Me parece importante que los más probables ganadores de la próxima elección presidencial, la derecha, comprendan que no obstante el fracaso de las soluciones de la izquierda, la crisis del modelo de libre mercado no ha cesado y que, de hecho, se ha profundizado.

En la medida que el mercado se convierte en un discurso político y que es un mecanismo de integración social, se politiza. Es inevitable. Fue lo que ocurrió soterradamente por una década (primeros años del siglo XXI) y que luego se manifestó con intensos síntomas desde 2011, síntomas febriles, destrucción de órganos, remedios fallidos.

Y es que luego de 2011 solo vino 2019. ¿Y después? Algo parecido a la nada, pero en forma de confusión. Ese proceso significa que el objeto politizado queda bajo escrutinio y, siendo así, la sociedad comienza a definir cuál será su postura en torno a él.

La “Lista del Pueblo”

La elección de Sebastián Piñera en 2009 podía marcar la legitimación, pero ocurrió lo contrario. La profundidad de la crisis fue enorme y los datos revelados me llevaron a afirmar la tesis del derrumbe del modelo.

No entraré en detalle de ese argumento, solo puedo decir que a estas alturas es académicamente un lugar común que la deslegitimación de dicho modelo implicó su modificación radical.

También habrá que decir que su modificación no construyó ningún modelo, pero eso lo trabajaré en otra ocasión.

Esta columna se inspira en el hecho, que parece evidente a estas alturas, que los defensores del modelo han entrado en fase “Lista del Pueblo”, pero al revés. Es decir, tal y como dicha lista electoralmente exitosísima para la Convención Constitucional leyó el estallido y su propia elección como un giro ideológico y creyó que Chile quería lo que ellos eran; hoy el síndrome “Lista del Pueblo” arrecia en la derecha, en José Antonio Kast, en los Kaiser, en una parte del empresariado y en varios parlamentarios que frecuentemente retoman la tesis de avanzar sin transar.

Han visto una ventana y la confundieron con puerta. O con portal místico. Así, tal cual, le ocurrió a la “Lista del Pueblo”.

Lo aquí dicho es solo una introducción que pretende motivar a usted a leer lo que sigue: la detallada explicación de cómo el mercado, hoy en mejor pie por el fracaso de sus detractores, no podrá legitimarse si no cumple ciertas condiciones básicas.

Y esto es importante porque esas condiciones mínimas no se cumplirán con una derecha tentada por su propia versión de la “Lista del Pueblo”, proceso que vislumbro altamente probable por el influjo de Javier Milei, por los Elon Musk y por la multiplicación de las perspectivas contratributarias que comienzan a abundar.

Como siempre, estas convicciones se afirman en un diagnóstico que es errado por parcial, pues verán que la mayor parte de la gente no quiere aumentar impuestos, pero no querrán ver que la ciudadanía quiere más gasto social.

Analicemos entonces el proceso que podría generar una verdadera legitimidad de la economía de mercado en Chile, para evitar así las ilusiones que generan los triunfos políticos contingentes y las victorias comunicacionales. En cualquier caso, creo que es una discusión que hay que tomarse muy en serio.

Ataque y defensa al libre mercado

Hay defensores del libre mercado. Hay defensores intensos del libre mercado. Hay defensores extremos del libre mercado.

Hay críticos del libre mercado. Hay críticos intensos del libre mercado. Hay críticos extremos del libre mercado.

Los primeros han descubierto la pólvora, o su pólvora: que a la gente le gusta comprar lo que quiera y cuando quiera. Total, es su dinero, dicen.

Los segundos también descubrieron la pólvora, es decir, su propia pólvora: que a la gente le molesta que unos puedan comprar mucho más que otros a igual esfuerzo. Y es que no es justo, dicen.

La discusión se torna circular si no somos capaces de ampliar el campo de visión.

Todo modelo económico es ante todo un sistema operativo. Su primer objetivo es satisfacer necesidades (así nació, oiko-nomoi es la norma del hogar). Su segundo objetivo, es facilitar el intercambio de bienes y servicios.

En la computadora de nuestra casa, hay un sistema operativo, que normalmente está despolitizado. Me puede caer mal el señor que es propietario de Microsoft, pero puedo usarlo sin problema. Y si tengo algún problema porque me molesta darle mi dinero, entonces lo cambio y me busco otro. Pero la verdad sea dicha, si es mejor o es más fácil, probablemente volveré.

En cualquier caso, la gente normal (me refiero a la mayoría, eso es lo normal) no tiene una opinión sobre la programación del sistema operativo y no es habitual que ello exista. Tampoco veo alrededor muchos otros sistemas operativos, cuando hablo de computadoras. Pero esto, en la sociedad, no funciona así.

El “sistema operativo” de una sociedad

A nivel social el sistema operativo está siempre bajo escrutinio, en cada detalle. Los ciudadanos, unos más y otros menos, tienen una opinión sobre los detalles de la ‘programación’ del modelo económico vigente. Cada cierto tiempo alguien dice, con o sin datos certeros, que existen otros modelos y aparecen entonces diversos sistemas operativos: Suecia, Francia, España, Rusia, China, India, Brasil, México, Argentina, lo que sea.

El sistema operativo de una sociedad está basado en el sistema económico y el político.
En el económico encontramos la dimensión productiva, la dimensión de distribución (mercado) y sistema financiero. Entre la economía y la política tenemos el sistema tributario. Y el resto es política, que se puede dividir, pero para esta columna no nos interesa.

Los sistemas tributarios (el costo de operar en sociedad) son extraordinariamente distintos y las regulaciones suelen ser bastante diferentes. Y en la producción también hay mercado: mercado de insumos, mercado del trabajo, por ejemplo. Cada detalle en cada país modifica de manera significativa nuestra vida.

¿Hay vacaciones pagadas o no? ¿Hay costo del despido? ¿Los alimentos tienen menos IVA que otros productos? ¿Los alimentos pueden estar subsidiados? ¿Hay financiamiento público a la educación o al transporte? No son cien variables, son mil o más. No es viable elegir bien el mejor país para vivir a partir del modelo económico. Es así de difícil o, mejor dicho, es imposible tener información suficiente para decisiones al respecto. La mayor parte de las personas que migran piensan en el empleo y poco más. Del resto se enteran en el sitio.

Al final vivimos como podemos, con la información que tenemos, la mayor parte poco cierta. Vivimos enganchados a nuestros amores, desafíos o dolores.

Pero esperamos ansiosos (cada vez menos) que el modelo económico nos resulte idóneo o al menos útil. Y para discutir ello, politizamos el modelo económico. Y gritamos “¡viva la liberta carajo!“ o “¡no más AFP!” y quizás poco después diremos “con mi plata ¡no!” porque la vida es así y entre ambas cosas hay (y no hay al mismo tiempo) contradicción.

La politización del modelo económico

El asunto es que cuando el modelo económico se politiza, los ciudadanos bien pueden levantar el dedito o bajarlo (la metáfora romana se suele usar al revés, ya que en realidad el dedo abajo significa salvarse y el dedo arriba es la muerte, pero usaremos el lugar común).

Y entonces apoyaremos o rechazaremos la realidad política que ha procurado ese modelo económico. Desde 1990 en adelante hubo un tiempo sin una discusión social (la hubo políticamente, pero débil) respecto al modelo económico.

Eso comenzó a cambiar en el primer gobierno de Bachelet, pero todavía sin intensidad.

Es en el segundo año del primer gobierno de Sebastián Piñera que se modificó el escenario: la politización del modelo económico fue muy elevada, no obstante, había pleno empleo y un crecimiento que bordeaba el 5%.

Este tipo de crisis en medio de una bonanza es extraña y revela la contradicción de un gobierno con los valores principales de la ciudadanía. El poder político estaba en los empresarios, que ocupaban la presidencia y varios ministerios. La concentración de poder actualizó el malestar de una sociedad que distribuye sus recursos sin un concepto de justicia explícito.

Se percibía que, luego de aceptar el mercado, resultaba que éste menguaba la felicidad de transaccionar en libertad y de apostar al emprendimiento. Así fue como surgió un clamor diferente: la búsqueda de protección económica se hacía necesaria ante hogares estresados por las deudas.

Los defensores del libre mercado creen que estos momentos en que la sociedad les da la espalda es simple resentimiento y/o un plan del partido comunista.

Los críticos del libre mercado están convencidos de que momentos de este tipo dependen de la emergencia de la conciencia de clase y que ello solo podrá evolucionar hasta su consolidación y, algunos en específico asumen, que esto implica que se avanzará hacia el momento revolucionario.

No tengo la verdad ante estos asertos. Pero los hechos hablan. Y es que, como un péndulo, las sociedades pasan de un sitio a otro, sobre todo en la medida que se acredita el fracaso de alguno de los modelos.

Sobre los defensores del libre mercado

Para esta columna me concentraré en solo uno de los grupos, aquellos que defienden el libre mercado. Hagamos doble click en sus procesos de cuestionamiento, para ir más allá de lo que hemos avanzado. Cuando se mira detenidamente a las sociedades de libre mercado que entran en elevado cuestionamiento, es posible verificar dos procesos fundamentales que, cada uno por separado, basta para generar una crisis de legitimidad del modelo económico.

Uno de los procesos más importantes en la generación de crisis de legitimidad es la conversión de un modelo económico de libre mercado en una sociedad de mercado (ya se explicará).

Otro de los procesos es cuando el discurso central que promueve el modelo económico que está vigente deviene en falso. Esto ocurre cuando se aprecia que aquellos defensores de un modelo (en nuestro caso el libre mercado) no se comportan ni promueven realmente dicho modelo.

Una cosa es que las transacciones comerciales estén regidas por la economía de mercado, por la oferta y la demanda. Pero otra cosa es que las interacciones estén regidas por la economía de mercado. En ese caso, la relación entre personas y entre ellas y los sistemas institucionales, queda fuertemente determinada por la desigualdad de ingresos. Y en ese caso el principio formal de igualdad se rompe en la realidad.

Esto se agrava en momentos de crisis, que afectan duramente a los menos favorecidos. Y si esa crisis económica tiene un origen en errores o acciones poco éticas de las elites económicas, como ocurrió en 2008 con la crisis subprime, los ciudadanos ven que deben pagar la cuenta en dinero y vivir el horror de la crisis, al mismo tiempo, respecto de algo que no fue su responsabilidad.

En esos casos, como ha ocurrido en los últimos quince años, el malestar y la crisis de legitimidad arrecian por muchos países.

Todo esto lo explico porque me parece importante que los más probables ganadores de la próxima elección presidencial, la derecha, comprendan que no obstante el fracaso de las soluciones de la izquierda, la crisis del modelo de libre mercado no ha cesado y que, de hecho, se ha profundizado.

En su camino se ha llevado, como en un alud, mucho material institucional y por tanto será muy difícil salir de la crisis. Pero esta dificultad se multiplicará (y ya se ha multiplicado de modo incipiente) en la medida que asuman que la enfermedad ha remitido porque se ha ido la fiebre. O porque la fiebre de izquierda ha dejado lugar a la fiebre de derecha.

Las dos fuentes de ilegitimidad del mercado como hecho político

¿Por qué estamos en crisis de legitimidad de la economía de mercado?
a) ¿Es por la conversión de la economía de mercado en sociedad de mercado?
b) ¿O es por el incumplimiento de las leyes del mercado por quienes promueven este modelo?

La crisis tiene su raíz por los dos lados. Uno es estresante, el otro es humillante.

La sociedad de mercado implica que la arquitectura de la sociedad como tal queda en manos del mercado. Tal y como quien compra un producto cualquiera (un dentífrico, un automóvil) queda en un segmento según su capacidad de compra, la sociedad de mercado sitúa a las personas en una posición principalmente a partir de su capacidad de acceder al mercado. Es decir, las formas de construcción de recursos sociales se reducen a solo una.

Si normalmente nos situamos en la sociedad a partir de lo que sabemos (conocimiento), de las relaciones sociales que tenemos, del poder o del prestigio; la consolidación de la sociedad de mercado implica que la capacidad de compra sea el principal factor de posicionamiento en la sociedad. No hay otro escalafón, no hay otro criterio relevante.

Esto conduce a una lógica de acción muy difícil de sostener: para ser ‘alguien’ en la sociedad, hay que ‘tener’. Para ascender socialmente, por tanto, ya hay que haber accedido al mercado. De este modo comprar se convierte en causa y no en efecto del ascenso social. Causa falsa, pero causa. Y ello presiona a la deuda.

Si tengo un determinado automóvil, si estoy inscrito en un club, si juego equis deporte en tales canchas, entonces seré más respetado o valioso. Y aquí surge el estrés. La forma de subir es estar lo más alto que permita la realidad actual, hay que apostar siempre a ganador y luego de perder, volver a apostar a ganador.

El lado estresante de la crisis se resume en la inviabilidad operacional de los hogares en medio de un sistema operativo que funciona, mientras tanto, de manera adecuada para la rentabilidad empresarial.

Casas con sus finanzas al límite (alta deuda), mientras el Estado está cómodo (país de baja deuda) y un sistema empresarial (específicamente en las empresas de mayor tamaño) con rendimientos espectaculares.

El diario Estrategia en marzo de 2019 señalaba que 24 empresas de la Bolsa de Santiago marcaban un crecimiento de 22% en doce meses. El salario promedio de Chile creció alrededor de un 4% entre 2016 y 2021. Un año +22% para empresas, cinco años +4% (menos de 1% anual) para las personas.

La Encuesta de Presupuestos Familiares indicaba sistemáticamente que el 80% de los hogares estaba en inviabilidad y el nivel de deuda demostraba aquello con claridad en los datos del Banco Central.

Mientras tanto, los gobiernos presentaban credenciales de un país viable. En una de las doscientas entrevistas cualitativas que hicimos en 2009 en un proyecto Milenio, una persona resumió su percepción: “a veces siento que somos útiles para que hagan un gráfico y lo muestren en otro país”.

Muchos creen que el apoyo a los hogares por el COVID fue apoyo solo por el COVID. Perdonen cuestionar lo que parece obvio, pero no fue así. Ningún país se vio obligado por la presión existente para retirar de las arcas fiscales o del sistema de pensiones cifras del orden de los ochenta mil millones de dólares, un presupuesto completo (y un poco más) del país.

Esas medidas se tomaron ante una crisis de legitimidad y ante hogares que exigían un respiro. El COVID permitió poner un nombre apolítico a unas ayudas que en realidad eran sociales y no sanitarias.

Pero el tiempo ha pasado y si bien la PGU es un parche importante ante este dolor, la verdad es que el problema persiste. Un país que vive de deuda de los hogares se desregula si no se puede conseguir deuda barata, si ante un problema de pago no hay una oferta adecuada de repactación, si el crecimiento es mediocre y si la inflación es alta.

El lado humillante de la crisis

Decíamos que la raíz de la crisis tiene dos patas. Una es la problemática de hogares estresados en su operación financiera. Pero la otra es la que calificamos como ‘humillante’, que es aquella que refiere al incumplimiento de la promesa de competencia que supone una economía de mercado.

Se ha dicho que debemos ser competitivos, que debemos trabajar más y mejor, que debemos ser innovadores y emprendedores. Y en este escenario los chilenos, cual más cual menos, aceptaron el desafío.

Y comenzó la tarea de la conversión en el nuevo sujeto económico moderno, en el emprendedor. Pero luego de esa conversión, luego de esa transformación, de esa evolución para mejor; nos encontramos con el momento humillante. Resulta que el mercado laboral no es competitivo.

Conozco cientos de testimonios de gerentes que relatan esto, que han llegado a excelentes puestos, pero que no pueden acceder a los tres principales porque sencillamente es un grupo consolidado, un lote, a veces vinculado a una congregación religiosa, o a un entorno político, o a una generación universitaria, entre otros orígenes.

Esto no es un secreto: soy profesor y he visto en jóvenes que tienen apellidos ‘extranjeros’ (europeos no españoles) una conversación donde declaran que en realidad si nos les va bien en la universidad, igual tendrán oportunidades y pueden inscribirse en alguna de las Fuerzas Armadas o dedicarse a armar fondos de inversión a partir de los contactos. Esto a nivel del empleo o en relación al acceso a rentabilizar. Pero hay mucho más.

Las pequeñas empresas que venden servicios se enfrentan a unas políticas de pago draconianas. Y el precio es reducido horriblemente sin distinguir la calidad de los servicios o productos. Las empresas más pequeñas deben someterse.

Hace unos años vi, en la sala de espera de una empresa de retail, a un gerente de una compañía relativamente grande (pero mucho menos grande que la empresa de retail) totalmente descompuesto, llorando, porque le habían exigido estar tres meses en oferta por debajo del precio.

Mientras tanto, en un banco (la historia me la contó el ejecutivo que estuvo a cargo) un día llamó un empresario que necesitaba urgente US$50 millones. Le dijeron que sí, era un pez gordo y era un beneficio para el banco tener un producto grande con él. Le dijeron que mandara la escritura de la sociedad y el proyecto. Él contestó que le transfirieran, que no mandaría nada.

El gestor se desesperó, le insistía que por favor enviara la documentación básica. El empresario dijo que hablara con su jefe y que autorizaran. Al rato el funcionario llamó al empresario para decirle que le daban el crédito si enviaba la escritura de la sociedad. Nuevamente el empresario respondió que no. Al final le pidieron una foto de la cédula de identidad por ambos lados. Lo hizo y se cursó el crédito. No puedo garantizar que la historia haya sido cierta, no la viví. Pero no encuentro una razón para contar esa historia como una anécdota del heroísmo y talento del solicitante.

El modelo de mercado tiene muchos defectos, pero tiene una virtud. Su funcionamiento ‘serio’ supone el fin de las asimetrías arbitrarias. Si un país liberal funciona bien, se entiende, todas las personas llegarán en condiciones relativamente equivalentes a competir. Y luego demostrarán sus respectivos rendimientos.

Por supuesto habrá asimetrías por la capacidad económica, pero salvaguardar la igualdad de oportunidades y fomentar la competencia son oportunidades para le desarrollo de la sociedad. Pero, si la competencia se frena justo antes de llegar a las elites y arriba opera otro mundo, entonces sencillamente la legitimidad del modelo de mercado seguirá cayendo.

Hace un tiempo atrás una columna de Tomás Sánchez comenzaba del siguiente modo:

“¿Cuál es tu gracia? La mía fue nacer en Vitacura. Padres con tiempo para dedicarme durante mi desarrollo, ir a un colegio particular pagado más cerca de la cordillera que del mar y una familia con un buen pasar. Fisiológica y estadísticamente, nací igual que miles de compatriotas, contextualmente no. Pocos años después, menos aún. Diferentes estudios muestran como después de un par de años ya hay diferencias motrices y cognitivas significativas entre niños de diferente nivel socioeconómico. Graduarme de una buena universidad no estoy seguro de que haya sido tanto mérito propio, como de mi suerte y código postal”.

Tomás Sánchez tiene razón. Las diferencias educacionales en 4° básico son pequeñas o nulas, en 8° son mayores, en 4° medio son gigantes. Tenemos un sistema educacional (y una vida) que no sostiene las equivalencias, sino que las distorsiona.

El talento no tiene clase social. Nuestros dos premios Nobel nacieron pobres. Lo cierto es que si una sociedad puede decir que quienes más progresaron fueron más esforzados y talentosos, el sistema basado en la competencia tendrá fundamento.

Si lo padres luchan por colegios que permitan contactos, si se confía más en la capacidad de tomar un café con la persona correcta; entonces el sistema de mercado fracasará en su legitimidad.

La clausura social de las elites, el deseo de no estar juntos con personas ‘diferentes’, es algo que habla más del temor a la competencia que de la búsqueda de ella.

Si estas dos patologías de la economía de mercado no se resuelven, será imposible que el sueño de sus defensores se cumpla, esto es, la revalidación del modelo económico. La ausencia de comprensión de este problema puede llevar a reeditar la “Lista del Pueblo”, aunque en este caso será evidente que no estarán allí la tía Pikachu, aunque quizás sí exista algún dinosaurio que se ha quedado atrapado en el pasado.

Alberto Mayol

Sociólogo. Académico Universidad de Santiago

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Los adoradores del mercado se inscriben en la "Lista del Pueblo"

15 0
15.04.2024

Me parece importante que los más probables ganadores de la próxima elección presidencial, la derecha, comprendan que no obstante el fracaso de las soluciones de la izquierda, la crisis del modelo de libre mercado no ha cesado y que, de hecho, se ha profundizado.

En la medida que el mercado se convierte en un discurso político y que es un mecanismo de integración social, se politiza. Es inevitable. Fue lo que ocurrió soterradamente por una década (primeros años del siglo XXI) y que luego se manifestó con intensos síntomas desde 2011, síntomas febriles, destrucción de órganos, remedios fallidos.

Y es que luego de 2011 solo vino 2019. ¿Y después? Algo parecido a la nada, pero en forma de confusión. Ese proceso significa que el objeto politizado queda bajo escrutinio y, siendo así, la sociedad comienza a definir cuál será su postura en torno a él.

La “Lista del Pueblo”

La elección de Sebastián Piñera en 2009 podía marcar la legitimación, pero ocurrió lo contrario. La profundidad de la crisis fue enorme y los datos revelados me llevaron a afirmar la tesis del derrumbe del modelo.

No entraré en detalle de ese argumento, solo puedo decir que a estas alturas es académicamente un lugar común que la deslegitimación de dicho modelo implicó su modificación radical.

También habrá que decir que su modificación no construyó ningún modelo, pero eso lo trabajaré en otra ocasión.

Esta columna se inspira en el hecho, que parece evidente a estas alturas, que los defensores del modelo han entrado en fase “Lista del Pueblo”, pero al revés. Es decir, tal y como dicha lista electoralmente exitosísima para la Convención Constitucional leyó el estallido y su propia elección como un giro ideológico y creyó que Chile quería lo que ellos eran; hoy el síndrome “Lista del Pueblo” arrecia en la derecha, en José Antonio Kast, en los Kaiser, en una parte del empresariado y en varios parlamentarios que frecuentemente retoman la tesis de avanzar sin transar.

Han visto una ventana y la confundieron con puerta. O con portal místico. Así, tal cual, le ocurrió a la “Lista del Pueblo”.

Lo aquí dicho es solo una introducción que pretende motivar a usted a leer lo que sigue: la detallada explicación de cómo el mercado, hoy en mejor pie por el fracaso de sus detractores, no podrá legitimarse si no cumple ciertas condiciones básicas.

Y esto es importante porque esas condiciones mínimas no se cumplirán con una derecha tentada por su propia versión de la “Lista del Pueblo”, proceso que vislumbro altamente probable por el influjo de Javier Milei, por los Elon Musk y por la multiplicación de las perspectivas contratributarias que comienzan a abundar.

Como siempre, estas convicciones se afirman en un diagnóstico que es errado por parcial, pues verán que la mayor parte de la gente no quiere aumentar impuestos, pero no querrán ver que la ciudadanía quiere más gasto social.

Analicemos entonces el proceso que podría generar una verdadera legitimidad de la economía de mercado en Chile, para evitar así las ilusiones que generan los triunfos políticos contingentes y las victorias comunicacionales. En cualquier caso, creo que es una discusión que hay que tomarse muy en serio.

Ataque y defensa al libre mercado

Hay defensores del libre mercado. Hay defensores intensos del libre mercado. Hay defensores extremos del libre mercado.

Hay críticos del libre mercado. Hay críticos intensos del libre mercado. Hay críticos extremos del libre mercado.

Los primeros han descubierto la pólvora, o su pólvora: que a la gente le gusta comprar lo que quiera y cuando quiera. Total, es su dinero, dicen.

Los segundos también descubrieron la pólvora, es decir, su propia pólvora: que a la gente le molesta que unos puedan comprar mucho más que otros a igual esfuerzo. Y es que no es justo, dicen.

La discusión se torna circular si no somos capaces de ampliar el campo de visión.

Todo modelo económico es ante todo un sistema operativo. Su primer objetivo es satisfacer necesidades (así nació, oiko-nomoi es la norma del hogar). Su segundo objetivo, es facilitar el intercambio de bienes y servicios.

En la computadora de nuestra casa, hay un sistema operativo, que normalmente está despolitizado. Me puede caer mal el señor que es propietario de Microsoft, pero puedo usarlo sin problema. Y si tengo algún problema porque me molesta darle mi dinero, entonces lo cambio y me busco otro. Pero la verdad sea dicha, si es mejor o es más fácil, probablemente volveré.

En cualquier caso, la gente normal (me refiero a la mayoría, eso es lo normal) no tiene una opinión sobre la programación del sistema operativo y no es habitual que ello exista. Tampoco veo alrededor muchos otros sistemas operativos, cuando hablo de computadoras. Pero esto, en la sociedad, no funciona así.

El “sistema operativo” de una sociedad

A nivel social el sistema operativo está siempre bajo escrutinio, en cada detalle. Los ciudadanos, unos más y otros menos, tienen una opinión sobre los detalles de la ‘programación’ del modelo económico vigente. Cada cierto tiempo alguien dice, con o sin datos certeros, que existen otros modelos y aparecen entonces diversos sistemas operativos: Suecia, Francia, España, Rusia, China, India, Brasil, México, Argentina, lo que sea.

El sistema operativo de una sociedad está basado en el sistema económico y el político.
En el económico encontramos la dimensión productiva, la dimensión de distribución (mercado) y sistema financiero. Entre la economía y la política tenemos el sistema tributario. Y el resto es política, que se puede dividir, pero para esta columna no nos interesa.

Los sistemas tributarios (el costo de operar en sociedad) son extraordinariamente distintos y........

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