No es la oreja de Van Gogh sino de Donald Trump. La oreja vendada que ha dado la vuelta al ruedo en la convención republicana. Una oreja para mayor gloria de un candidato que huele a victoria con poco esfuerzo y a final de partida electoral. Una oreja bien paseada como una herida de guerra y como bandera de gloria política. Qué fácil es disparar a un presidente en Estados Unidos y qué difícil es matarle si su hora aún no ha llegado.
El guionista de esta perpetua tragicomedia que es la vida ha puesto toda la carne en el asador y de golpe ha colocado en una sola carambola un fin de semana imposible de imaginar, con un intento de magnicidio a un presidente, como casi siempre norteamericano, y en el reverso de la medalla una magna consagración deportiva con balones de fútbol por doquier y pelotas de tenis elevadas a la categoría de símbolos del orgullo patrio. Ambas situaciones han hecho que en Estados Unidos y en España se aparque por unas horas la tensión política, por cuestiones distintas pero aprovechables.
Todo empezó la noche del sábado y todo cambió el domingo a altas horas de la madrugada. La........