La mariposa

Desperté. Parecía una mañana cualquiera. La rutina comenzó como de costumbre.

Mientras bajaba a desayunar, visualizaba el orden en el que prepararía los alimentos, cuando, al llegar a la cocina, mis planes se vieron interrumpidos al encontrar el piso con agua, misma que seguía fluyendo hacia adentro desde la rendija de la puerta que separa a esta del suelo. La noche anterior había llovido a cántaros.

Al acercarme para mirar a través del vidrio y los barrotes del portón de acero semi oxidado, descubrí sin sorpresa que el patio trasero se había inundado. La coladera mal hecha, sumado a la capa de hojarasca de la planta de maracuyá del vecino, le taparon sus hoyuelos toda vez que, como si fuera una broma, uno de sus frutos flotaba a la deriva como si fuera un barquito de otro mundo… Asumiendo sin dilema la suspensión de mi proyecto culinario inicial, me dispuse a salir por un par de jergas secas que me permitieran guisar sin enlodar, por el contacto continuo entre la mugre de la suela de mis sandalias y el encharcamiento, el espacio a la redonda.

Al salir me recibió un aire fresco propio del otoño. No obstante, saltó a mi vista la imagen del agua cristalina sobre el cemento viejo que, por los años transcurridos y la ausencia de mantenimiento, destacaba por su humedad permanente y el musgo. En realidad, se trata de un pavimento feo, a pesar de lo cual, la impresionante transparencia del líquido, con sus destellos plateados provocados por sus diminutas olas y los rayos del Sol que las tocan, aunado al navío orgánico y sin velero que surcaba su mar, generaron una representación que percibí como hermosa... Entonces, cuando admiraba el encanto inesperado de la efímera estampa, recorriendo con mis ojos sus horizontes, mis percepciones subjetivas se frenaron ante la relatividad apabullante: aferrada a la manguera verde azulado que sobresalía desde los confines superiores del inmenso charco, estaba ella.

Al........

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