Nunca me he citado a mí mismo; no es de buen tono. Pero esta vez creo que lo debo hacer, aunque de mala gana. Se trata de un fragmento de un artículo que escribí una semana antes de las elecciones del 28 de julio en Venezuela. Dice así:
“Maduro tiene sin duda cartas bajo la mesa. Una es cometer un grosero desfalco electoral a lo Lukaschenko. Pero Lukaschenko tenía a otro ladrón de elecciones como vecino y podía permitirse el delito que cometió en su país manteniendo su impunidad. Una segunda carta sería para Maduro un golpe militar con el pretexto de asegurar el “orden publico” en caso de que las multitudes de la oposición reclamen en las calles un robo electoral. No está excluida tampoco la posibilidad de que las dos cartas sean una sola. Robo electoral y golpe de estado a la vez, a fin de impedir el ascenso al poder de la “derecha fascista” (para decirlo con el vocabulario que emplea Maduro)”.
Evidentemente, la última posibilidad citada fue la que se dio. No era una profecía, solo una posibilidad avizorada y compartida a través de mi correspondencia con amigos venezolanos. Ninguno de ellos confiaba en la probidad moral y cívica del gobierno.
DOS GOLPES, UN ORÍGEN
Maduro, claro está, tenía la posibilidad de reconocer el resultado, negociar con el ganador y asumir el rol de líder de la oposición al gobierno de González Urrutia, tal como lo hizo Lula en Brasil, o la izquierda chilena después del triunfo de Piñera, o como lo está haciendo en estos momentos en Argentina la izquierda peronista en contra de Milei. Esa posibilidad habría permitido la renovación política del chavismo, todavía entronizado en sectores de la población, y continuar así la tradición electoral asumida por el propio Chávez. Era una posibilidad muy peregrina, claro, pero existía. Sin embargo, la posibilidad más probable, la del mega fraude y el consecuente golpe de estado, fue la que se dio.
Cuando toda esta pesadilla de terror pase (y todo mal pasa alguna vez) Maduro y su séquito serán recordados como uno de los criminales políticos más perversos habidos en América Latina, junto al violador y fratricida Daniel Ortega, a los sátrapas Trujillo y Somoza, a la dictadura colegiada de Videla, y a ese asesino en serie llamado Augusto Pinochet. Hoy, entre no pocos chavistas, Maduro ya es considerado como el sepulturero de Chávez quien, nos guste o no, fue un líder populista de masas, algo así como un Perón venezolano (sin Evita). En breve: en Venezuela terminó la era del chavismo social y autoritario y comenzó la era del terror dictatorial........© Analítica