“Editar es difundir entusiasmos”

A Jacobo Siruela (Madrid, 1954) no le gustan los focos. Prefiere “la invisibilidad”, aunque muchas veces le resulte arduo “viniendo” de donde viene. “Mi mundo corresponde a lo privado”, dice el tercer hijo de Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba, y del también aristócrata Luis Martínez de Irujo. De ahí que se prodigue poco en foros y encuentros públicos. Pero si algo puede hacerle emerger de su refugio íntimo en el Ampurdán, donde vive desde hace años, es una conversación sobre libros y el papel que todavía puede desempeñar la cultura en una sociedad de rumbo cada vez más incierto, abocada a las inercias y los diezmos de la tecnología.

Aristócrata de cultura más que de sangre, mucho más cercano por visión humanista a su tocayo Giacomo Casanova –cuyas memorias editó en castellano– que a los fastos nobiliarios, Siruela fundó a principios de los años 80 la editorial homónima, aún hoy sinónimo tanto de calidad como de éxito comercial. Veinte años después, ya con el nuevo siglo, cambió de tercio, dejando Siruela para redoblar la apuesta con Atalanta, donde ha podido desarrollar esa forma personal de compromiso con el mundo: dando libros –de diseño exquisito– que cuestionan nuestro modo de vida. Poniendo al día un caudal milenario en títulos que pueden abordar, y conciliar, tanto a Platón como a Einstein, tanto las tradiciones místicas de Oriente como la mecánica cuántica; que indagan en el mito del Grial como en la ecología y en las últimas investigaciones que demuestran que el Universo es un ente vivo de inteligencia infinita y no un reloj cartesiano sin propósito.

Así vive hoy Jacobo Siruela: alejado del mundo en una masía catalana en proceso de restauración, pero en absoluto ajeno al mundo. Recolectando por todo el planeta, como un jardinero silencioso, especies bellísimas de libros que pongan a la Naturaleza “en el centro” de la evolución humana. Pues, si su oficio se limitara a vender, sería “incoloro e insípido”. Y, como decía su maestro Borges: “El arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara”.

¿Por qué editor? ¿Qué impulso le llevó a ello?

Empecé a editar regularmente libros medievales escogidos y diseñados por mí

Soy editor, podemos decir, por destino; pero casi todo comienzo es debido a las circunstancias. En aquella época yo era, o, mejor dicho, quería ser, pintor. Publiqué mi primer libro en 1980, a los veintiséis años. Se titulaba La muerte del rey Arturo. Un volumen de unos 45 centímetros de alto, con buenísimo papel, geométricas composiciones tipográficas y unos dibujos visionarios de Susanne Grange, que costaba en la época nada menos que 18.000 pesetas. Una locura juvenil que pagué con la pequeña herencia que había recibido por la muerte de mi padre. Lo más normal hubiera sido comérmelo con patatas, pero quiso el destino que ganara el primer premio de ese año al Libro Mejor Editado, lo cual me permitió difundirlo y vender toda la edición en pocos meses. Ese éxito me animó a fundar la editorial Siruela [con una inversión de 50.000 pesetas] y a publicar en el otoño de 1982 dos relatos medievales, Sir Gawain y el caballero verde y la historia de Melusina, que se vendieron también divinamente al coincidir su aparición con una especie de moda medieval que flotaba ese año en el aire. De modo que empecé a editar regularmente libros medievales escogidos y diseñados por mí, con los dos amigos con los que había empezado mi aventura, que se ocupaban de la parte económica y de producción de la empresa. Así que la editorial fue poco a poco profesionalizándose, hasta quedar yo solo al final de los años 80 con todo un equipo. Fueron apareciendo dos colecciones de literatura fantástica, una de ellas dirigida por Borges; una colección de literatura contemporánea, cuyo primer libro fue Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino; una colección de arte; una revista trimestral, El........

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