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La trampa de las concesiones: ¡Devuélvanme mi Petróleo!…

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"La historia es un profeta con la mirada vuelta atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será".

EDUARDO GALEANO

Anacleto ya estaba allí cuando llegué. Siempre llegaba antes, como si necesitara conversar con el silencio antes de enfrentarse al ruido. La mesa del rincón tenía su taza servida y el cenicero con restos de otra tertulia, quizá de otro siglo. Me senté a su lado. No dijo nada. Yo tampoco. En El Bohemio, el silencio también sabe escuchar. Fue él quien habló primero. «¿Alguna vez te has preguntado de qué están hechas las ciudades que se creen eternas?», murmuró sin mirarme, removiendo el café con una lentitud calculada. «No hablo de acero ni de discursos. Hablo de lo que pisan sin preguntarse de dónde viene». Me miró y casi susurrando me dijo: «He estado imaginando la escena del primer barril de petróleo que zarpó de Maracaibo rumbo a refinerías gringas.» El murmullo recorrió el local. El viejo periodista bajó el periódico. El joven estudiante dejó el teléfono boca abajo. El boticario frunció el ceño. «Washington», continuó Anacleto, «perfeccionó hace tiempo una forma de dominio que no necesita botas ni proclamas. Le basta con convertir la dependencia en costumbre. Y a eso, con descaro, lo llaman alianza». El boticario se aclaró la garganta. «Pero Estados Unidos habla de cooperación… de ayuda…». Anacleto giró apenas la cabeza. «Estados Unidos no se mueve por lealtades, camarita… Se mueve por intereses. Eso no es pecado: es historia. Recordemos lo que dijo Lord Palmerston: "Las naciones no tienen amigos ni aliados permanentes; solo tienen intereses permanentes". El problema es la docilidad de quienes, desde aquí, se prestan a llamar amistad a lo que es subordinación». Bebió un sorbo y añadió: «Y no confundamos gobiernos con pueblos. Dentro de ese país hay sectores que rechazan estas prácticas. Pero las decisiones no las toma la conciencia: las toma el poder». Desde el fondo, la profesora preguntó con cautela: «¿Siempre fue así?».

Anacleto sonrió sin alegría. «Siempre, mi apreciada profe. Solo que antes se llamaba concesión». Hizo una pausa y encendió el cigarrillo. «La historia que nos convoca hoy no empezó con el petróleo, aunque así nos la hayan contado. Empezó con algo más humilde y más revelador: el asfalto». El joven estudiante se inclinó hacia adelante. «¿Guanoco?» «Exactamente», respondió Anacleto. «A finales del siglo XIX, camaritas, las avenidas de Washington y Nueva York comenzaron a cubrirse con un material oscuro y resistente. No cayó del cielo; salió de un lago venezolano». La profesora, sentada en la sombra, comentó con suavidad: «Pero eso fue hace más de un siglo, Anacleto.» «¿Y…?"» Anacleto miró hacia donde su voz nacía. «Un cáncer que empieza en el siglo XIX, si no se corta, para el siglo XXI ya te ha comido los pulmones. El petróleo fue solo la metástasis.» «Les mencionaré números que a lo mejor jamás han escuchado, porque nadie los comenta, pero que son historia viva.» dijo con aires de autoridad y conocimiento, y abrió la libreta verde, esa que siempre lleva, escrita con tinta del color de la bilis. Apoyó el índice en la mesa. «En 1883, el gobierno de Antonio Guzmán Blanco otorgó a la New York & Bermúdez Company una concesión exclusiva por veinticinco años para explotar el lago de asfalto de Guanoco, el mayor del mundo. Tres años después ya tenían su infraestructura. En 1888, la concesión se extendió a noventa y nueve años. En 1891 comenzaron las exportaciones». El viejo periodista intervino: «Pero hubo contratos… leyes…». «Claro que los hubo», respondió Anacleto. «Ahí está la trampa. El saqueo moderno rara vez entra por la fuerza: entra por el papel. La empresa incumplió acuerdos, litigó sin pudor y buscó respaldo político tanto en Caracas como en Washington. Y cuando Cipriano Castro intentó poner límites, la respuesta fue inmediata: presión externa, asfixia financiera, aislamiento». Exhaló el humo con calma. «El libreto estaba escrito antes de que la palabra geopolítica se volviera respetable». La profesora intrigada preguntó: «¿Y el Estado?» «El despojo suele comenzar con un contrato mal negociado» dijo Anacleto «y terminar con una crisis presentada como inevitable. El Código de Minas de 1854 proclamó soberanía, pero dejó grietas. La Ley de........

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