Por fin, salvo los recalcitrantes, los contumaces y los estrábicos del intelecto, el resto de la humanidad hoy día reconoce y sabe que ya no hay absolutos; que todas las religiones, todas las ciencias, todas las filosofías, todas las ideologías, todas las metodologías, y no una determinada religión, una determinada ciencia, una determinada filosofía, una determinada ideología, una determinada metodología... es verdadera; o bien que ninguna de esas superestructuras es verdadera, aun reconocidas a todas su posible utilidad. Por fin, todos sabemos que se puede creer al mismo tiempo en todo y en nada. Y que, por el contrario, precisamente porque todas son verdaderas o porque ninguna lo es, la ortodoxia, lo apodíctico (“lo necesariamente verdadero”, en filosofía) y lo absoluto, han muerto…
Sabemos que la verdad y el pensamiento único son un error; que la verdad está sólo en el hecho, en el suceso que vemos con los ojos del cuerpo y a duras penas en lo que nos cuentan los custodios de la ortodoxia que conservan aún alguna credibilidad, sean cuales fueren los espacios de intelección a que el hecho o........