El lunes 5 de agosto hubo un crack en las bolsas y no pasó nada, una especie de alerta amarilla. Empezó en Japón y en un minuto se propagó el fervor por quitarse acciones. Las siete grandes perdieron un billón de dólares. Hasta Nvidia, la de los chips, se llevó un recorte. No pasó nada fuera del mundo financiero, pero el temblor siempre acaba por propagarse y el pánico bursátil pega latigazos en los hogares físicos.
Una de las cinco explicaciones de los expertos para esta caidita del lunes es que los inversores se cansan de meter dinero en la inteligencia artificial (IA) y esperan retorno, beneficios. El mismo Warren Buffet, gran gurú viral, vendió la mitad de sus acciones de Apple. Este argumento sin duda proviene de los propios megainversores que, a fin de cuentas, desde un punto de vista ortodoxo y estandarizado, son una de las fuerzas que mueven el mundo y toman decisiones: no es lo mismo invertir en renovables que en tráfico de esclavos o en misiles.
El supermeme de la temporada es la IA, hasta el pueblo más pequeño y con wifi intermitente ha emitido un bando sobre la IA y él. Cada comarca afronta la IA en sus sesiones plenarias. La IA es el sector emergentísimo y todo el mundo debe saber algo, tomar postura, probar ChatGPT, hacer........