El demócrata conservador

Hay cosas por las que merece la pena perder. No te metas en esto solo por la política que lo rodea. Métete solo si crees en algo.

Joe Biden a los demócratas de Delaware, marzo de 1996.

No está exento de una cierta ironía que Joseph Robinette Biden Jr naciera en pleno apogeo de un New Deal que después ayudaría a desmantelar. Pero ni Biden ni Estados Unidos son casos únicos en ese sentido. Mire el generoso Estado del bienestar de posguerra de casi cualquier país desarrollado y, entre sus enemigos más ricos y poderosos, encontrará a muchos de los que más se beneficiaron de él y que, sin embargo, se pusieron en contra del sistema que los creó, convencidos de que lo habían conseguido todo por sí solos.

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La herencia irlandesa que Biden ha destacado a lo largo de toda su vida pública solo representa una parte de la historia de su familia. Sus padres se conocieron en el instituto: Joe Sr había nacido de la hija de una familia francesa con raíces en la época colonial y un ciudadano de Baltimore que pudo, o no, proceder de Inglaterra; su madre, Jean, era hija de un hombre de Scranton que descendía de inmigrantes irlandeses y de la hija de un senador del estado de Pennsylvania. “Tu padre no es un mal hombre”, recordaría más adelante Biden que le contó su tía irlandesa, “simplemente es inglés”. Aunque lo contaba en broma, la manera en que más tarde abordó algunos conflictos internacionales, parecería sugerir que había interiorizado ciertas costumbres familiares relacionadas con la inmutabilidad de las ancestrales rencillas sectarias.

De igual manera, el excesivo énfasis en las clases medias que ha definido la política de Biden, bien podría ser el resultado de los esfuerzos de su propio padre. En sus inicios laborales, Joe Sr conoció un meteórico éxito cuando entró al floreciente negocio de un tío adinerado que tenía la patente de un sellador de ataúdes. Al estallar la II Guerra Mundial, despegó el negocio, que por aquel entonces había cambiado los ataúdes por las placas blindadas, en su mayoría para los buques mercantes que realizaban la peligrosa travesía del Atlántico. Cuando el Congreso aprobó una ley que ordenaba que todos los barcos estadounidenses que comerciaran en el Atlántico Norte tenían que llevar su sellador, el negocio se disparó, y Joe Sr, su tío y su primo comenzaron a dirigir las operaciones desde tres sucursales diferentes: Boston, Nueva York y Norfolk (Virginia) respectivamente.

Al terminar la guerra, acabó también la generosidad del Gobierno, y mientras Joe Sr buscaba su próxima aventura comercial, sufrió una racha de mala suerte. Uno de sus planes fue comprar un edificio en el centro de Boston y convertirlo en una tienda de muebles, pero su socio huyó con el dinero. También quiso comprar un aeropuerto y un par de aviones para montar un negocio de fumigación de cultivos, pero tuvo dificultades para obtener los contratos y, en ese intervalo, su primo, que era su socio, derrochó lo que quedaba de la fortuna que habían acumulado durante la guerra. Al final, su tío (y financiador) terminó por retirar también su capital. Tras varios años de abundancia como contratista del ministerio de Defensa, en los que cazaba faisanes los fines de semana y hacía espectaculares regalos a su hijo pequeño, solo tres años después del fin de la guerra, Joe Sr y su familia, sumidos en deudas, se mudaron con los padres de Jean a la ciudad de Scranton en Pensilvania.

Tras años de abundancia como contratista del ministerio de Defensa, Joe Sr y su familia, sumidos en deudas, se mudaron con los padres de Jean a Pensilvania

Aunque el joven Biden y sus tres hermanos pasaron sus primeros años en esa casa de Scranton, abarrotada de gente, pero rebosante de amor, las perspectivas de trabajo del padre obligaron a la familia a mudarse en varias ocasiones. Primero se mudaron, cuando Biden tenía 10 años, a las afueras de la ciudad de Wilmington en Delaware, a donde Joe Sr se había estado desplazando cada día (un viaje de ida y vuelta de casi 500 kilómetros). En 1955 se mudaron a Mayfield, un barrio residencial en el que vivían muchos empleados de DuPont, la familia y empresa que influía y controlaba la política y la economía de ese estado desde hacía más de un siglo.

“Estados Unidos parecía estar rehaciéndose para nuestra generación de posguerra”, recordaría Biden más adelante. “Había nuevas casas, nuevas escuelas, nuevos modelos de coche, nuevos dispositivos y nuevos programas de televisión con gente que era igual que nosotros”.

Los Biden se beneficiaron de esa coyuntura más que del éxito económico de su padre durante la guerra. El sueño residencial, al que accedieron, era una consecuencia directa del New Deal, ese nuevo orden de posguerra mediante el que el gobierno federal subvencionó un boom inmobiliario que se concentró en los barrios residenciales. Y al igual que, en las décadas posteriores, el Ejército se convertiría básicamente en el principal programa de empleo público, lo que sirvió para subvencionar de forma indirecta a activistas conservadores de lugares como Orange County que luego aprovecharon ese colchón para quitarse al gobierno de encima, las huellas del Ejecutivo federal se borraron lo bastante como para convencer a la población residencial de posguerra de que todo había sido una simple coincidencia.

De cualquier modo, ese sueño no fue todo miel sobre hojuelas. Pese a que Delaware, un antiguo estado esclavista que había esperado hasta 1901 para ratificar la XIII Enmienda, contaba con una larga historia de racismo, Biden explicó que él “sencillamente asumió que todos trataban a todo el mundo de manera justa” hasta que trabajó de socorrista en la zona este de la ciudad, predominantemente negra, durante su primer año de universidad. Aunque se trata sin duda de una exageración (también le dijo más tarde a un biógrafo que “en el instituto siempre era el que se enzarzaba en discusiones por los derechos civiles”), esta inocencia de Biden es perfectamente plausible puesto que el boom de la vivienda tras la guerra, subsidiado por el gobierno, en Delaware y en todas partes estaba explícitamente orientado a garantizar la segregación racial y mandar a los blancos acomodados a zonas residenciales a las que los afroamericanos no podían acceder. En 1977, un 85% de la población de las escuelas públicas de Wilmington era negra, mientras que un 90% de la población de las escuelas de los barrios residenciales era blanca.

Probablemente, el joven Biden no era consciente de lo arraigado que estaba todo esto. No sabría que las escuelas públicas de Delaware se crearon explícita y legalmente para segregar y recibir una financiación desigual, o que la Universidad de Delaware solo admitió a su primer estudiante negro más o menos cuando su familia se mudó a ese estado. Es posible que no supiera tampoco que ese estado, y el distrito de Wilmington en particular, defendía los intereses de las zonas suburbanas residenciales, en su mayoría de clase media blanca, por encima de los intereses de las zonas del extrarradio urbano, compuestas mayoritariamente por una clase pobre negra; tampoco que el organismo de vivienda pública participó en una “renovación urbana” y en la limpieza de barrios marginales, subvencionada con fondos federales, que desmanteló barrios negros sin buscar una alternativa y que desplazó a innumerables familias de color; ni tampoco cómo la polémica construcción en medio de la ciudad de la autopista I-95, en la década de 1960, hizo lo mismo para que los propietarios de automóviles de las zonas residenciales pudiesen evitar un centro desolado.

Después de superar un limitante tartamudeo durante su infancia, fijó su mirada en la política, y sorprendió a todos los que le rodeaban con sus ambiciones presidenciales

Puede que Biden no asumiera todo esto de forma consciente, pero la tendencia de la ciudad a priorizar los intereses de una clase media, predominantemente residencial, a expensas de su población minoritaria, terminaría siendo un símbolo de la visión política de Biden.

Desde la clase media

Muy pocos políticos llegan tan cerca de la presidencia de Estados Unidos sin pasarse la vida planeando su ascenso, y Joe Biden no es una excepción. Después de superar un limitante tartamudeo durante su infancia (el primero de toda una vida de reveses personales que Biden ha luchado por superar), fijó su mirada en la política, y sorprendió a todos los que le rodeaban con sus ambiciones presidenciales.

“Fue al poco de conocerlo, antes incluso de que se casaran, antes incluso de que se metiera en política”, recordaría más tarde su primer suegro, Robert Hunter. “Lo juro, un día vino y dijo que primero iba a ser gobernador y luego presidente de Estados Unidos”. Cuando su futura suegra le hizo la misma pregunta al estudiante universitario de tercer año, la respuesta fue idéntica: “Presidente”.

Biden lo ha negado en repetidas ocasiones a lo largo de los años, y siempre ha insistido en que comenzó sin grandes ambiciones, que solo aceptaba las cosas tal y como se iban dando. Sin embargo, durante un discurso en Wilmington, repitió esta misma afirmación y una monja que se encontraba entre el público sacó un ensayo suyo de sexto de primaria en el que había escrito que de mayor quería ser presidente. Y Biden tampoco era el único que pensaba que la Casa Blanca era su destino: “Desde el primer día que empecé a trabajar con él, la gente le decía: ‘Vas a ser presidente’”, recordaría más adelante su veterano asistente Ted Kaufman.

Él mismo ha reconocido que estudió derecho porque era la mejor manera de labrarse una carrera en política. Después de graduarse, dejó la política de lado durante un tiempo y se puso a dar clases en el sistema de educación pública de Delaware, a ejercer como asistente de abogado de oficio y a trabajar para varios bufetes de Wilmington, incluido el suyo propio: Walsh, Monzack y Owens. Este último era John T. Owens, un compañero de la universidad que había sido vicefiscal general de Pennsylvania y que poco después se casaría con la hermana de Biden. El actual candidato demócrata a la Casa Blanca nunca se alejó, sin embargo, demasiado del mundo de la política: varios de los abogados con los que Biden estuvo vinculado durante esa época, Owens incluido, eran también destacados demócratas de la ciudad.

Como abogado de oficio, Biden representó a clientes en diversos estados de desesperación y fue testigo directo de la difusa línea que separa a la clase baja de la criminal. A un juez le pidió que fuera clemente con un acusado, un pescador con cuatro hijos, porque estaba atravesando una mala racha y había robado una vaca para venderla. Otro acusado, explicó Biden, estaba “delirando de la borrachera” y tenía daños cerebrales previos cuando mató a su compañero de habitación. En 1975, el Washington Post afirmaría que, durante su época de abogado, Biden contaba con una “clientela principalmente negra, y hasta negra militante”, aunque no está claro lo fiable que puede ser esta información, dada la costumbre que tiene el político de adornar su activismo por los derechos civiles y el hecho de que el artículo se publicó cuando este tenía un interés especial en exagerar la relación que había tenido con la comunidad negra de su ciudad.

Biden, que llevaba registrado como independiente desde los 21 años, recibió primero la invitación de los republicanos para presentarse como candidato antes de convertirse oficialmente en demócrata en 1969. Con solo 27 años, el partido le eligió para que se presentara al año siguiente como candidato al Consejo del Condado de New Castle, y en esa campaña todavía ocultó su afiliación en su propaganda. El distrito por el que se presentaba era mayoritariamente republicano, y el condado en su conjunto estaba marcado por las políticas de éxodo blanco hacia los barrios residenciales: mientras que la población se había multiplicado por cuatro entre 1940 y 1980, Wilmington, la sede del condado, había visto cómo su población disminuía en un 38%. Biden era quizá el candidato ideal. Como comentaría más tarde un antiguo presidente estatal del partido, testigo de la carrera de Biden desde sus principios: “Tenía energía e idealismo a raudales y su comportamiento siempre era asertivo, pero, por lo que yo sé, carecía de una ideología sustancial”.

Más adelante, Biden afirmaría que fueron los derechos civiles y Vietnam lo que le hizo entrar en política. Sin embargo, en 1973, le dijo a un periódico local que fue una campaña ciudadana en contra de las autopistas lo que le atrajo hacia la política. El escaño que obtuvo en el Consejo lo ganó en parte por arremeter contra el crecimiento desenfrenado y contra el desarrollo industrial que estaba devorando los espacios verdes del condado, y en parte por explotar temas que demostrarían ser electoralmente fructíferos en las décadas posteriores; se lamentó del “de la cada vez mayor delincuencia en el condado” y de la proliferación de las drogas. El aspecto más decisivo fue el apoyo que recibió de lo que un periódico denominó sus “huestes infantiles”: un ejército de voluntarios que le adoraba y que estaba compuesto por más de cien estudiantes de instituto, universitarios y jóvenes profesionales, que producían “un alboroto superior al de un fanático de los Beatles”. Más tarde, Biden admitiría que, durante la campaña al Consejo del Condado, ya tenía su mirada puesta en la presidencia.

Aunque después le describieron como un defensor de la vivienda pública en esa época, la suya no era una defensa incondicional. “Todo el mundo se opone a la vivienda pública y nadie quiere tenerla en su patio trasero, pero, qué coño, si tienes una obligación moral, al menos ponla a disposición de las personas”, le dijo a un periódico, mientras advertía de que él no era “ningún cruzado en favor de los derechos de las personas”. No obstante, esa postura le granjeó una cierta enemistad durante la campaña, en la que llegó incluso a recibir la etiqueta de “amante de los negratas”.

El poco tiempo que Biden pasó en el Consejo del Condado de New Castle lo reveló como un ambicioso político liberal que se preocupaba por la pobreza y la degradación medioambiental

Biden se convirtió en el único demócrata del Consejo del Condado elegido por un distrito residencial suburbano. A pesar de ser el miembro que había ganado por el margen más ajustado, esa victoria por 2.000 votos, obtenida en noviembre de 1970, convirtió a Biden en el niño bonito de la política de Delaware, y quizá hasta en la gran esperanza del partido demócrata para las elecciones de 1972, como propuso la reseña de un periódico sobre el recientemente elegido concejal. Joven, guapo y encantador, con una mujer hermosa y una familia joven, las comparaciones con Kennedy no se hicieron esperar (podía ser el “JFK de Delaware”, señalaba la reseña).

Biden hacía hincapié en que la integridad era su cualidad más importante. “El aspecto principal por el que quiero que se me conozca en política, en mi trabajo como abogado y en mis relaciones personales es que soy totalmente sincero, un hombre de palabra”, explicó. La reseña también dejaba entrever lo que posiblemente prevalecería luego en la identidad política de Biden: un componente socialmente conservador que ha llevado como si fuera una medalla de honor durante gran parte de su carrera política. “Samuel Clemens dijo una vez que ‘todas las generalizaciones son falsas, incluida esta’ y, teniendo eso presente, diría que soy un demócrata liberal”, bromeó.

Abstemio en su vida personal –en una ocasión amenazó incluso con dar por terminada una cita con una chica si ella no tiraba su cigarrillo–, ridiculizó la idea de legalizar la marihuana. A pesar de reconocer que su mujer era el cerebro de todo, prefirió que se quedara en casa para “formar a mis hijos”. “No soy de los que las quieren siempre descalzas y embarazadas, pero estoy totalmente a favor de que siga embarazada hasta que tenga una niña”, afirmó.

El poco tiempo que Biden pasó en el Consejo del Condado de New Castle sirvió para que se revelara como un ambicioso y perspicaz político liberal que se preocupaba realmente por la pobreza y la degradación medioambiental, y que estaba dispuesto a enfrentarse a los intereses corporativos. Luchó para impedir que se construyeran refinerías de petróleo y para proteger algunos humedales de vital importancia; hizo un llamamiento para detener el dragado del canal de Chesapeake y Delaware; denunció la destrucción de las marismas; e intentó reducir el tamaño de la construcción de una polémica superautopista que denominó la “monstruosidad de 10 carriles”.

Biden criticó también un informe sobre vivienda pública porque no prestaba suficiente atención a los más pobres y se pronunció en contra de demoler las casas en ruinas de los residentes negros y pobres del condado. Como consideraba que debía existir un equilibrio entre el crecimiento del condado y la conservación de sus recursos naturales, se esforzó por limitar la urbanización o al menos por retrasarla. También hizo un llamamiento para conseguir una mayor financiación para el transporte público y denunció las “autopistas sin sentido” que se estaban construyendo.

Un escaño en el Consejo del Condado era, sin embargo, poca cosa para alguien que había tenido la mirada puesta en la presidencia desde que abandonara apenas la adolescencia, y Biden pronto fijó su mira en un cargo más elevado. En cierto modo, se vio obligado a hacerlo ya que los republicanos confabularon para reestructurar los distritos y expulsarlo de su escaño. Por eso, Biden tardó menos de un año desde su victoria en comenzar a reflexionar sobre una posible candidatura al Senado de EE.UU.; un camino que ya tenía decidido en su primer aniversario, como quedó patente durante un discurso en el que sin querer se calificó a sí mismo como candidato. La ambición de Biden por conseguir un cargo más elevado pronto se situó por delante de los problemas que supuestamente habían impulsado su carrera en un primer momento. Cuando el departamento de vivienda del condado de New Castle proyectó la compra de un complejo de apartamentos en el distrito de Biden y su posterior reconversión en vivienda pública para los “no ancianos”, lo hizo sin contar con la participación del propio concejal, que estaba demasiado ocupado haciendo campaña como para discutir el proyecto.

La abrumadora tarea de derrocar al republicano J. Caleb ‘Cale’ Boggs recayó sobre Biden gracias a una combinación de reticencia y ambición. Toda una serie de demócratas con más experiencia ya habían sido considerados y descartados ya que habrían perdido casi con certeza frente a un Boggs de 63 años, único representante de Delaware en la Cámara Alta desde 1946, primero como gobernador y después como senador. Cuando la oportunidad se presentó ante Biden, el ambicioso concejal la aprovechó, al ver en la candidatura la manera perfecta de realzar su imagen, atraer a un grupo de seguidores y allanar el terreno para una futura campaña.

Que perdería era algo que estaba claro. Boggs, un republicano liberal que había arrebatado el escaño en 1960 a un demócrata conservador con la ayuda de los votantes demócratas, era una personalidad universalmente admirada en el estado y había ganado siete elecciones seguidas, todo un récord estatal. Además, Delaware no había elegido a un demócrata para el senado desde 1940, y en ese caso solo había durado una legislatura. El propio Biden le daba a Boggs unas probabilidades de cinco contra uno de salir reelegido.

Pero al final sucedió todo lo contrario. ¿Cómo consiguió Biden, un concejal de condado que acababa de ser elegido, que hacía poco que había decidido que era demócrata y que ni siquiera cumplía los requisitos de edad del Senado de EE.UU. cuando cerraron las urnas, ganar las elecciones?

Biden contra Boggs

El 20 de marzo de 1972, entre 200 y 300 personas se dieron cita en la sala Du Barry del Hotel du Pont, en un salón multiusos para banquetes de boda y conciertos de ópera. La ocasión era la presentación de la candidatura al Senado del joven, de 29 años, Joe Biden. Este pronunció un abrumador discurso de 49 minutos de duración, en lo que fue “un récord estatal para ese tipo de discursos”, como escribió Bill Frank en el Wilmington Morning News. Su longitud y frecuentes digresiones serían pronto reconocidas por el público como marca de la casa.

Tras una década de mentiras patrocinadas por el gobierno, encubrimientos y violencia, que habían provocado una seria merma de la fe de los estadounidenses en las instituciones políticas, Biden centró su discurso en hablar de confianza y honestidad. “Tenemos que recuperar la confianza en nuestras tradiciones y en nuestras instituciones”, afirmó ante el público, “y para conseguirlo necesitamos cargos públicos que adopten medidas atrevidas sobre asuntos importantes, hombres que den la cara y le digan a la gente exactamente lo que piensan. Yo pretendo ser ese tipo de candidato, y pretendo ser ese tipo de senador”. A los pocos días, en un discurso que ofreció ante las juventudes demócratas de Delaware, Biden demostró esta sinceridad, aunque defraudase a la joven audiencia, cuando se mostró contrario a legalizar la marihuana y a amnistiar a los que evadían el servicio militar huyendo del país. “Puede que no estéis de acuerdo conmigo, pero al menos sabéis lo que defiendo”, les dijo.

A decir verdad, el discurso de presentación de Biden fue en su mayoría bastante insulso. Hasta que no le preguntaron los periodistas, evitó los dos temas candentes del momento: Vietnam y el busing [la política de traslado de niños a escuelas fuera de sus barrios para conseguir un equilibrio racial]. Por aquel entonces, Delaware era territorio de Nixon y Biden prefirió desmarcarse sutilmente del oponente demócrata del presidente, George McGovern. Así, calificó el plan de McGovern de sacar a todas las tropas estadounidenses de Vietnam en 90 días de ser “ligeramente impracticable” y se distanció en asuntos como los recortes en defensa, las ayudas sociales y la reforma fiscal. Aun así, siguió insistiendo en que no era “tan........

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