento desesperado de los medios de toda la vida por achicar la vía de agua convertida en ola gigante, esas mujeres se quejan. Se sienten engañadas. Ahora tienen la seguridad de que durante décadas vivieron una ficción, una farsa, una película firmada por todos los que hicieron, permitieron, callaron, pagaron y ocultaron una comedia bárbara. Algunas no pueden dejar de pensar en que esas vidas lejanas, despojadas de lujo y oropel, se parece demasiado a lo que ellas mismas vivieron en un país machista, patriarcal, que las anuló durante vidas enteras. Las malcasadas, las abandonadas, las que se partieron los cuernos que les ponían trabajando para sacar adelante a sus hijas. La rabia les sube los colores a la cara. Están indignadas.

Y eso que era un secreto a voces, más después del escándalo del elefante y de Corinna Larsen. Algunas recuerdan las mofas con aquel spot publicitario que narraba la escapada de un VIP que huye de sus propios escoltas en un coche muy potente para encontrarse con una chica muy guapa.

–Y todas dijimos: ¡anda, como el rey!

Corría el año 2000 y el rey no era emérito sino solo campechano.

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24 años después, hemos pasado de reír las gracias a los ayes y lamentos áulicos recorriendo platós, redacciones, estudios de radio. Y todo por culpa de Bárbara, qué buen nombre. El bellezón de los setenta y ochenta, de quien todos sabíamos que el nombre artístico venía con segundas y quizá se lo puso Adolfo Suárez, muñidor del affaire. Ella es la más famosa de la larga lista de mujeres del don Juan. Juanito.

“Era el hombre más deseado y más guapo de todas las monarquías europeas. Las mujeres se le tiraban encima, ¿qué iba a hacer?”, dijo, orgulloso, un octogenario periodista de los monárquicos de toda la vida. Se le caía la baba de cortesano pringando el suelo pegajoso de la opinión lamebotas. Años después –da igual cuántos porque han sido........

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