Cesa el mundo excepto las guerras, que no cierran por vacaciones, al revés: aprovechan para atacar más. Al menos en apariencia en agosto se ha detenido la actividad. Incluso el turismo, que implica movimiento –y dinero–, induce a una renuncia, una suspensión de la propia vida, que podría ser otra.
Pero sentimos que es imposible parar. Y no sólo porque los móviles nos han abducido y no sabemos qué hacen, también por el cableado humano, programado para estar alerta, por la precariedad íntima global, por las fiestas y el roce de cuerpos. En agosto, el espacio es el tiempo.
También es curioso que la palabra “móvil”, que puede significar causa u objetivo –“el móvil del crimen”–, sirva para nombrar al objeto que nos agita: en algunos sucesos coincide que el móvil del atraco, y a veces del crimen, es robar el móvil de la víctima. El móvil es el móvil.
En efecto, además de forzarnos a la inmovilidad, a la máxima quietud exterior (un recogimiento) el móvil es el tótem que nos pone en el mundo, en los demás. Quietud exterior, rigidez y hervor de neuronas. Incluso apagado –si alguien........