De Covadonga a la Nación Española: análisis de la identidad, decadencia y regeneración de España

Síntesis del libro : De Covadonga a la nación española: La hispanidad en clave spengleriana

978-8494959646 , Editorial Eas, 158 páginas

Introducción: España como problema filosófico en el contexto de la decadencia occidental

El extenso ensayo "De Covadonga a la Nación Española. La Hispanidad en clave spengleriana" de Carlos X. Blanco Martín constituye un ambicioso ejercicio de filosofía de la historia aplicada al caso español. Desde sus primeras páginas, el autor establece su propósito fundamental: contribuir a una "Filosofía de España" que aborde tanto España como problema como España como destino. Para esta tarea, recurre al marco teórico del filósofo alemán Oswald Spengler, particularmente a su magna obra "La Decadencia de Occidente", donde desarrolla su teoría morfológica de la historia según la cual las culturas son organismos vivos que nacen, crecen, florecen y finalmente decaen en civilizaciones rígidas y estériles.

La tesis central del autor es que España, desde su nacimiento simbólico en la Batalla de Covadonga (722), participó plenamente de la cultura fáustica occidental -aquella cultura expansiva, dinámica y volcada hacia el infinito que caracterizó a la Europa medieval y moderna- pero que actualmente se encuentra sumida en la fase terminal de civilización, compartiendo con el resto de Occidente síntomas evidentes de decadencia: pérdida de vitalidad espiritual, predominio del materialismo, disolución de los valores tradicionales y emergencia de lo que Spengler denominaba "oclocracia" o gobierno de la muchedumbre. El análisis se extiende desde los orígenes del Reino de Asturias hasta los desafíos contemporáneos de la España del siglo XXI, pasando por la Reconquista, el Imperio y la modernidad, siempre bajo la lente de las categorías spenglerianas.

La España fáustica: Orígenes y desarrollo de una cultura en el contexto europeo

Para comprender la posición de España en el esquema spengleriano, es necesario adentrarse primero en la distinción fundamental entre "cultura" y "civilización". Según Spengler, la cultura representa el estado de plenitud vital de un pueblo o fusión de pueblos, cuando diversos grupos humanos se dotan de una sola alma colectiva y ofrecen el máximo desarrollo de sus realizaciones históricas. La civilización, por el contrario, es la fase final, rígida y decadente de ese ciclo vital. Europa Occidental, en este esquema, sería una cultura distinta de la antigua cultura grecorromana, y lo que de grecorromano persistió en la cristiandad medieval sería mera "pseudomorfosis" -formas fosilizadas y sin vida sobre las cuales se alzó un alma nueva.

En el caso hispano, el autor sostiene que la aparición de la cristiandad gótica y fáustica se adelantó con respecto a otras latitudes europeas. La invasión musulmana del 711 interrumpió el lento proceso de integración del conglomerado de pseudomorfosis romana y tardoantigua dominado por los visigodos. El Reino de Toledo, aún muy "romano", era gobernado por una minoría germánica en alianza con una Iglesia que contenía tendencias "cueviformes" -líneas de espiritualidad levantinas y mediterráneas. Esta estructura decadente no pudo hacer frente a la savia efervescente del Islam. El verdadero elemento germánico se reorganizó en Asturias, liberado de la hez "cosmopolita" de las grandes ciudades sureñas.

En Covadonga, según el autor, no solo nació un nuevo reino sino un nuevo pueblo. Antes de la invasión musulmana, los godos habían imperado sobre los hispanorromanos con la ayuda de la Iglesia, pero ambos pueblos se mantenían separados. Después de Covadonga, la alianza celtogermánica de Asturias fue la base de una nueva federación de pueblos que fue involucrando a todos los del norte, además de los asturcántabros: galaicos, vascones, pirenaicos. Este momento representa el nacimiento de una cultura en sentido spengleriano: el cristianismo "cueviforme" de la etapa goda tardía -basado en la ascesis, la huida del mundo y la sumisión al poder divino- fue sustituido por el cristianismo "fáustico" representado por figuras como el Beato de Liébana, con su interpretación guerrera del Apocalipsis. La Reconquista inició, aún balbuceante, el mundo "gótico" de Europa: una voluntad de poder encaminada a la apropiación de tierras y la erección de un Imperium.

El profesor Villacañas, citado por el autor, subraya que en la Reconquista aún no había idea de Cruzada en sentido estricto, sino un espíritu distinto. En suelo ibérico se desarrolló por primera vez el espíritu fáustico vinculado a una escatología particular: la expulsión de los islamistas no iba unida todavía a un concepto de nación moderna, sino a la idea de un pueblo cristiano compuesto por una comunidad de nacionalidades en complejo proceso de etnoformación. Astures, cántabros, galaicos, vascones -algunas preexistentes desde la conquista romana, otras posteriores a la invasión mora- precisaron de un poder político que las consolidara: poder regio para leoneses y aragoneses, poder condal para castellanos y catalanes.

El Imperio Español en la Modernidad: De la cumbre fáustica al declive civilizatorio

Cuando los pueblos de España llegan a la modernidad, la idea del Imperium, ya esbozada por monarcas asturleoneses, pasa a manos de Castilla. Pero cuando la Castilla de los Habsburgo quiere "el mundo" entero, se encuentra con nacionalidades ya consolidadas en Europa, un feudalismo en declive, una burguesía triunfante y una rebeldía protestante. Madrid, Roma y Viena formaron el triángulo de la Contrarreforma, del Imperium teocrático y ultramontano. Según Spengler, el Imperio hispánico, subordinado a la Fe católica, encubría por su propio universalismo el mosaico nacional que una misma corona aglutinaba. El testigo del liderazgo fáustico fue recogido por Inglaterra y Prusia de manera diversa: Inglaterra con su capitalismo e imperio comercial; Prusia con su socialismo entendido como sentido del deber, obediencia y servicio a la comunidad.

El siglo XVIII fue todavía el gran siglo europeo, el siglo de la Gran Política y la Gran Diplomacia, pero trajo consigo ideas ilustradas y racionalistas que entregarían a su vez la revolución, la oclocracia y la guillotina niveladora. Este siglo dieciochesco se hizo merced al siglo XVII español: la poderosa burocracia y diplomacia de los Austrias, su corte y su consideración imperialista del orbe como tablero de ajedrez fueron lecciones aprendidas por las potencias ascendentes. Derrotada España, rota como Imperio con vocación universal, se instaura en Europa el equilibrio de potencias: ese fino juego de guerras, diplomacias y comercio, esa política de matrimonios regios y esa construcción de una "comunidad de pueblos". La nación "Europa", según Ortega, había consistido -de facto- no en una unidad política formal sino en una comunidad de potencias rivales en equilibrio.

Pero tras ese esplendor dieciochesco vino el horror de la industria. La savia del campo fue arrancada de su terruño y lanzada hacia los suburbios obreros, puesta al servicio de la máquina y del capital. Una masa ingente fue arrancada de sus raíces y se generó una nueva clase de hombres: los hombres de la ciudad, proletarios o burgueses, desprovistos por completo de todo sentido de la historia, del linaje, de la familia y de la heredad. Un individualismo feroz -incompatible con la vida agraria y el sentido familiar de la propiedad- se adueña de nuestra cultura y acelera el proceso degenerativo. Lo que Nietzsche supo ver con lucidez, Spengler lo sistematiza: una edad terrible de decadencia y putrefacción de los valores antaño sagrados se acerca con el estruendo de las nuevas máquinas y del poder de las masas vociferantes.

Para Spengler, el papel del prusianismo, o mejor, de un socialismo nacional centrado en Germania, era la propuesta regeneradora. ¿Quién ocupará ese papel en el futuro? Aquella potencia que ocupe el lugar central en el espacio de lucha de los poderes. Para Spengler, Alemania en los años 30 se situaba ante la gigantesca Rusia y la más gigantesca aún Asia. Europa -al este- siempre corría el peligro de sucumbir ante la orientalización. Al sur, nuestro filósofo se encuentra con los decadentes pueblos latinos, gastados en innumerables erosiones de la historia y prisioneros de no pocas pseudomorfosis. Tienen la impresión, dice Spengler, de que Italia ya contó con sus días de gloria imperial en la antigüedad o sus espléndidas ciudades-estado renacentistas, y que la España Imperial ya cumplió su papel conformador de Europa, en el Barroco. Cumplida su misión y experimentado ya un fuerte desgaste además de la masiva emigración hacia las Américas, estos pueblos no se van a revitalizar.

La anomalía hispana: La dualidad norte-sur y el factor oriental

El análisis spengleriano aplicado a España revela lo que el autor denomina "la anomalía hispana". En la península se reproducen muchas de las condiciones que a nivel continental señaló Spengler, pero con particularidades propias. España no posee el condicionante de lo ruso, el "peligro de asiatización", pero sí padece la fuente de orientalización desde el sur y el Levante: un Oriente que arriba veloz a nuestras costas por vía marítima.

Claudio Sánchez Albornoz presentó la invasión mora del suelo ibérico como una brusca interrupción de la evolución normal del reino godo hacia estructuras feudales homologables con las de otras realidades de la cristiandad occidental. Lejos de la tesis orteguiana según la cual los godos habían sido, de entre los pueblos germánicos que fecundaron Europa, los más débiles y degenerados, Sánchez Albornoz cifra en la invasión mora el significado de ocho siglos de duro batallar contra el invasor extranjero, contra el factor orientalizante y afrosemítico. El elemento celtogermánico se reactivó en el norte, simbólicamente en Covadonga, constituyéndose ex novo un reino, el Astur, que si bien pretendía ser una continuación institucional y simbólica del de Toledo, los datos disponibles revelan la peculiaridad indígena de sus contingentes sociales y el componente todavía más germánico (godo) del Reino Astur en comparación con el Toledano.

Donde sí vemos coincidencias entre Ortega y Sánchez Albornoz es en la tesis según la cual la guerra une a compañeros, forja alianzas y hermandades. La construcción política de España, como Imperio, como unión, no pudo ser otra que la de forjar una máquina de guerra. Cuando el espíritu guerrero fue sustituido por el espíritu industrial, por retomar la distinción de Herbert Spencer, esta unión de pueblos o nacionalidades -todavía en trámite de hacerse........

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