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¿Dueño del mundo?

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22.12.2025

Decir “imperio” en era surcada por la novedad continua y las realidades cambiantes que ha impuesto la globalización acelerada, podría parecer una contradicción, un arcaísmo. En efecto, se trata de un vocablo antiguo, procedente de la voz latina de origen etrusco Imperium: esto es, “mando, orden, autoridad”. Algunos hitos históricos a los que ella nos remite son ampliamente conocidos. Con la consolidación del gran Imperio Romano y de su reconocimiento como régimen político, el concepto cobró cuerpo en el imaginario político como “un poder supremo, reforzado en su carácter primigeniamente divino, que en su forma más abstracta sería equiparable a lo que hoy llamamos potestas publica” (Moreno Almendral, 2013). Tras su caída, fruto del desbordamiento de esa “barbarie interior” de la que hablaba Spengler, Carlomagno fue coronado emperador por el papa León III, en suerte de recolección de los vestigios de la vieja gloria occidental. Más tarde, durante la Edad Media, el concepto siguió moviéndose como un eco de Roma en un mundo de reyes también avalados por Ley divina.

De Imperio se habló en la España de Isabel y Fernando, la de la Armada invencible de Felipe II. En la Francia de Napoleón Bonaparte, en la Rusia Zarista de Pedro I. Entre aztecas asentados en el valle de México y gobernados por Moctezuma. En la Inglaterra que prosperó bajo la égida de los Tudor, imperio de vida dilatada que dejó como legado la Mancomunidad de Naciones. No cuesta ver acá y en lo sucesivo esa voluntad de uniformización que distinguía a las culturas imperiales. Un modo de hacer y de autopercibirse, más que una proclamación formal en una constitución. Incluso en algunas realidades propias de ese Estado-nación surgido al calor del tratado de Westfalia, topamos con un tipo de poder asentado en la idea de la expansión territorial y superioridad civilizatoria. Un poder tradicionalmente sostenido por la subordinación de pueblos incapaces de competir con la tecnología de quien los sometía, y cuya apuesta simbólica solía orbitar en torno al emperador, árbitro de tensiones internas, según Moreno Almendral, y figura sacralizada en muchos casos.

La globalización, sin duda, fue introduciendo nuevos elementos a esas dinámicas de hegemonía, desigualdad y dependencia, desde la primera fase de un proceso que estaría especialmente marcado por la “Era........

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