Puigdemont, entre la política y el espectáculo

No está claro si la breve aparición de Puigdemont en Barcelona ha sido un movimiento político, pero desde luego ha funcionado perfectamente como espectáculo. A estas alturas, no hay duda de que el objetivo de su regreso a suelo catalán no era la breve aparición ante sus fieles bajo el arco del triunfo. Tampoco lo ha hecho, como se creía, para boicotear momentáneamente la investidura de Salvador Illa. Bien al contrario, el ejercicio de prestidigitación y escapismo era, sin duda, un fin en sí mismo. Se trataba, al parecer, de demostrar que el expresident es sagaz y escurridizo; capaz de despistar a las policías española y catalana, igual que entraba y salía de los museos, sin ser jamás descubierta, la pantera rosa. De acuerdo. Ya nadie puede negarle esa virtud. Ha hecho el truco y le ha salido bien. El público aplaude. Más complicado es encontrar el sentido político de toda esta performance.

No cabe duda de que Carles Puigdemont es un represaliado político. Lo es junto a los dirigentes independentistas encarcelados y después condenados por el Tribunal Supremo por los eventos de 2017. Para llegar a esta conclusión, no es necesario compartir sus ideas independentistas ni su método de ponerlas en práctica a través de las leyes de desconexión, la consulta del 1 de octubre y la fugaz declaración de independencia. Para percibir y denunciar una violación de derechos no es necesario compartir los hechos ni las ideas de........

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