Aunque algunos se empeñen en recontar la historia y solo vean las luces de neón en La Habana de los ‘50, ya es un hecho poco discutible la necesidad de una revolución en Cuba por aquellos desiguales años. Solo mirar el país profundo de la primera mitad del siglo XX era una invitación constante a enrolarse en los aires de cambio y creer necesaria una transformación sustancial de la sociedad.

Sin embargo, conectar los tantos años de épica revolucionaria ya vividos, con las actuales generaciones de cubanos, es uno de los más grandes desafíos a la supervivencia del proceso que más ha transformado Cuba y un poco más allá. Y es que la Revolución no puede ser historia nada más, el día que eso suceda estaremos al borde de la autodestrucción de la que nos alertó Fidel en noviembre de 2005.

Como obra inacabada, la Revolución se hace todos los días y hoy más que nunca lleva en su receta creatividad y persistencia para que siga siendo ese mismo proceso capaz de transformarlo todo por el bien de los humildes, y aquí precisamente está otra clave, esta obra fue edificada por y para los sectores populares de la sociedad, olvidarlos sería también el principio del fin.

Por eso tiene que seguir siendo la misma de los barbudos, de los rebeldes que le plantaron cara a una Cuba que no daba más y también tiene que ser la de nosotros, la de los cubanos que hoy la seguimos construyendo, sin hacer concesiones de sus esencias, a tono con los códigos actuales y las dinámicas sociales del presente, porque como dijera su líder, y lo demostró en la práctica, hacer una Revolución precisa mucho sentido del momento histórico y eso se traduce en que una obra así, de tal envergadura, no se puede estancar en el pasado, porque perdería su espíritu.

Mantener viva esa llama precisa mucha comunicación con la gente, para que seamos parte activa de un proceso que está obligado a renovarse constantemente, a cambiar siempre que sea necesario, y que necesita de esa participación popular para no correr el riesgo de que las transformaciones sean decididas por unos pocos. Esto transita por lograr que nuestros proyectos de vida la incluyan como parte indisoluble de ese proyecto colectivo que es ella en sí misma.

La épica revolucionaria no puede estar solo en los libros ni es cuestión de fechas, no puede quedar en la memoria de los abuelos. Vivirla día a día, entender lo que hacemos cotidianamente como parte de esa historia que escribimos en presente y que no está terminada, es nuestro mejor aporte a un proceso que heredamos con la certeza de que tenemos que continuarlo y legarlo a las generaciones por venir, que tendrán mucho más lejos la Cuba de nuestros abuelos y necesitarán nuestra misma seguridad de que este es el mejor y más justo camino.

En medio de tantas cosas juego no está permitido que existan quienes, a nombre de la Revolución, se equivoquen o le equivoquen el trazo, eso le resta credibilidad a un proceso que surgió del pueblo y es ese mismo pueblo el que lo sostiene.

Lograr superar tantos desafíos, incluido el de enfrentarnos a nuestros poderosos enemigos, impone el mayor de los retos, no solo en el presente, lo ha sido desde que comenzamos nuestra lucha y bien sabemos que no conseguirlo nos trae el fracaso. La unidad, que tanto nos han tratado de quebrantar, sigue siendo en los planos simbólico y real algo vital, en tiempos en que predominan las ansias de protagonismos y parece más frágil que nunca.

Puede parecer difícil, y los que nos trajeron hasta aquí lo advirtieron, es muy complicado plantarse al capital, a la burguesía, a quienes se acostumbraron a tener más que los demás y apostar por un modelo alternativo y propio. Que la mayoría siga construyendo, amando y creyendo en esa obra humana e imperfecta por empinado y difícil que sea el camino es el desafío perenne de esa gran obra de amor que es la Revolución.

QOSHE - El desafío perenne de una obra en construcción - Jorge Enrique Jerez Belisario
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El desafío perenne de una obra en construcción

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16.01.2023

Aunque algunos se empeñen en recontar la historia y solo vean las luces de neón en La Habana de los ‘50, ya es un hecho poco discutible la necesidad de una revolución en Cuba por aquellos desiguales años. Solo mirar el país profundo de la primera mitad del siglo XX era una invitación constante a enrolarse en los aires de cambio y creer necesaria una transformación sustancial de la sociedad.

Sin embargo, conectar los tantos años de épica revolucionaria ya vividos, con las actuales generaciones de cubanos, es uno de los más grandes desafíos a la supervivencia del proceso que más ha transformado Cuba y un poco más allá. Y es que la Revolución no puede ser historia nada más, el día que eso suceda estaremos al borde de la autodestrucción de la que nos alertó Fidel en noviembre de 2005.

Como obra inacabada, la Revolución se hace todos los días y hoy más que nunca lleva en su receta creatividad y persistencia para que siga siendo ese mismo........

© Adelante


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